REFLEXIONES DEL COMANDANTE
EN JEFE
LA TIRANÍA MUNDIAL
Los fundamentos
de la máquina de matar
Los que constituyeron la nación norteamericana no
pudieron imaginar que lo que entonces proclamaban llevaba, como cualquier
otra sociedad histórica, los gérmenes de su propia transformación.
En la atractiva Declaración
de Independencia de 1776, que el pasado miércoles cumplió
231 años, se afirmaba algo que de una forma u otra
nos cautivó a muchos: “Sostenemos
como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador
ciertos derechos inalienables entre los cuales se cuentan
la vida, la libertad y la consecución
de la felicidad; que
para asegurar estos derechos se instituyen entre
los hombres gobiernos cuyos justos poderes derivan del consentimiento
de los gobernados; que siempre
que una forma de gobierno tienda a destruir esos fines,
el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir
un nuevo gobierno que se funde en dichos principios
y organice sus poderes en la forma que a su juicio
garantice mejor su seguridad y felicidad.”
Era el fruto de la influencia de
los mejores pensadores y filósofos de una Europa agobiada
por el feudalismo, los privilegios de la aristocracia
y las monarquías absolutas.
Juan Jacobo Rousseau afirmó en su famoso
Contrato Social: “El
más fuerte no es nunca suficientemente fuerte para ser
el amo, si no transforma la fuerza en derecho
y la obediencia en deber.”
[…] “La fuerza es un poder físico;
no veo qué moralidad pueda derivarse de sus efectos. Ceder
a la fuerza es un acto de necesidad,
no de voluntad.” […]
“Renunciar a la libertad es renunciar a la calidad
del hombre, a los derechos de la Humanidad, incluso a
sus deberes.
No hay recompensa posible para aquel que renuncia
a todo.”
En las 13 colonias independizadas
existían adicionalmente formas de esclavitud tan atroces como en los tiempos
antiguos. Hombres y mujeres eran vendidos
en subasta pública.
La emergente nación surgía con religión y cultura
propias. Los impuestos sobre el té fueron
la chispa que desató la rebelión.
En aquellas infinitas tierras los esclavos
siguieron siéndolo durante casi 100 años, y después de dos
siglos sus descendientes padecen las secuelas. Había comunidades
indígenas que eran los legítimos pobladores naturales, bosques, agua,
lagos, rebaños de millones de bisontes, especies naturales
de animales y plantas, abundantes y variados alimentos. No se conocían los hidrocarburos ni los enormes
despilfarros energéticos de la sociedad actual.
La misma declaración de principios, si se
hubiese proclamado en los países abarcados por el desierto
del Sahara, no habría creado un paraíso de inmigrantes
europeos. Hoy habría que hablar de los
inmigrantes de los países pobres, que por millones cruzan
o tratan de cruzar las fronteras de Estados Unidos
cada año en busca de trabajo y no tienen derecho
ni a la paternidad de sus hijos si nacen
en el territorio norteamericano.
La Declaración de Filadelfia se redacta en
una época en que sólo existían pequeñas imprentas y las cartas
tardaban meses en llegar de un país a otro. Podían contarse uno a
uno los pocos que sabían leer o escribir. Hoy la imagen, la palabra,
las ideas llegan en fracciones de segundo de un rincón
a otro del planeta globalizado.
Se crean reflejos condicionados en las mentes. No puede hablarse del derecho
al uso sino al abuso de la libre expresión
y la enajenación masiva.
A la vez, con un pequeño equipo electrónico cualquier
persona, en época de paz, puede hacer llegar al mundo sus ideas
sin que lo autorice Constitución alguna. La lucha sería de ideas,
en todo caso masa de verdades contra masa de mentiras. Las verdades no necesitan
publicidad comercial. Nadie podría estar
en desacuerdo con la Declaración de Filadelfia y el Contrato Social de Juan
Jacobo Rousseau.
En ambos documentos se sustenta el derecho a luchar contra la tiranía
mundial establecida.
¿Podemos ignorar las guerras de saqueo
y las carnicerías que se les imponen a los pueblos pobres,
que constituyen las tres cuartas partes del planeta? ¡No!
Son muy propias del mundo actual y de un sistema que
no puede sostenerse de otra forma.
A un costo político, económico y científico enorme,
la especie humana es conducida al borde del abismo.
