DISCURSO PRONUNCIADO POR EL MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES DE LA REPÚBLICA DE CUBA, FELIPE PÉREZ ROQUE, EN EL 58º PERÍODO DE SESIONES DE LA COMISIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE LAS NACIONES UNIDAS. GINEBRA, 26 DE MARZO DEL 2002.
Señor Presidente:
No creo necesario insistir aquí en verdades que ya nadie cuestiona, como la creciente falta de credibilidad y la extrema politización que lastran hoy los trabajos de la Comisión de Derechos Humanos. El descrédito crece, el tiempo se acaba. Es preciso democratizar los métodos de esta Comisión, restablecer con transparencia sus objetivos y sus reglas; en una palabra, fundarla de nuevo. Requerimos una Comisión al servicio de los intereses de todos, y no rehén de las imposiciones de una minoría o, como es cada día más evidente, de los caprichos del más poderoso.
Es imprescindible desterrar de esta Comisión los dobles raseros. ¿Acaso los que hoy cuestionan la legitimidad de las elecciones en un país africano dijeron una palabra cuando, hace apenas un año, en medio del escándalo, debimos esperar casi un mes para conocer quién sería el Presidente de los Estados Unidos?
Es imprescindible desterrar de esta Comisión la selectividad. El pasado año, la Comisión adoptó resoluciones y declaraciones criticando la situación de derechos humanos en 18 países del Tercer Mundo. Algunas, como la de Cuba, fueron impuestas mediante brutales presiones. Sin embargo, ni una sola decisión mencionó violaciones de derechos humanos en el mundo desarrollado. ¿Es porque no existen tales violaciones, o porque resulta imposible en esta Comisión criticar a un país rico?
Es imprescindible desterrar de esta Comisión la desigualdad. Una minoría de países ricos y desarrollados imponen aquí sus intereses. Son los que pueden acreditar aquí delegaciones numerosas, son los que presentan la mayoría de las resoluciones y decisiones que se adoptan, son los que tienen todos los recursos para realizar su trabajo, son siempre los jueces y jamás los acusados. Del otro lado, estamos nosotros, los países subdesarrollados, que representamos tres cuartas partes de la población mundial. Somos siempre los acusados, y los que con grandes sacrificios y escasos recursos tratamos aquí de ser escuchados.
Es imprescindible desterrar de esta Comisión la arbitrariedad y la falta de espíritu democrático. ¿No resulta acaso vergonzosa la presión ejercida por el Gobierno de los Estados Unidos para regresar a la Comisión de Derechos Humanos sin enfrentar una votación? ¿No resulta casi risible, si no fuera realmente patética, la reacción con la que Estados Unidos ha querido tomar represalia por su justa exclusión de este foro?
Es imprescindible desterrar de esta Comisión el intento de ignorar la defensa de derechos humanos básicos para nosotros, los pueblos pobres del planeta. ¿Por qué los países ricos y desarrollados no reconocen con claridad nuestro derecho al desarrollo y a recibir financiamiento para lograrlo? ¿Por qué no se reconoce nuestro derecho a recibir compensación por los siglos de sufrimiento y saqueo que la esclavitud y el colonialismo impusieron a nuestros pueblos? ¿Por qué no se reconoce nuestro derecho a que se condone la deuda que ahoga a nuestros países? ¿Por qué no se reconoce nuestro derecho a salir de la pobreza, nuestro derecho a la alimentación, nuestro derecho a garantizar la atención de la salud de nuestros pueblos, nuestro derecho a la vida? ¿Por qué no se reconoce nuestro derecho a la educación, nuestro derecho a disfrutar del conocimiento científico y de nuestras culturas autóctonas? ¿Por qué no se reconoce nuestro derecho a la soberanía, nuestro derecho a vivir en un mundo democrático, justo y equitativo?
Señor Presidente:
Cuba considera que, pese a las diferencias de concepciones, ideologías y posiciones políticas entre nosotros, hay, sin embargo, un peligro común a todos: el intento de imponer una dictadura mundial al servicio de la poderosa superpotencia y sus transnacionales, que ha declarado sin ambages que se está con ella o contra ella.
