Enero 28 de 2008
Homenaje
a Martí
Hace cinco años tuvo lugar
en la capital de Cuba la Conferencia Internacional sobre el Equilibrio del
Mundo, en la que participaron delegados
de 43 países de todos los continentes, en honor a Martí con motivo del 150 aniversario
de su nacimiento.
En horas de la noche del 29
de Enero de ese año 2003 les hablé. Por obra del azar, o de muchos azares, se
repetía lo mismo de 1953, aunque de forma significativamente diferente; en aquella había que honrar su memoria
liberando a la Patria del yugo imperial;
en esta porque se hizo necesario
combatir en el terreno de las ideas las amenazas para la humanidad que
entrañaban las palabras del Presidente de Estados Unidos en la Academia de West
Point. Lo que expresé ese día, en sintonía
con mis convicciones más profundas,
ha sido punto
de partida para una parte importante de las reflexiones que escribí en la etapa
de convaleciente que me tocó vivir. Es
mi modesto tributo al Maestro. Así
saludo también a los cientos de intelectuales y hombres de ideas que de nuevo
se reúnen con el mismo propósito de rendir tributo a José Martí, en el 155
aniversario de su nacimiento. ¡No
tendría otras palabras para hacerlo!
Pido a nuestra prensa escrita lo publique, de ser posible, en páginas
interiores, para no restar espacio a otras noticias importantes de la
conmemoración.
Fidel Castro Ruz
Discurso pronunciado por el Presidente de la
República de Cuba Fidel Castro Ruz, en la clausura de la Conferencia
Internacional Por el Equilibrio del Mundo, en homenaje al 150 aniversario del
natalicio de nuestro Héroe Nacional José Martí, el 29 de enero del 2003.
Distinguidos
participantes en el Encuentro Internacional por el Equilibrio del Mundo como
homenaje al Aniversario 150 del natalicio de José Martí;
Estimados
invitados;
Compatriotas:
¿Qué significa Martí para
los cubanos?
En un
documento denominado El Presidio Político en Cuba, Martí cuando apenas tenía 18
años, después de sufrir cruel prisión a los 16 con grilletes de hierro atados a
sus pies, afirmó: “Dios existe, sin
embargo, en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser, y deja en el
alma que se encarna en él una lágrima pura.
El bien es Dios. La lágrima es la
fuente de sentimiento eterno.”
Para nosotros
los cubanos, Martí es la idea del bien que él describió.
Los que
reanudamos el 26 de julio de 1953 la lucha por la independencia, iniciada el 10
de octubre de 1868 precisamente cuando se cumplían cien años del nacimiento de
Martí, de él habíamos recibido, por encima de todo, los principios éticos sin
los cuales no puede siquiera concebirse una revolución. De él recibimos igualmente su inspirador
patriotismo y un concepto tan alto del honor y de la dignidad humana como nadie
en el mundo podría habernos enseñado.
Fue un hombre
verdaderamente extraordinario y excepcional.
Hijo de militar, nacido en un hogar de padre y madre españoles, deriva
en profeta y forjador de la independencia de la tierra que lo vio nacer; intelectual y poeta, siendo un adolescente al
iniciarse la primera gran contienda, fue capaz más tarde de conquistar el
corazón, el respeto, la adhesión y el acatamiento de viejos y experimentados
jefes militares que se llenaron de gloria en aquella guerra.
Amante
fervoroso de la paz, la unión y armonía entre los hombres, no vaciló en
organizar e iniciar la guerra justa y necesaria contra el coloniaje, la
esclavitud y la injusticia. Su sangre
fue la primera en derramarse y su vida la primera en ofrendarse como símbolo
imborrable de altruismo y desprendimiento personal. Olvidado y aun desconocido durante muchos
años por gran parte del pueblo por cuya independencia luchó, de sus cenizas,
como Ave Fénix, emanaron sus inmortales ideas para que casi medio siglo después
de su muerte un pueblo entero se enfrascara en colosal lucha, que significó el
enfrentamiento al adversario más poderoso que un país grande o pequeño hubiese
conocido jamás.
Hoy, al
cumplirse hace unas horas 150 años de su nacimiento, cientos de brillantes
pensadores e intelectuales de todo el mundo le rinden emocionados el homenaje
del profundo reconocimiento que merecen su vida y su obra.
Más allá de
Cuba, ¿qué recibió de él el mundo? Un
ejemplo excepcional de creador y humanista digno de recordarse a lo largo de
los siglos.