Mi objetivo no es reiterar conceptos
mencionados en otras reflexiones. Partiendo de hechos sencillos,
mi propósito es ir demostrando el inmenso grado
de hipocresía y la ausencia total de ética que caracterizan
las acciones, caóticas por naturaleza, del gobierno de Estados Unidos.
En “La máquina de matar”, publicada
el pasado domingo, dije que el intento de envenenarme
a través de un funcionario del gobierno cubano que tenía acceso a mi
oficina, lo conocimos por uno de los últimos documentos
desclasificados de la CIA. Era
una persona sobre la que debía buscar información, pues no tenía
a mano los elementos de juicio necesarios. De hecho pedía excusas si lastimaba
los sentimientos de algún descendiente, fuera o no culpable
la persona mencionada. Continué después analizando otros temas importantes
de las revelaciones de la CIA.
En los primeros tiempos
de la Revolución yo visitaba casi todos los días
el recién creado Instituto Nacional de la Reforma Agraria,
ubicado donde se encuentra hoy el Ministerio de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias. No se podía contar todavía con el Palacio
de la Revolución, donde entonces radicaba el Palacio
de Justicia. Su construcción fue un suculento negocio del régimen
derrocado. La ganancia principal consistía en el incremento
del valor de las tierras, de las que habían sido
desalojadas miles de personas a las que yo, como abogado recién
graduado, defendí gratuitamente durante meses antes del golpe
de estado de Batista. Lo mismo
ocurría con otras edificaciones lujosas que en muchos casos estaban
por terminarse.
Desde las oficinas del INRA escuché,
el 4 de marzo de 1960, la estremecedora explosión de La Coubre y observé la oscura columna de humo que
emergía del puerto de La Habana.
Vino rápido a mi mente la idea del barco cargado
de granadas antitanques y antipersonales que podían ser lanzadas por
los fusiles FAL adquiridos en Bélgica, país nada sospechoso de comunismo.
De inmediato bajé para dirigirme al lugar. En el trayecto,
por el ruido y el vibrar del tránsito, no pude
percatarme de la segunda explosión que se produjo. Más de 100 personas murieron
y decenas de ellas quedaron mutiladas. Del sepelio de las víctimas
nació, espontáneo, el grito de Patria o Muerte.
Se conoce que todo fue minuciosamente
programado desde el puerto de embarque por la Agencia
Central de Inteligencia. El barco había transitado
por los puertos de Le Havre, Hamburgo y Amberes. En
este último, de Bélgica, se cargaron las granadas. En las explosiones murieron también
varios tripulantes franceses.
¿Por qué, en nombre de la libertad de
información, no se desclasifica un solo documento que nos diga
cómo la CIA hace ya casi medio siglo hizo estallar el vapor
La Coubre y cortar el suministro
de armas belgas, que la propia agencia admitiera
el 14 de junio de 1960 era una preocupación
muy importante de Estados Unidos?
¿A qué dedicaba yo mi tiempo
en los días febriles que precedieron al ataque por Girón?
La primera limpieza en grande del Escambray
tuvo lugar en los meses finales de 1960 y comienzos
de 1961. En la misma
participaron más de 50 mil hombres, casi todos procedentes de las
antiguas provincias
de La Habana y Las Villas.
Un río de armas estaba llegando
en barcos de la URSS que no estallaban al llegar a
los puertos. Fue inútil
intentar comprarlas de otra procedencia y así evitar los pretextos
que Estados Unidos usó para agredir a Guatemala, lo que costó a
lo largo del tiempo, entre muertos y desaparecidos, más de cien
mil vidas a ese país.
Adquirimos en Checoslovaquia las armas
ligeras y un número de antiaéreas de 20 milímetros
y doble cañón. Los tanques
con cañones de 85 milímetros, artillería blindada de 100,
cañones antitanques de 75, morteros, obuses y cañones de grueso
calibre, hasta los de 122 milímetros, y antiaéreas ligeras
y pesadas, venían directamente de la URSS.
Un año por lo menos habría tardado
la formación del personal necesario para utilizar aquellas armas
siguiendo métodos tradicionales.
Se llevó a cabo en cuestión de semanas. A esa tarea fundamental dedicábamos
prácticamente el ciento por ciento de nuestro tiempo casi dos años después
del triunfo de la Revolución.
Conocíamos la inminencia del ataque,
pero no cuándo y cómo se produciría. Todos
los posibles puntos de acceso estaban defendidos
o vigilados. Los jefes, en
su sitio: Raúl en Oriente, Almeida en el centro
y el Che en Pinar del Río.
