Reflexiones del Comandante en Jefe
EL IMPERIO
Y LA ISLA INDEPENDIENTE
La historia de Cuba en los últimos
140 años es la de la lucha por preservar la identidad e
independencia nacionales, y la historia de la evolución del imperio
de Estados Unidos, su constante pretensión de apropiarse de Cuba
y los horrendos métodos que hoy utiliza para mantener
el dominio del mundo.
Destacados historiadores cubanos han tratado con
profundidad estos temas en distintas épocas y en diversos y excelentes libros
que merecen estar al alcance de nuestros compatriotas. Estas reflexiones van dirigidas especialmente
a las nuevas generaciones con el objetivo de que conozcan hechos muy
importantes y decisivos en el destino de nuestra patria.
Primera parte: La imposición de la Enmienda
Platt como apéndice de la Constitución neocolonial cubana
de 1901.
La “doctrina de la fruta madura”
fue formulada en 1823 por John Quincy Adams, Secretario
de Estado y más tarde Presidente. Estados Unidos
inevitablemente lograría, por ley de gravitación política,
apoderarse de nuestro país al romperse la subordinación colonial
a España.
Bajo el pretexto de la voladura
del “Maine” ―suceso que está todavía por desentrañar, aprovechado
para desatar la guerra contra España, como el incidente
del Golfo de Tonkin, hecho que en cambio fue probadamente prefabricado a los efectos de
atacar a Viet Nam del Norte―, el presidente William
McKinley firmó la Resolución Conjunta del 20 de abril
de 1898, la cual declaraba “…que el pueblo de la isla de
Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”, “…que
los Estados Unidos por la presente declaran que no tienen deseo
ni intención de ejercer soberanía, jurisdicción o dominio sobre
dicha Isla, excepto para su pacificación, y afirman su
determinación, cuando esta se haya conseguido, de dejar el gobierno
y dominio de la Isla a su pueblo.” La Resolución Conjunta autorizó
al Presidente el uso de la fuerza para eliminar
el gobierno español en Cuba.
El coronel Leonard Wood,
jefe principal del regimiento de los Rough Riders, y Theodore Roosevelt,
segundo jefe de los voluntarios expansionistas que desembarcaron
en nuestro país por las playas próximas a Santiago
de Cuba, ya destruida por los acorazados norteamericanos la valiente pero
mal utilizada escuadra española y la infantería de Marina que llevaba a bordo,
solicitaron el apoyo de los insurrectos cubanos, que al precio
de enormes sacrificios habían desgastado y puesto
fuera de combate al ejército colonial español. El regimiento de los Rough Riders había desembarcado sin los
caballos.
Tras la derrota española
el 10 de diciembre de 1898, se firmó el Tratado
de París entre los representantes de la Reina Regente de España
y los del Presidente de Estados Unidos, en el cual,
a espaldas del pueblo de Cuba, se acordó que España
renunciaba a todo derecho de soberanía y propiedad sobre la isla
y la evacuaría. Cuba sería ocupada
por Estados Unidos con un carácter temporal.
Ya nombrado gobernador militar norteamericano y Mayor
General del Ejército, Leonard Wood
dictó la Orden 301 del 25 de julio de 1900,
por la que se decretó la realización de una elección
general para delegados a una Asamblea Constituyente que debería
reunirse en la ciudad de La Habana a las 12 del día
del primer lunes de noviembre de 1900, con el objetivo
de redactar y adoptar una Constitución para el pueblo
de Cuba.
El 15 de septiembre de 1900
se efectuaron los comicios, en los cuales fueron
seleccionados 31 delegados provenientes de los partidos
Nacional, Republicano y Unión Democrática.
El 5 de noviembre de 1900 se procedió
a realizar la apertura de la Convención Constituyente
en el Teatro Irijoa de La Habana, ocasión en que recibió el
nombre de Teatro Martí.
El general Wood, en representación
del Presidente de Estados Unidos, declaró constituida
la Asamblea. Wood les adelantó
los propósitos que abrigaba el gobierno de Estados Unidos:
“Cuando hayáis formulado las relaciones que, a vuestro juicio, deben
existir entre Cuba y Estados Unidos, el gobierno
de Estados Unidos adoptará sin duda alguna las medidas que
conduzcan por su parte a un acuerdo final y autorizado
entre los pueblos de ambos países, a fin de promover
el fomento de sus intereses comunes.”
La Constitución de 1901 dispuso en
su Artículo 2 que “componen el territorio
de la República, la Isla de Cuba, así
como las islas y cayos adyacentes que con ella estaban bajo
la soberanía de España hasta la ratificación del Tratado
de París de 10 de diciembre de 1898.”
Redactada la Constitución, llegó el momento
de definir las relaciones políticas entre Cuba
y Estados Unidos. Al efecto, el 12 de febrero
de 1901 se designó una comisión de cinco miembros
encargada de estudiar y proponer lo que procediera
al expresado fin.
