LO PEOR Y MÁS DIFÍCIL ESTÁ POR VENCERSE TODAVÍA

El regreso del niño secuestrado causó gran satisfacción en nuestro pueblo. La mafia anexionista había sufrido una desastrosa derrota, y con ella la política imperialista contra Cuba. El pueblo norteamericano, al que siempre hemos respetado y al que nunca hemos culpado de los actos criminales de agresión por parte de sus gobiernos, creció ante nuestros ojos por su apoyo ampliamente mayoritario y noble a favor de los derechos del niño y su familia.

La acción enérgica pero serena de nuestro pueblo, unido, infatigable y tenaz, decidió la primera batalla de una larga lucha. Pudo transmitir al mundo su mensaje denunciando el monstruoso hecho, destruyendo mitos y mentiras de todo tipo. Su lucha resuelta fue expresión irrebatible de su alta moral, su elevada instrucción, su creciente cultura y conciencia política, su apego a la verdad y a los principios.

Sería sin embargo imperdonable ilusión olvidar que lo peor y más difícil está por vencerse todavía.

El secuestro de Elián fue un fruto más de la Ley asesina de Ajuste Cubano. En la propia embarcación rústica en que viajaba, murieron 11 personas, entre ellas niños, madres y ancianos. Nadie podría calcular cuántos han perdido su vida de esa forma y cuántos más la perderán. Después del regreso de Elián, decenas y decenas de menores nacidos en nuestra tierra fueron trasladados a las costas de Estados Unidos, en riesgosas operaciones realizadas por contrabandistas de seres humanos en lanchas procedentes de ese país o en rústicas embarcaciones, como la que naufragó con él a bordo. Un grupo de 37 personas permaneció cinco días en un islote solitario de las Bahamas sin agua ni alimentos. Descubiertos por pura casualidad, una madre embarazada en grave peligro de muerte y una niña inconsciente fueron trasladadas con urgencia a un hospital del sur de la Florida. Ni una palabra se habló con relación a lo ocurrido después. El gobierno de Estados Unidos niega toda información acerca de los niños sustraídos ilegalmente del país. Salvo excepciones, ni siquiera investigan ni sancionan a los contrabandistas de emigrantes. Interceptan sólo un mínimo de embarcaciones. En virtud de los acuerdos migratorios se comprometían a desalentar los viajes a Estados Unidos que no fueran por vías legales y seguras. Hicieron todo lo contrario: multiplicaron las prerrogativas y privilegios que concedía la siniestra Ley de Ajuste.

En días recientes fue devuelta a Cuba, entre otras personas que viajaban en una embarcación interceptada, una madre que llevaba consigo una niña operada del corazón en nuestro país hacía sólo varios días. ¡Algo increíble! Ese tratamiento médico, que en Cuba se presta gratuitamente como todos los demás servicios de salud, en Estados Unidos habría costado decenas de miles de dólares a los que tienen acceso a ellos. A tales extremos conduce una política despiadada y cruel. Cuarenta años antes, casi 15 mil niños cubanos habían sido trasladados clandestinamente sin sus padres a Estados Unidos en una de las operaciones más cínicas e infames de la historia, a partir de una grosera y repugnante mentira acerca de la patria potestad que sembró el pánico en muchas familias. Esos niños padecieron terribles sufrimientos y parte de ellos no volvieron a reunirse jamás con sus padres.

Trescientos mexicanos mueren cada año tratando de cruzar el muro que los separa de Estados Unidos. No se sabe cuántos haitianos y dominicanos perecen al hacerlo por vía marítima. Concédase el libre tránsito a los mexicanos, ciudadanos de un país que, junto a Canadá y Estados Unidos, es miembro del Tratado de Libre Comercio. Añádaseles ese mismo derecho a todos los latinoamericanos y caribeños. Ese sí sería un verdadero tributo a la vida y los derechos humanos de los pueblos de este hemisferio. O elimínese al menos la Ley de Ajuste Cubano para evitar la muerte y el repugnante tráfico de seres humanos entre Cuba y los Estados Unidos.

El bloqueo genocida, riguroso y brutal contra Cuba alcanzó la triste gloria de convertirse en el más prolongado de la historia. Siempre hubo en el Congreso de Estados Unidos legisladores que de un modo o de otro se oponían a esa política de hostilidad y agresiones al pueblo cubano. A lo largo de años han hecho intentos por limitar o reducir el rigor de tan criminal propósito de rendir por hambre y enfermedad a un pueblo que es indoblegable. Su número ha crecido en los últimos tiempos. Sus iniciativas chocan con el hecho de que el conjunto de pérfidas leyes, enmiendas y medidas gubernamentales dieron lugar a un verdadero nudo gordiano legislativo creado deliberadamente, cuyo desenredo es imposible excepto que se aplique la fórmula del personaje de la leyenda histórica: cortarlo de un tajo mediante ley aprobada por ambas Cámaras y refrendada por el Presidente de la nación, que ha perdido de forma casi total el control de las injustas medidas económicas contra Cuba.