Mi puesto de mando estaba
en la capital: una antigua casa burguesa adaptada para ello
en la margen derecha más alta del río Almendares, próximo
al punto donde desemboca al mar.
Era ya de día, el 15 de abril de 1961,
y desde las primeras horas de la madrugada allí estaba yo recibiendo
noticias de Oriente, adonde llegó, procedente del Sur de Estados Unidos,
un barco bajo el mando de Nino Díaz, con
un grupo de contrarrevolucionarios a bordo vestidos de uniforme
verde olivo similar al de nuestras tropas, para realizar
un desembarco por la zona de Baracoa. Lo hacían como maniobra
de engaño respecto al sitio exacto de la dirección
principal, para crear la mayor confusión posible. El buque estaba ya a tiro
directo de los cañones antitanques, en espera del desembarco,
que al fin no se realizó.
A la vez informaban que
el 14 por la noche había estallado, en vuelo de
exploración sobre la zona del posible desembarco, uno de nuestros
tres cazas a chorro, de entrenamiento pero capaces
de combatir, sin duda una acción yanqui desde la Base Naval de
Guantánamo u otro punto del mar o del aire.
No había radares para determinar con exactitud
lo ocurrido. Así murió el destacado
piloto revolucionario Orestes Acosta.
Desde el puesto de mando mencionado
me tocó ver los B-26 que volaban casi rasantes sobre
el lugar y, a los pocos segundos, escuchar los primeros
cohetes lanzados sorpresivamente contra nuestros jóvenes artilleros, que
en gran número se entrenaban en la base aérea
de Ciudad Libertad.
La respuesta de aquellos valientes fue casi instantánea.
No tengo, por otro lado, la menor duda
de que Juan Orta fue traidor.
Los datos pertinentes sobre su vida y conducta
están donde deben estar: en los archivos del Departamento
de Seguridad del Estado, que nació por aquellos años bajo
el fuego graneado del enemigo.
Los hombres de mayor conciencia política fueron asignados a
esa actividad.
Orta había recibido las pastillas envenenadas
que propusieron Giancana y Santos Trafficante
a Maheu. La conversación de
este último con Roselli, que haría el papel de contacto con
el crimen organizado, tuvo lugar el 14 de septiembre
de 1960, meses antes de la elección y toma de posesión
de Kennedy.
El traidor Orta
no tenía méritos especiales.
Mantuve correspondencia con él cuando buscábamos el apoyo
de emigrantes y exiliados en Estados Unidos. Era apreciado por su aparente
preparación y su actitud servicial.
Para eso tenía especial habilidad. Después del triunfo
de la Revolución, en un importante período tenía
con frecuencia acceso a mí.
Partiendo de las posibilidades que entonces tuvo, creyeron que podía
introducir el veneno en un refresco o un jugo de naranja.
Había recibido dinero del crimen organizado
por ayudar supuestamente a reabrir los casinos
de juego. Nada tuvo que ver con esas medidas. Fuimos nosotros quienes tomamos la
decisión. La orden inconsulta y no colegiada
de Urrutia de cerrarlos creaba
caos y promovía las protestas de miles de trabajadores
del sector turístico y comercial, cuando el desempleo
era muy alto.
Tiempo después, los casinos fueron cerrados
definitivamente por la Revolución.
Cuando le entregan el veneno, al revés de
lo que ocurría en los primeros tiempos, eran muy pocas
las posibilidades de que Orta se encontrara conmigo. Yo estaba totalmente ocupado en las actividades
relatadas anteriormente.
Sin decir una palabra a nadie sobre
los planes enemigos, el 13 de abril de 1961, dos días antes
del ataque a nuestras bases aéreas, Orta se asiló en la embajada de
Venezuela, que Rómulo Betancourt había puesto al servicio incondicional
de Washington. A los numerosos
contrarrevolucionarios asilados allí no se les concedió permiso de salida
hasta que amainaron las brutales agresiones armadas de Estados Unidos
contra Cuba.
Ya habíamos tenido que lidiar en México
con la traición de Rafael del Pino Siero,
quien habiendo desertado cuando faltaban días para nuestra salida hacia
Cuba, fecha que él ignoraba, vendió a Batista por 30 mil dólares
importantes secretos que tenían que ver con una parte
de las armas y la embarcación que nos transportaría
a Cuba. Con refinada astucia
dividió la información para ganar confianza y garantizar
el cumplimiento de cada parte.