El 15 de febrero el gobernador Wood invitó a
los miembros de la comisión a una pesquería y les
ofreció un banquete en Batabanó, ruta principal de acceso
a la Isla de Pinos, como se le conocía, entonces ocupada también
por las tropas de Estados Unidos que intervinieron
en la Guerra de Independencia de Cuba. En el propio Batabanó les dio
a conocer una carta del Secretario de la Guerra, Elihu
Root, en la que estaban contenidos los aspectos fundamentales
de la futura Enmienda Platt.
Según las instrucciones recibidas de Washington,
las relaciones entre Cuba y Estados Unidos debían regularse
por varios aspectos. El quinto
de estos era que, para facilitar a Estados Unidos
el cumplimiento de deberes tales como los que recaerían
sobre ellos por las estipulaciones ya expresadas,
y para su propia defensa, Estados Unidos podría adquirir
título, y conservarlo, de terrenos
para estaciones navales y mantener estas en ciertos puntos
específicos.
Al conocer la Convención Constituyente cubana
las condiciones exigidas por el gobierno de Estados Unidos,
aprobó, el 27 de febrero de 1901, una posición opuesta
a la del Ejecutivo norteamericano, en la cual
se eliminaba el establecimiento de estaciones navales.
El gobierno de Estados Unidos acordó con el
senador republicano de Connecticut, Orville H. Platt, la presentación de
una enmienda al proyecto de Ley de Presupuesto del Ejército que
convertiría en hecho consumado la implantación en suelo cubano de
bases navales norteamericanas.
En la Enmienda, aprobada
por el Senado de Estados Unidos
el 27 de febrero de 1901, por la Cámara
de Representantes el 1° de marzo, y sancionada
por el presidente McKinley al día siguiente,
como anexo a la “Ley concediendo créditos
para el Ejército en el año fiscal que termina
el 30 de junio de
“Art. VII.- Para poner en condiciones a
Estados Unidos de mantener la independencia de Cuba
y proteger al pueblo de la misma, así como
para su propia defensa, el Gobierno de Cuba venderá
o arrendará a Estados Unidos las tierras necesarias
para carboneras o estaciones navales en ciertos puntos
determinados que convendrán con el Presidente
de Estados Unidos.”
En el artículo VIII se añadía: “El
gobierno de Cuba insertará las anteriores disposiciones en
un tratado permanente con Estados Unidos.”
La rápida aprobación de la Enmienda
por el Congreso de Estados Unidos obedecía
a la circunstancia de encontrarse éste próximo a terminar
el período legislativo y contar el presidente
McKinley con mayoría segura en ambas Cámaras para aprobarla
sin dificultades. Estaba convertida
en Ley de Estados Unidos cuando,
el 4 de marzo, McKinley tomó posesión de su segundo
período presidencial.
Algunos miembros de la Convención
Constituyente mantuvieron la tesis de que no estaban facultados
para acordar la Enmienda solicitada por Estados Unidos,
ya que ello implicaba limitar la independencia y soberanía
de la República de Cuba.
Entonces el gobernador militar Leonard Wood se apresuró
a dictar una nueva Orden Militar, el 12 de marzo
de 1901, en la cual se declaraba que la Convención
estaba facultada para acordar las medidas de cuya constitucionalidad
se dudaba.
Otros miembros de la Convención,
como Manuel Sanguily, opinaron que la Asamblea debía disolverse antes
de acordar medidas que de tal manera ofendían la dignidad
y soberanía del pueblo de Cuba.
Pero en la sesión del 7 de marzo
de 1901 de nuevo se nombró una comisión
para redactar una respuesta al gobernador Wood, correspondiendo
la ponencia a Juan Gualberto Gómez, quien recomendó rechazar, entre
otras, la cláusula relativa al arriendo de estaciones navales
o carboneras.
Juan Gualberto Gómez mantuvo la más severa
crítica a la Enmienda Platt.
El 1° de abril sometió a discusión una ponencia
donde impugnaba el documento por contravenir los principios
del Tratado de París y la Resolución Conjunta. Pero la Convención suspendió
el debate sobre la ponencia de Juan Gualberto Gómez
y decidió enviar otra comisión para “conocer las miras
y propósitos del gobierno de Estados Unidos acerca
de cuantos particulares se refieran al establecimiento de un orden
definitivo de relaciones, en lo político
y en lo económico, entre Cuba y Estados Unidos,
y gestionar con el propio gobierno, las bases de un acuerdo
sobre esos extremos que proponer a la Convención
para su resolución final.”
Posteriormente, se eligió la comisión que
viajaría a Washington integrada por Domingo Méndez Capote, Diego
Tamayo, Pedro González Llorente, Rafael Portuondo Tamayo y Pedro
Betancourt, quienes arribaron a Estados Unidos
el 24 de abril de 1901.
Al día siguiente fueron recibidos por Root y Wood, quien
había viajado previamente a su país con ese propósito.