¿Por quiénes y
por qué? Por los mismos que hoy luchan y
los que mañana lucharán por los mismos sueños y esperanzas de salvar al mundo,
y porque quiso el azar que hoy la humanidad perciba sobre ella y tome
conciencia de los riesgos que él previó y advirtió con su visión profunda y su
genial talento.
El día en que
cayó, el 19 de mayo de 1895, Martí se inmolaba por el derecho a la vida de
todos los habitantes del planeta.
En la ya
famosa carta inconclusa a su amigo entrañable Manuel Mercado, que Martí
interrumpe para marchar sin que nadie pudiera impedirlo a un inesperado
combate, reveló para la historia su más íntimo pensamiento, que no por conocido
y repetido dejaré de consignar una vez más:
“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi
deber, [...] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan
por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre
nuestras tierras de América. Cuanto
hice hasta hoy, y haré, es para eso.”
Semanas antes,
al suscribir en Santo Domingo el Manifiesto de Montecristi junto al ejemplar
patriota latinoamericano Máximo Gómez, de origen dominicano y escogido por
Martí como jefe militar de las fuerzas cubanas, próximo a partir hacia Cuba,
entre otras muchas y brillantes ideas revolucionarias, Martí escribió algo tan
admirable que, aun a riesgo de aburrir, también necesito repetir: “La guerra de independencia de Cuba [...] es
suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de
las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al
equilibrio aún vacilante del mundo.”
Cuán
precozmente escribió esta última frase, que se ha convertido en el tema
principal de este encuentro. Nada hay
hoy más necesario y vital que ese distante y al parecer utópico equilibrio.
Ciento seis
años, cuatro meses y dos días después de
la carta de José Martí a Manuel Mercado, y ciento seis años, cinco meses y
veintiséis días después del Manifiesto de Montecristi firmado por Martí y
Gómez, el Presidente de Estados Unidos, en discurso pronunciado el 20 de
septiembre del 2001, ante el Congreso de esa nación, pronunció las siguientes
frases:
“Vamos a
utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria.”
“El país no
debe esperar una sola batalla, sino una campaña prolongada, una campaña sin
paralelo en nuestra historia.”
“Cualquier
nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o está con nosotros o está con el
terrorismo.”
“Les he pedido
a las Fuerzas Armadas que estén en alerta, y hay una razón para ello: se acerca la hora de que entremos en acción,
y ustedes nos van a hacer sentir orgullosos.”
“Esta es una
lucha de la civilización.”
“Los logros de
nuestros tiempos y la esperanza de todos los tiempos dependen de nosotros.”
“No sabemos
cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el
desenlace. [...] Y sabemos que Dios no
es neutral.”
En discurso
pronunciado el primero de junio del 2002, al cumplirse el 200 aniversario de la
Academia Militar de West Point, el Presidente de Estados Unidos, entre otras
cosas, declaró:
“En el mundo
en el que hemos entrado, la única vía para la seguridad es la vía de la
acción. Y esta nación actuará.
“Nuestra
seguridad requerirá que transformemos a la fuerza militar que ustedes dirigirán
en una fuerza militar que debe estar lista para atacar inmediatamente en
cualquier oscuro rincón del mundo, [...] que estemos listos para el ataque
preventivo cuando sea necesario defender nuestra libertad y defender nuestras
vidas.
“Debemos
descubrir células terroristas en 60 o más países.
[...]
“Enviaremos
diplomáticos a donde sean necesarios, y los enviaremos a ustedes, a nuestros
soldados, donde ustedes sean necesarios.
[...]
“Estamos ante
un conflicto entre el bien y el mal. [...]
No creamos un problema sino que revelamos un problema. Y dirigiremos al mundo en la lucha contra el
problema.”
Me pregunto
qué ideas habrían atravesado, a la velocidad de la luz, la genial inteligencia
de un hombre como Martí, para herirlo en lo más profundo de su infinito
corazón, si hubiese escuchado estas palabras en un mundo donde hoy habitan más
de 6 400 millones de seres humanos que, por una razón o por otra, tanto los
superricos como los superpobres, ven amenazadas sus esperanzas de sobrevivir.