Primero recibiría algunos miles de dólares por la entrega
de dos depósitos de armas que conocía. Una semana después entregaría
lo más importante:
la embarcación que nos traería a Cuba
y el punto de embarque. A
todos se nos podía capturar junto con las demás armas, pero antes
le debían entregar la totalidad del dinero. Algún experto yanqui seguramente
lo asesoró.
A pesar de esa traición, partimos
de México en el yate “Granma” en la fecha
prevista. Algunas personas que
nos apoyaban creían que Pino jamás traicionaría, que su deserción
se debía al disgusto por la disciplina
y el entrenamiento que le exigí.
No diré cómo supe de la operación urdida entre
él y Batista, pero la conocí con precisión y adoptamos las
medidas pertinentes para proteger el personal y las armas en el tránsito hacia
Tuxpan, punto de partida. No costó
un centavo aquella valiosa información.
Cuando finalizó la última ofensiva
de la tiranía en la Sierra Maestra, tuvimos que lidiar
igualmente con los trucos temerarios de Evaristo Venereo,
un agente del régimen que, disfrazado de revolucionario, trató
de infiltrarse en México.
Era el enlace con la policía secreta de aquel
país, órgano muy represivo al que asesoró en el interrogatorio
de Cándido González, a quien
pusieron en ese momento una venda en los ojos. Era
uno de los pocos compañeros que conducía el carro
en que yo me movía allí, militante heroico asesinado después
del desembarco.
Evaristo volvió después a Cuba. Tenía el encargo de asesinarme
cuando nuestras fuerzas avanzaban ya hacia Santiago de Cuba, Holguín,
Las Villas y el Occidente de nuestro país. Esto se conoció
en detalles cuando se ocuparon los archivos del Servicio
de Inteligencia Militar. Está
documentado.
He sobrevivido a numerosos planes
de asesinato. Sólo el azar
y el hábito de observar cuidadosamente cada detalle
nos permitieron sobrevivir a los ardides de Eutimio Guerra en los días
iniciales y más dramáticos de la Sierra Maestra, a todos
los que después fueron conocidos como jefes
de la Revolución triunfante: Camilo, el Che, Raúl, Almeida,
Guillermo. Habríamos muerto posiblemente
cuando estuvieron a punto de exterminarnos con un ridículo cerco de nuestro
desprevenido campamento, guiados por el traidor. En el breve choque que se produjo, tuvimos
una dolorosa baja, la de un obrero azucarero negro maravilloso
y activo combatiente, Julio Zenón Acosta, quien se adelantó unos pasos
y cayó a mi lado. Otros
sobrevivieron al mortal peligro y cayeron combatiendo posteriormente, como Ciro Frías, excelente
compañero y prometedor jefe, en Imías, en
el Segundo Frente; Ciro Redondo,
que combatía fieramente al enemigo con fuerzas de la columna del Che, en Marverde, y Julito Díaz que, disparando sin cesar su
ametralladora calibre 30, murió a pocos pasos de nuestro puesto de mando en el
ataque a El Uvero.
Estábamos emboscados en un lugar bien escogido,
esperando al enemigo, porque nos habíamos percatado del movimiento que iba
a realizar ese día. Nuestra atención
se descuida solo unos minutos cuando llegaron dos hombres del grupo,
que habíamos enviado como exploradores horas antes de tomar la decisión de
movernos, y regresaron sin información alguna.
Eutimio guiaba al enemigo con guayabera blanca,
lo único que se veía en el bosque del Alto
de Espinosa, donde lo estábamos esperando. Batista tenía elaborada la noticia de la
liquidación del grupo, que era segura, y citada la prensa. Por exceso de confianza, habíamos subestimado
en realidad al enemigo, que se sustentaba
en las debilidades humanas.
Éramos en ese momento alrededor de 22 hombres bien
curtidos y escogidos. Ramiro,
lesionado en una pierna, se recuperaba lejos de nosotros.
De gran golpe, por el movimiento que realizamos a
última hora, se libró ese día la columna de más de 300 soldados que avanzaban
en fila india por el escarpado y boscoso escenario.
¿Cómo funcionó aquella máquina
frente a la Revolución en Cuba?
En fecha tan temprana como el mes
de abril de 1959 visité Estados Unidos invitado
por el Club de Prensa de Washington. Nixon se dignó recibirme en
su oficina particular. Después
afirma que yo era un ignorante en materia de economía.