La iniciativa de autorizar la venta a nuestro país de alimentos y medicinas, promovida por un creciente número de legisladores, refleja una toma de conciencia y el plausible propósito de poner fin a lo que en términos absolutamente jurídicos constituye un acto de genocidio, definido con toda precisión en el Tratado de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio y el Convenio relativo a la Protección debida a las Personas Civiles en Tiempo de Guerra, en 1948 y 1949 respectivamente, suscritos por casi la totalidad de los Estados del mundo, incluidos Cuba y Estados Unidos. La privación de alimentos y medicinas a la población de cualquier país está prohibida terminantemente aun en casos de guerra. Tales tratados incluso conceden el derecho a juzgar los hechos a los tribunales del país víctima.

La mafia cubano-americana se opone rabiosamente a que la prohibición de vender alimentos y medicinas se levante, pero aun si la misma prosperara, es absolutamente imposible conciliarla con las demás leyes y enmiendas que integran el bloqueo. Un país que ha soportado tal carga y que ha sido afectado directa o indirectamente en más de 100 mil millones de dólares, no estaría en condiciones de adquirir alimentos y medicinas mientras esté sometido a esa política de bloqueo y guerra económica que lo priva de los recursos indispensables para ello. Es justo admitir que, para los que se oponen a tan nefasta política contra nuestro país, cualquier pequeño paso hacia la eliminación del bloqueo constituye para ellos un motivo de satisfacción, y nosotros tenemos el deber de agradecer sus nobles y constructivos esfuerzos. Pero es igualmente comprensible nuestro deber de advertir a nuestro pueblo y a la opinión mundial que Cuba no resolvería absolutamente nada, ni puede aceptarlo, ni contaría con recursos para la adquisición de alimentos y medicinas en esas condiciones. A esto se añade que durante años los gobiernos de Estados Unidos han hecho caso omiso de las resoluciones aprobadas por la abrumadora mayoría de los países representados en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El 26 de julio a las 8 y 30 de la mañana, casi a la misma hora en que hace 47 años se inició la lucha por la independencia definitiva de nuestra patria, el pueblo de la capital en gigantesca marcha demandará el cese total del bloqueo genocida y la guerra económica que afecta cada día a 11 millones de cubanos.

No nos detendremos en la mitad del camino, llegaremos hasta el final en la batalla política en que estamos enfrascados. Pulverizaremos una por una todas las mentiras y la inmensa hipocresía de los que gobiernan el imperio. Lo denunciaremos en todas las tribunas de Cuba y del mundo. Los conocimientos y la cultura política de nuestro pueblo crecerán día a día como crecieron durante 7 meses de incesante batallar por el regreso de Elián. Nuestro mensaje llegará a todas partes y crecerá también la conciencia de los pueblos que de una u otra forma sufren su saqueo y agresiones. No habrá forma de evitarlo ni de contrarrestarlo.

Hacia el pueblo de Estados Unidos guardaremos toda la consideración y respeto que merece. No luchamos contra él, luchamos contra una política criminal e injustificable. Estaremos defendiendo también el derecho constitucional de sus ciudadanos a conocer la verdad, viajar y ver de cerca con sus propios ojos a Cuba, su derecho a la seguridad de sus propias familias evitando que muchos delincuentes y prófugos de la justicia viajen ilegalmente a Estados Unidos sin restricción alguna, su derecho a vender productos de su agricultura y su industria y adquirir bienes y servicios de nuestro país, su derecho a negociar con nosotros e invertir en igualdad de condiciones en aquellas ramas de la economía abiertas a la asociación e inversión de capital extranjero.

El volumen de nuestra economía no es importante, pero el derecho de los ciudadanos norteamericanos a relacionarse culturalmente y al intercambio económico con cualquier país del mundo sí es importante para ellos. Sólo una política sin ética ni principios dejaría de reconocerlo. Cuarenta y un años han demostrado que el esfuerzo por destruir una Revolución que tanta equidad, justicia social, educación y valores éticos y patrióticos trajo al pueblo cubano, ha sido y será inútil. No hay ni habrá forma de lograrlo. Cualquier intento de hacerlo por la fuerza tendría un costo político y humano impagable para los agresores, y sería también inútil.

¡La Ley asesina, el bloqueo genocida y la guerra económica, deben cesar totalmente, y cesarán!

 

(Editorial Publicado en Granma, Juventud Rebelde y Trabajadores, el 24 de julio del 2000.)