El gobierno norteamericano se apresuró
a declarar públicamente que la comisión visitaría Washington
por su iniciativa, sin invitación alguna
y sin carácter oficial.
El Secretario de la Guerra, Root, recibió
a la comisión el 25 y 26 de abril
de 1901 y les hizo saber de manera terminante que “el
derecho de Estados Unidos a imponer las discutidas
cláusulas había sido proclamado durante tres cuartos de siglo
a la faz del mundo americano y europeo y que
no estaban dispuestos a renunciarlo hasta el extremo
de poner en peligro su propia seguridad.”
Los funcionarios estadounidenses reiteraron que
ninguna de las cláusulas de la Enmienda Platt mermaba
la soberanía e independencia de Cuba sino,
por el contrario, la preservaría, y se aclaraba que
únicamente se intervendría en caso de graves perturbaciones, con
el solo objetivo de mantener el orden y la paz
interna.
La comisión dio a conocer su informe
en sesión secreta el 7 de mayo de 1901. Dentro de la comisión
se manifestaron serias discrepancias con respecto
a la Enmienda Platt.
El 28 de mayo se sometió
a discusión una ponencia redactada por Villuendas, Tamayo
y Quesada, en la que se aceptaba la Enmienda
con algunas aclaraciones y recomendando la concertación de
un tratado de reciprocidad comercial.
Esta ponencia fue aprobada
por 15 votos contra 14; pero el gobierno
de Estados Unidos no admitió tal solución, comunicando
por medio del gobernador Wood que sólo aceptaría la Enmienda
sin cualificación, y advirtió a la Convención en forma
de ultimátum que, siendo la Enmienda Platt “un estatuto acordado
por el Poder Legislativo de Estados Unidos,
el Presidente está obligado a ejecutarlo tal como es.
No puede cambiarlo ni modificarlo, añadirle o quitarle.
La acción ejecutiva que pide el estatuto
es la retirada de Cuba del Ejército norteamericano,
y el estatuto autoriza esta acción cuando
―y solamente cuando― se haya establecido un gobierno
bajo una Constitución que contenga, ya en su cuerpo o en
su apéndice, ciertas disposiciones terminantes, especificadas
en el estatuto […]
Si entonces él encuentra esas disposiciones
en la Constitución, estará autorizado para retirar
el Ejército;
si no las encuentra allí, entonces, no está
autorizado para retirar el Ejército…”
El Secretario de la Guerra
de Estados Unidos envió una carta a la Constituyente
cubana donde expresaba que la Enmienda Platt debía ser aprobada en
su totalidad sin ninguna aclaración, pues así aparecía adicionada
a la Ley de presupuesto norteamericana, y señalaba
que, en caso contrario, las fuerzas militares de su país
no serían retiradas de Cuba.
El 12 de junio de 1901, en otra
sesión secreta de la Asamblea Constituyente, fue sometida
a votación la incorporación de la Enmienda Platt como apéndice
a la Constitución de la República, aprobada
el 21 de febrero:
16 delegados votaron que sí y 11 votaron en contra. Se ausentaron de la sesión
Bravo Correoso, Robau, Gener y Rius Rivera, absteniéndose de votar
a favor de aquel engendro.
Lo peor de la Enmienda fue la hipocresía,
el engaño, el maquiavelismo y el cinismo con que
elaboraron el plan para apoderarse de Cuba, al extremo
de proclamar públicamente los mismos argumentos de John
Quincy Adams en 1823, sobre la manzana que caería
por gravedad. Esta manzana finalmente cayó, pero estaba podrida,
como previeron muchos pensadores cubanos durante casi medio siglo, desde
José Martí en la década de 1880 hasta Julio Antonio Mella, asesinado en enero
de 1929.
Nadie podría describir mejor lo que significaba
para Cuba la Enmienda Platt que el propio Leonard Wood, en dos fragmentos de la carta
confidencial, fechada el 28 de Octubre de 1901, a
su compañero de aventura Theodore Roosevelt:
“Por supuesto que a Cuba
se le ha dejado poca o ninguna independencia
con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora
es buscar la anexión. Esto, sin embargo, requerirá algún tiempo
y durante el período en que Cuba mantenga su propio
gobierno, es muy de desear que tenga uno que conduzca a
su progreso y a su mejoramiento.
No puede hacer ciertos tratados sin nuestro consentimiento,
ni pedir prestado más allá de ciertos límites y debe mantener
las condiciones sanitarias que se le han preceptuado,
por todo lo cual es bien evidente que está
en lo absoluto en nuestras manos y creo que
no hay un gobierno europeo que la considere por
un momento otra cosa sino lo que es, una verdadera dependencia
de Estados Unidos, y como tal es acreedora
de nuestra consideración.” …“Con el control que sin duda pronto
se convertirá en posesión, en breve prácticamente controlaremos
el comercio de azúcar en el mundo. La isla se americanizará
gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más
ricas y deseables posesiones que haya en el mundo...”
(Continuará
mañana jueves)