Tan consciente estaba yo de esa ignorancia,
que matriculé tres carreras universitarias para obtener una beca que
me permitiera estudiar Economía en Harvard. Tenía vencidas
ya y examinadas todas las asignaturas de la carrera
de Derecho, Derecho Diplomático y Ciencias Sociales. Me faltaban sólo dos asignaturas
por examinar: Historia de las Doctrinas Sociales e Historia
de las Doctrinas Políticas.
Las había estudiado cuidadosamente. Ese año ningún otro alumno
hizo el esfuerzo. Estaba desbrozado el camino,
pero los acontecimientos se precipitaban en Cuba
y comprendí que no era el momento de recibir una beca
y estudiar Economía.
Fui a Harvard
de visita a fines de 1948.
De regreso a Nueva York, adquirí una edición de El Capital en inglés,
para estudiar la obra insigne de Marx y de paso profundizar
en el dominio de ese idioma.
No era un militante clandestino del Partido Comunista,
como Nixon con su mirada pícara
y escudriñadora llegó a pensar. Si algo puedo asegurar,
y lo descubrí en la Universidad, es que
fui primero comunista utópico y después un socialista radical,
en virtud de mis propios análisis y estudios, y dispuesto a luchar con
estrategia y táctica adecuadas.
Mi único reparo al hablar con Nixon
era la repugnancia a explicar con franqueza
mi pensamiento a un vicepresidente y probable futuro Presidente
de Estados Unidos, experto en concepciones económicas
y métodos imperiales de gobierno en los que hacía rato
yo no creía.
¿Cuál fue la esencia de
aquella reunión que duró horas, según cuenta el autor
del memorando desclasificado que la refiere? Sólo dispongo del recuerdo
de lo ocurrido. De
ese memorando he seleccionado los párrafos que mejor explican a
mi juicio las ideas de Nixon.
“Castro estaba particularmente preocupado acerca de
si pudiera haber irritado al senador Smathers
por los comentarios que hizo respecto a él. Al principio
de la conversación le aseguré que ‘Meet the
Press’ era uno de los programas más
difíciles en que un funcionario público podría participar y que
él lo había hecho extremadamente bien ―en particular teniendo
en cuenta el hecho de que tuvo la valentía de hablar
en inglés sin utilizar un traductor.”
“También era evidente que
en lo concerniente a su visita a Estados Unidos,
su interés fundamental ‘no era lograr un cambio
en la cuota azucarera ni obtener un préstamo
del gobierno, sino ganar el apoyo de la opinión pública
estadounidense para su política.’
“Fue su casi subordinación esclava
a la opinión mayoritaria prevaleciente— a saber, la voz
de la plebe— más que su ingenua actitud hacia el comunismo
y su obvia falta de comprensión de los más elementales
principios económicos, lo que más me preocupó al evaluar qué
clase de líder sería a la larga.
Esa es la razón por la que pasé todo
el tiempo que pude tratando de insistir en que si bien él tenía
el gran don del liderazgo, la responsabilidad del líder era
no seguir siempre la opinión pública, sino ayudar a encaminarla por
la vía correcta, no dar al pueblo lo que piensa que quiere en
un momento de tensión emocional, sino lograr que el pueblo quiera
lo que debe tener.”
“Cuando me tocó hablar, traté de insistir en
el hecho de que aunque nosotros creemos en el gobierno
de la mayoría, incluso la mayoría puede ser tiránica y que
hay ciertos derechos individuales que la mayoría nunca debería tener
el poder de destruir.
“Francamente no creo haber causado mucho efecto
en él, pero sí me escuchó y parecía receptivo. Traté de presentarle la idea básicamente
en términos de cómo su lugar en la historia estaría determinado por la valentía
y la habilidad de estadista que demostrara en
estos momentos. Insistí en que lo
más fácil sería seguir a la plebe, pero que hacer lo
correcto a la larga sería mejor para el pueblo y,
por supuesto, mejor para él también. Como ya dije,
fue increíblemente ingenuo con respecto a la amenaza comunista
y parecía no tener ningún temor de que a la larga los comunistas
pudieran llegar al poder en Cuba.”
“En nuestras conversaciones sobre el
comunismo, nuevamente traté de presentarle los argumentos a la
luz de su interés propio y señalar que la revolución que
él había dirigido, podría volverse en su contra y contra
el pueblo cubano a menos que mantuviera el control
de la situación y se asegurara de que los comunistas
no alcanzaran las posiciones de poder e influencia. En ese sentido, no creo haber logrado mucho.”