Aquellas
palabras no las pronunciaba un loco desde un oscuro rincón de un
manicomio. Están avaladas por decenas de
miles de armas nucleares, millones de bombas y proyectiles destructores,
decenas de miles de misiles teleguiados y precisos, miles de bombarderos y aviones
de combate, con pilotos y sin pilotos; decenas de escuadras y destacamentos
navales con portaaviones y submarinos de propulsión nuclear o convencional,
bases militares con permiso o sin permiso en todos los rincones del mundo; satélites militares que espían cada kilómetro
cuadrado del planeta, sistemas de comunicación seguros e instantáneos,
capacidad de aplastar los de cualquier otro país y posibilidad de interceptar
simultáneamente miles de millones de conversaciones; arsenales fabulosos de armas químicas y
biológicas y presupuestos de gastos militares que se aproximan a 400 000
millones de dólares, con los cuales podrían enfrentarse y resolver muchos de
los principales problemas del mundo. Las
amenazas mencionadas han sido pronunciadas por quien dispone y puede ordenar el
empleo de esos medios. ¿Pretexto? El brutal ataque terrorista del 11 de
septiembre que costó la vida a miles de norteamericanos. El mundo entero se solidarizó con el pueblo
norteamericano e indignado condenó el ataque.
Con el apoyo unánime de la opinión mundial, pudo enfrentarse al flagelo
del terrorismo desde todos los ángulos y todas las corrientes políticas y
religiosas.
La batalla, como planteó
Cuba, debía ser fundamentalmente política y ética, en interés y con el apoyo de
todos los pueblos del mundo. Nadie podía
concebir la idea de enfrentar absurdas, desacreditadas e impopulares
concepciones terroristas que afectan a personas inocentes, aplicadas por
individuos, grupos, organizaciones, e incluso algún estado o gobierno,
utilizando para combatirlas un brutal terrorismo de estado universal y
proclamando como derecho de una superpotencia el posible exterminio de naciones
enteras, con empleo incluso de armas nucleares y otras de destrucción masiva.
En este instante, en que se
conmemora el 150 aniversario del natalicio de José Martí, el hombre que quizás
por vez primera en la historia planteó el concepto del equilibrio mundial, una
guerra está por comenzar como consecuencia del más colosal desequilibrio en el
terreno militar que jamás existió sobre la Tierra. Vencía ayer el plazo en virtud del cual la
más poderosa potencia del mundo proclamó su derecho unilateral a lanzar su
arsenal de las más sofisticadas armas contra otro país con o sin la
autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, institución ya de
por sí cuestionada por constituir el veto, prerrogativa exclusiva de cinco
países que son miembros permanentes, y la negación total del más elemental
principio democrático al resto de casi 200 Estados representados en la Asamblea
General de la Organización de Naciones Unidas.
El privilegio del veto ha
sido usado precisamente por el gobierno que hoy proclama su derecho a pasar por
encima de ese Consejo. Muy poco usado
por el resto de los cinco, los cambios radicales en la correlación de fuerzas militares
entre sus miembros, que se ha producido en los últimos 12 años, hacen casi
imposible que tal prerrogativa sea usada contra los deseos de quien no solo es
poderoso por su abrumadora potencia bélica, sino también económica, política y
tecnológica.
La inmensa mayoría de la
opinión mundial se opone a esa guerra
anunciada. Pero lo más importante es que
según encuestas recientes, hasta el 65% del pueblo norteamericano se oponía a
ese ataque sin la aprobación del Consejo de Seguridad. No constituye esto, sin embargo, un obstáculo
insuperable: enviadas las tropas y
listas para la acción, necesitadas de ser probadas las armas más sofisticadas,
es sumamente improbable que tal guerra no se desate, si las autoridades del
país amenazado de exterminio no acceden a todas las demandas de los que los
amenazan.
Nadie puede saber o
adivinar lo que puede ocurrir en cualquier guerra o situación semejante. Lo único que es posible afirmar es que la
amenaza de una guerra en Iraq ha estado
gravitando considerablemente sobre la economía mundial, hoy afectada por una
grave y profunda crisis que, unida al golpe fascista contra el gobierno
bolivariano de Venezuela, uno de los mayores exportadores de petróleo, ha
elevado los precios de este vital producto a niveles insoportables para la
inmensa mayoría del resto de los países, especialmente los más pobres, aun
antes de que haya sonado un disparo en Iraq.
Es ya opinión generalizada
que el propósito de la guerra en Iraq es tomar posesión de la tercera reserva
mundial de petróleo y gas, lo que preocupa extraordinariamente a casi todos los
demás países desarrollados, como los de Europa, que importa el 80% de la
energía, a la inversa de Estados Unidos, que apenas importa por el momento
entre el 20 y 25% de su consumo.
Ayer 28 de enero a las
nueve de la noche, el Presidente de Estados Unidos declaró ante el Congreso:
“Estados Unidos le pedirá
al Consejo de Seguridad de la ONU que se reúna el 5 de febrero para considerar
los hechos sobre los desafíos de Iraq al mundo.
[...]