“Insistí lo más posible en
la necesidad de que delegara
responsabilidades, pero una vez más no creo que me haya hecho entender.
“Era evidente que mientras hablaba de cuestiones
como la libertad de palabra, de prensa y religión,
su preocupación fundamental era desarrollar programas
para el progreso económico.
Repitió una y otra vez que un hombre que trabajaba
en los cañaverales durante tres meses al año y pasaba
hambre el resto del año, quería un trabajo, algo que comer,
una casa y alguna ropa.”
“Indicó que era una gran tontería que
Estados Unidos entregase armas a Cuba o a cualquier
otro país del Caribe. Agregó: ‘todo
el mundo sabe que nuestros países no van a poder participar
en la defensa de este hemisferio en caso de que estalle una guerra mundial. Las armas que obtienen
los gobiernos en este hemisferio sólo se utilizan para reprimir
al pueblo, tal y como hizo Batista para tratar de acabar con
la revolución. Sería mucho mejor
que el dinero que ustedes entregan a los países
de América Latina para armas se destinase a inversiones
de capital.’ Debo reconocer que en esencia apenas encontré en sus
argumentos motivos para discrepar.
“Sostuvimos una larga conversación sobre las
vías que Cuba podría utilizar para obtener el capital de inversión
necesario para su desarrollo económico. Insistió en que básicamente lo que Cuba
necesitaba y él quería no era capital privado, sino capital
del gobierno.”
Yo me refería a capital del gobierno de Cuba.
El propio Nixon reconoce
que nunca solicité recursos al gobierno de Estados Unidos. Él se confunde un poco y afirma:
“…que el capital del gobierno estaba
limitado debido a las muchas demandas y a
los problemas presupuestarios que estábamos confrontando.”
Es evidente que se lo expliqué porque de inmediato
señala en su memorando:
“…que todos los países de América
y del mundo pugnaban por obtener capital y que el dinero
no iría a parar a un país sobre el que hubiera considerables temores
de que se adoptaran políticas que discriminarían a las empresas privadas.”
“De nuevo, en este punto, tampoco creo
haber logrado gran cosa.
“Con mucho tacto traté de insinuarle
a Castro que Muñoz Marín había hecho un magnífico trabajo
en Puerto Rico en lo que respecta a atraer capital privado
y en general a elevar el nivel de vida de su pueblo,
y que Castro muy bien podría enviar a Puerto Rico a uno de
sus principales asesores económicos para que conversara
con Muñoz Marín.
Esta sugerencia no lo entusiasmó mucho y señaló que el pueblo
cubano era ‘muy nacionalista’ y sospecharía de cualquier
programa iniciado en un país considerado como una ‘colonia’ de los
Estados Unidos.”
“Me inclino a pensar que la verdadera
razón de su actitud es simplemente que no estaba
de acuerdo con la firme posición de Muñoz como defensor
de la empresa privada y no quería consejos que
pudieran desviarlo de su objetivo de encaminar a Cuba hacia
una economía más socialista.”
“En los Estados Unidos no debería hablarse
tanto sobre sus temores de lo que podrían hacer los comunistas
en Cuba o en algún otro país de América Latina, Asia
o África.”
“También traté de situar en contexto nuestra
actitud hacia el comunismo al señalar que el comunismo
era algo más que simplemente un concepto y que sus agentes
eran peligrosamente eficaces para tomar el poder y establecer
dictaduras.”
“Cabe destacar que no hizo ninguna pregunta
sobre la cuota azucarera y ni siquiera mencionó específicamente la
ayuda económica.”
“Mi valoración de él como hombre
es de cierta forma ambivalente. De lo que sí podemos estar seguros
es de que posee esas cualidades indefinibles
que lo hacen ser líder de los hombres. Independientemente de lo que pensemos
sobre él, será un gran factor en el desarrollo de Cuba
y muy posiblemente en los asuntos de América Latina
en general. Parece ser sincero, pero o bien es increíblemente ingenuo
acerca del comunismo o está bajo la tutela comunista.”
“Pero como tiene el poder de liderazgo
al que me he referido, lo único que pudiéramos hacer es al
menos tratar de orientarlo hacia el rumbo correcto.”
Así finaliza su memorando confidencial a la Casa
Blanca.