“Vamos a consultar, pero
que no haya malos entendidos. Si Saddam
Hussein no se desarma plenamente, por la seguridad de nuestro pueblo y por la
paz del mundo encabezaremos una coalición para desarmarlo.
[...]
“Y si nos obligan a ir a la
guerra, vamos a luchar con el pleno poderío de nuestras Fuerzas Armadas.”
No se menciona una sola
palabra sobre la aprobación previa del Consejo de Seguridad.
Si nos apartamos de las
terribles consecuencias de una guerra en aquella región, que la única
superpotencia podría imponer a su arbitrio, el desequilibrio en el terreno
económico que hoy padece el mundo es de igual modo una enorme tragedia.
Crecen y se profundizan las
diferencias relacionadas con los países ricos y pobres, entre ellos y dentro de
ellos, es decir, crece el abismo en la distribución de la riqueza, el peor
azote de nuestra era, con su secuela de pobreza, hambre, ignorancia,
enfermedades, dolor y sufrimiento insoportables para los seres humanos.
¿Por qué no nos atrevemos a
decir que no puede haber democracia, libre opción ni libertad real en medio de
espantosas desigualdades, ignorancia, analfabetismo total o funcional, ausencia
de conocimientos y una falta asombrosa de cultura política, económica,
científica y artística a las que solo pueden acceder exiguas minorías, incluso
dentro de los países desarrollados, inundado el mundo por un millón de millones
de dólares de publicidad comercial y consumista, que envenena a las masas con
ansias de sueños y deseos inaccesibles, que conduce al despilfarro, la
enajenación, y la destrucción implacable de las condiciones naturales de la
vida humana? En apenas un siglo y medio
agotaremos los recursos energéticos y sus reservas probadas y probables que la
naturaleza tardó 300 millones de años en crear, sin que apenas se vislumbre un
sustituto viable.
¿Qué conocen las masas de
los complejos problemas económicos del mundo de hoy? ¿Quién les enseñó lo que es el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OMC, y otras instituciones
similares? ¿Quién les explicó las crisis
económicas, sus causas y consecuencias?
¿Quién les dijo que ya el capitalismo, la libre empresa y la libre
competencia apenas existen, y que 500 grandes empresas transnacionales
controlan el 80% de la producción y el comercio mundiales? ¿Quién les enseñó de bolsa de valores, de
especulación creciente con los productos de los cuales dependen los países del Tercer Mundo y con la compraventa de monedas que ascienden hoy a millones de
millones de dólares cada día? ¿Quién les
instruyó de que las monedas del Tercer Mundo son papeles que constantemente se
devalúan y sus reservas de dinero real o casi real escapan inexorablemente
hacia los países más ricos, como la ley física de Newton, y las terribles
consecuencias materiales y sociales de
esta realidad? ¿O por qué debemos
millones de millones de dólares impagables e incobrables, mientras decenas de
millones de personas, incluidos niños de cero a cinco años, mueren de hambre y enfermedades curables cada
año? ¿Cuántos son los que conocen que ya
la soberanía de los estados apenas existe, en virtud de Tratados en cuya
elaboración no tenemos participación alguna los países del Tercer Mundo, y por
los que somos en cambio cada vez más explotados y sometidos? ¿Cuántos los que están conscientes de que
nuestras culturas nacionales están siendo cada vez más destruidas?
Sería interminable seguir preguntando.
Basta una adicional para los que viven de la hipocresía y la mentira
acerca de los más sagrados derechos de los seres humanos, de los pueblos y de
la propia humanidad en su conjunto: ¿Por
qué no se levanta un monumento vivo a la hermosa y profunda verdad contenida en
el apotegma martiano “Ser culto es el único modo de ser libre”?
Lo afirmo en nombre de un
pueblo que bajo riguroso bloqueo e implacable guerra económica, a la que se
añadió la pérdida casi total de mercado, comercio y suministro exterior al
desintegrarse el campo socialista y la URSS, ha resistido inconmovible más de
cuatro décadas (Aplausos) y hoy constituye uno de los más unidos, socialmente
desarrollados, poseedores de conocimientos básicos, cultura política y
artística entre todos los pueblos del mundo.
Si en algo hemos sabido honrar al héroe, cuyo fecundo natalicio
conmemoramos hoy, es haber demostrado que un país pequeño y pobre, aun
cometiendo muchos inevitables errores de aprendizaje, puede hacer mucho con muy
poco.
El mayor monumento de los
cubanos a su memoria es haber sabido construir y defender esta trinchera, para
que nadie pudiera caer con una fuerza más sobre los pueblos de América y del
mundo.