Cuando Nixon comenzaba a
hablar, no había quién lo parara. Tenía
el hábito de sermonear a los mandatarios latinoamericanos. No llevaba apuntes de lo que pensaba decir,
ni tomaba nota de lo que decía. Respondía preguntas que no se le hacían. Incluía temas a partir solo de las opiniones
previas que tenía sobre el interlocutor.
Ni un alumno de enseñanza primaria espera recibir tantas clases juntas
sobre democracia, anticomunismo y demás materias en el arte de gobernar. Era fanático del capitalismo desarrollado y
su dominio del mundo por derecho natural.
Idealizaba el sistema. No
concebía otra cosa, ni existía la más mínima posibilidad de comunicarse con él.
La matanza comenzó con la administración de Eisenhower y Nixon.
No hay forma de explicar por qué Kissinger exclamó
textualmente que “correría la sangre si se supiera por ejemplo
que Robert Kennedy, Fiscal General, había dirigido personalmente
el asesinato de Fidel Castro”.
La sangre había corrido antes. Lo
que hicieron las demás administraciones, salvo excepciones, fue seguir la misma
política.
En un memorando fechado el 11 de diciembre de
1959, el jefe de la División del Hemisferio Occidental
de la CIA J. C. King dice
textualmente: “Analizar
minuciosamente la posibilidad de eliminar a Fidel Castro […] Muchas personas
bien informadas consideran que la desaparición de Fidel aceleraría
grandemente la caída del gobierno…”
Como fue reconocido
por la CIA y el Comité Senatorial Church
en 1975, los planes de asesinato
surgieron en 1960, cuando el propósito de destruir
la Revolución cubana quedó plasmado en el programa presidencial
de marzo de ese año.
El memorando elaborado por J. C. King
fue elevado al Director General de la Agencia, Allen Dulles, con una nota que solicitaba expresamente
la aprobación de esas y otras medidas. Todas fueron aceptadas y vistas con agrado, y
de modo especial la propuesta de asesinato, como se refleja
en la siguiente anotación al documento, firmada por Allen
Dulles y fechada un día después,
el 12 de diciembre:
“Se aprueba la recomendación contenida en el párrafo
3.”
En un proyecto de libro con análisis
detallado de los documentos desclasificados, elaborado por Pedro
Álvarez-Tabío, Director de la Oficina
de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, se informa que “hasta
1993 los órganos de la Seguridad del Estado cubano
habían descubierto y neutralizado un total de 627 conspiraciones
contra la vida del Comandante en Jefe Fidel Castro. Esta cifra incluye tanto los planes
que llegaron a alguna fase de ejecución concreta
como aquellos que fueron neutralizados en una etapa primaria,
así como otros intentos que por distintas vías y razones
han sido revelados públicamente en los propios Estados
Unidos. No incluye
una cantidad de casos que no pudieron ser verificados
por disponerse solamente de información testimonial de algunos
participantes, ni por supuesto, los planes posteriores a 1993.”
Anteriormente se pudo conocer, por el informe del coronel Jack Hawkins , jefe paramilitar
de la CIA durante los preparativos de la invasión
por Bahía de Cochinos, que “el Estado Mayor paramilitar estudió
la posibilidad de organizar una fuerza de asalto
de mayor envergadura que la pequeña fuerza de contingencia
planificada anteriormente”.
“Se pensó que esta fuerza desembarcaría
en Cuba luego de desarrollarse una efectiva actividad
de resistencia, incluidas fuerzas de guerrillas activas. Cabe señalar que durante este período
las fuerzas guerrilleras operaban exitosamente
en el Escambray.
Se concibió que el desembarco de la fuerza
de asalto, tras lograrse una actividad de resistencia
generalizada, precipitaría un levantamiento
general y proliferarían las deserciones entre las fuerzas armadas
de Castro lo que podría contribuir considerablemente a
su derrocamiento.
“El concepto para el empleo
de la fuerza en un asalto anfibio/aerotransportado
se analizó en reuniones del Grupo Especial durante
los meses de noviembre y diciembre de 1960. Si bien el grupo no adoptó una decisión
definitiva sobre el empleo de dicha fuerza tampoco se opuso
a que continuara desarrollándose para su posible uso. El presidente Eisenhower fue informado
sobre esta idea a finales de noviembre de ese año
por representantes de la CIA.
El Presidente manifestó su deseo de que se continuaran
enérgicamente todas las actividades que ya estaban desarrollando
los departamentos pertinentes.”
¿Qué informó Hawkins sobre
“los resultados del programa de operaciones encubiertas contra Cuba
desde septiembre de 1960 hasta abril de 1961”?
Nada menos que lo siguiente:
“a. Introducción de los Agentes
Paramilitares. Setenta agentes
paramilitares entrenados, incluidos diecinueve operadores de radio, fueron
introducidos en el país objetivo.
Diecisiete radio operadores lograron establecer circuitos
de comunicación con las oficinas centrales de la CIA,
aunque algunos fueron capturados más tarde o perdieron sus equipos.
“b. Operaciones de Abastecimiento
Aéreo. Estas operaciones
no tuvieron éxito.
De las 27 misiones que se intentaron sólo cuatro
lograron los resultados deseados.
Los pilotos cubanos demostraron pronto que no tenían
las capacidades requeridas para este tipo
de operación. El Grupo Especial
negó la autorización para contratar pilotos estadounidenses para
estas misiones, aunque se autorizó la contratación
de pilotos para un uso eventual.
“c. Operaciones de Abastecimiento
Marítimo. Estas operaciones
lograron un éxito considerable.
Las embarcaciones que prestaban servicio de Miami a Cuba
entregaron más de 40 toneladas de armas, explosivos
y equipos militares, e infiltraron y exfiltraron
a un gran número de efectivos.
Algunas de las armas entregadas se utilizaron
para apertrechar parcialmente a 400 guerrilleros que operaron
durante un tiempo considerable en el Escambray, provincia
de Las Villas. La mayoría
de los sabotajes perpetrados en La Habana y otros lugares
se realizaron con materiales suministrados de esta manera.
“d. Desarrollo de la Actividad
Guerrillera. Los agentes infiltrados en Cuba lograron desarrollar
una amplia organización clandestina que se extendía desde La Habana
hasta el resto de las provincias.
Sin embargo, sólo en el Escambray hubo una actividad
guerrillera verdaderamente efectiva, donde se estima que entre 600 y
1.000 efectivos guerrilleros mal equipados, organizados en bandas
de 50 a 200 hombres, operaron exitosamente durante más
de seis meses. Un coordinador
para la acción en el Escambray entrenado
por la CIA entró a Cuba clandestinamente y logró
llegar a la zona en que se encontraba la guerrilla, pero enseguida
fue capturado y ejecutado rápidamente. Otras pequeñas unidades guerrilleras operaban
en ocasiones en las provincias de Pinar del Río
y Oriente, pero no lograron resultados significativos. Los agentes reportaron que había gran
cantidad de hombres desarmados en todas las provincias
dispuestos a participar en la actividad guerrillera si contaban
con armas.”
“e. Sabotaje.
(1) Durante el período de octubre
de 1960 al 15 de abril de 1961 la actividad
de sabotaje se comportó de la siguiente manera:
“(a).
Se destruyeron aproximadamente 300.000 toneladas de caña
de azúcar en 800 incendios.
“(b).
Se provocaron aproximadamente 150 incendios más, entre otros,
contra 42 casas de tabaco, dos plantas de papel,
una refinería de azúcar, dos lecherías, cuatro almacenes y 21 casas
de comunistas.
“(c).
Se perpetraron alrededor de 110 atentados dinamiteros
contra oficinas del Partido Comunista, la planta eléctrica de
La Habana, dos almacenes, la terminal de ferrocarriles, la terminal
de ómnibus, albergues de las milicias y líneas
de ferrocarriles, entre otros.
“(d).
Se colocaron unos 200 petardos en la provincia de La Habana.
“(e).
Se descarrilaron seis trenes, se destruyeron una estación
y los cables de microonda y numerosos transformadores
de electricidad.
“(f).
Un comando lanzó un ataque sorpresivo desde el mar contra
Santiago, que dejó fuera de servicio la refinería alrededor de
una semana.”
Hasta aquí lo que se conoce gracias
a la información de Hawkins. Cualquiera puede comprender que doscientas
bombas en la provincia principal de un país subdesarrollado que
vivía del monocultivo de la caña, trabajo semiesclavo,
y de la cuota azucarera, ganada durante casi dos siglos
como abastecedor seguro, y cuyas tierras y fábricas
de azúcar de mayor capacidad de producción eran propiedad
de grandes empresas norteamericanas, constituía un acto brutal
de tiranía contra el pueblo cubano.
Súmese a esto las demás acciones realizadas.
No digo más.
Por hoy basta.
Fidel Castro Ruz
7 de julio del 2007
3:00 p.m.