De él aprendimos el
infinito valor y la fuerza de las ideas.
El orden económico impuesto
a la humanidad por el poderoso vecino del norte es insostenible e
insoportable. De nada servirán para
impedir el curso de la historia las más sofisticadas armas.
Los que durante siglos han
suministrado o suministran plusvalía y mano de obra barata son hoy miles de
millones. No pueden ser exterminados
como moscas. Van tomando cada vez más
conciencia de las injusticias de que son víctimas a través del hambre, los
sufrimientos y humillaciones que como seres humanos sufren, más que a través de
las escuelas y la educación que les niegan y por encima de las mentiras
desgastadas con las que el monopolio, el uso y el abuso de los medios masivos
de comunicación tratan de mantenerlos en eterna e imposible sumisión. Han aprendido lecciones elocuentes bastante
recientes como las de Irán, Indonesia, Ecuador y Argentina. Sin disparar un solo tiro y aun sin armas,
las masas pueden barrer gobiernos.
Cada vez son menos los
soldados nacionales dispuestos a disparar y ahogar en sangre a sus propios
compatriotas. El mundo no puede ser
gobernado con un soldado extranjero portando fusil, casco y bayoneta en cada
fábrica, en cada escuela, en cada parque, en cada comunidad grande o pequeña.
Un número creciente de
intelectuales, trabajadores instruidos, profesionales y miembros de las capas medias de los países
desarrollados se suman a la lucha por salvar a la humanidad de guerras
implacables contra los pueblos y contra la naturaleza.
A lo largo de la historia
ha quedado demostrado que de las grandes crisis han salido las grandes
soluciones, y en ellas y de ellas han surgido los líderes.
Nadie crea que los
individuos hacen la historia. Los
factores subjetivos influyen, aceleran con sus aciertos o retrasan con sus
insuficiencias y errores los procesos históricos, pero no determinan el
resultado final. Ni siquiera un hombre
tan genial como Martí —podría decirse igualmente de Bolívar, Sucre, Juárez,
Lincoln y otros muchos hombres admirables como ellos— habría sido conocido por
la historia de haber nacido, por ejemplo, treinta años antes o después.
En el caso de Cuba, de haber nacido nuestro Héroe Nacional en 1823 y
cumplido 30 años en 1853, en medio de una sociedad esclavista y anexionista
dueña de plantaciones y enormes masas de esclavos, y sin existir todavía el
poderoso sentimiento nacional y patriótico forjado por los gloriosos
precursores que iniciaron en 1868 nuestra primera guerra de independencia, no
habría sido posible entonces el inmenso papel que desempeñó en la historia de
nuestra Patria.
Por ello creo firmemente
que la gran batalla se librará en el campo de las ideas y no en el de las
armas, aunque sin renunciar a su empleo en casos como el de nuestro país u otro
en similares circunstancias si se nos impone una guerra, porque cada fuerza,
cada arma, cada estrategia y cada táctica tiene su antítesis surgida de la
inteligencia y la conciencia inagotables de los que luchan por una causa justa.
En el propio pueblo
norteamericano, al que nunca hemos visto como enemigo ni hemos culpado de las
amenazas y agresiones que durante más de 40 años hemos sufrido, podemos
percibir, a partir de sus raíces éticas, un amigo y un aliado potencial de las
causas justas de la humanidad (Aplausos).
Lo vimos ya cuando la guerra de Viet Nam. Lo vimos en algo que nos tocó tan cerca como
el secuestro del niño Elián González. Lo
vimos en su apoyo a la lucha de Martin Luther King. Lo vimos en Seattle y en Quebec, junto a
canadienses, latinoamericanos y europeos contra la globalización
neoliberal. Lo empezamos a ver ya en su
oposición a una guerra innecesaria, sin contar al menos con la aprobación del
Consejo de Seguridad. Lo veremos mañana
junto a los demás pueblos del mundo defendiendo el único camino que puede
preservar la especie humana de las propias locuras de los seres humanos.
Si algo me atrevo a sugerir a los ilustres visitantes aquí reunidos sería
lo que veo que ya están haciendo. No
obstante, a riesgo de cansarlos me permito repetir y reiterar: frente a las armas sofisticadas y
destructoras con que quieren amedrentarnos y someternos a un orden económico y
social mundial injusto, irracional e insostenible: ¡sembrar ideas!, ¡sembrar
ideas! ¡y sembrar ideas!; ¡sembrar conciencia!, ¡sembrar conciencia! ¡y sembrar
conciencia!
Muchas gracias.
(Ovación.)