¿Por qué no reclamamos a Estados Unidos que renuncie a seguir desatando guerras que no sólo no resuelven los conflictos, sino crean otros nuevos y aún más peligrosos? ¿Por qué no le reclamamos que renuncie a los planes de empleo del arma nuclear? ¿Por qué no le reclamamos que no rompa el tratado ABM? ¿Por qué no le reclamamos que se comprometa a aceptar el principio de verificación previsto en el protocolo adicional a la convención sobre armas biológicas? ¿Por qué no le reclamamos que cese su apoyo incondicional y su complicidad ante el genocidio del pueblo palestino perpetrado por el ejército israelí? ¿Por qué no le reclamamos que renuncie al intento de convertir a la Organización de Naciones Unidas en instrumento al servicio de sus intereses? ¿Por qué no le reclamamos que contribuya al establecimiento del Tribunal Penal Internacional justo, democrático e imparcial que necesitamos, y no a este intento torcido de crear un tribunal subordinado a la voluntad de los poderosos? ¿Por qué no le reclamamos que respete las convenciones internacionales y los principios del derecho internacional humanitario en el trato a los prisioneros de la guerra contra el terrorismo?
¿Por qué no le reclamamos que firme el Protocolo de Kyoto? ¿Por qué no le reclamamos que reconozca el compromiso de dedicar el 0,7 por ciento del Producto Interno Bruto a la Ayuda Oficial al Desarrollo? ¿Por qué no le reclamamos que ponga fin a las prácticas proteccionistas unilaterales y renuncie a subordinar a sus intereses a la Organización Mundial del Comercio? ¿Por qué no le reclamamos que renuncie a imponer arbitrarios aranceles, como acaba de hacer con el acero y otros productos, que arruinan ramas completas de la economía de otros países? ¿Por qué no le reclamamos que deje de oponerse en solitario a la proclamación del derecho a la alimentación como un derecho humano básico y fundamental? ¿Por qué no le reclamamos que renuncie a bloquear las fórmulas que garanticen el acceso de los enfermos de SIDA a los medicamentos? ¿Por qué no le reclamamos que derogue la Ley Helms-Burton y la aplicación extraterritorial de sus leyes? ¿Por qué no le reclamamos el respeto a la legislación internacional en materia de propiedad intelectual?
¿Por qué no le reclamamos que renuncie a la idea de convertir a la Comisión de Derechos Humanos en instrumento para acusar y juzgar a los países pobres? ¿Por qué no le reclamamos dejar de buscar la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio? ¿Por qué no le reclamamos que se ocupe del escandaloso caso de Enron y de la corrupción en los propios Estados Unidos, y deje de sermonear sobre la corrupción en el resto del mundo? ¿Por qué no le pedimos que renuncie al principio de "haz lo que yo digo y no lo que yo hago"?
Y ahora, con todo respeto, les pregunto a ustedes, representantes de los países ricos y desarrollados: ¿por qué si ustedes en privado coinciden con casi todo lo que acabo de decir, callan, sin embargo, y no encabezan el enfrentamiento a estos peligros que nos amenazan a todos? ¿Es que acaso ustedes tienen derecho a renunciar a sus propios valores?
¿Es que acaso no deben ser respetados la voluntad y los intereses de la inmensa mayoría de la población del planeta? ¿No creen los países occidentales, hasta ayer aliados de Estados Unidos en un mundo bipolar, pero hoy víctimas como nosotros de este orden peligroso e insostenible que nos intentan imponer, que ha llegado la hora de defender juntos nuestros derechos? ¿Por qué no intentar una nueva alianza por un futuro de paz, seguridad y justicia para todos? ¿Por qué no intentar una coalición que proclame otra vez en su bandera la aspiración de libertad, igualdad y fraternidad para todos los pueblos? ¿Por qué no luchar por la democracia no sólo dentro de los países, sino en las relaciones entre los países? ¿Por qué no creer en que un mundo mejor es posible?
Señor Presidente,
No puedo terminar sin decir unas palabras sobre Cuba. Lo hago no tanto por nuestro país, cuyo pueblo generoso y valiente ha derrotado por más de cuatro décadas la agresión y la guerra económica, sino pensando en que la manipulación que se fabrica y la condena que se pretende imponer por la fuerza contra Cuba, puedan intentarse mañana en esta misma Comisión contra cualquier otro país representado en esta sala. No pienso en Cuba, repito, a la que nada ni nadie podrán negar ya un futuro de justicia y dignidad para sus hijos, sino en la credibilidad de esta Comisión de Derechos Humanos y del sistema de las Naciones Unidas.
Estados Unidos ha debido enfrentar este año una situación nueva. A su exclusión de esta Comisión ha venido a sumarse el anuncio del Gobierno de la República Checa de que no se prestará para presentar esta vez la resolución contra Cuba. Nuestro país ha tomado nota de este anuncio y esperará a ver si tal decisión resulta definitiva.
Sin embargo, el Gobierno de los Estados Unidos, incluidas sus más altas autoridades, realizan frenéticas gestiones en América Latina, con mucho garrote y poca zanahoria, para lograr que uno o varios países de nuestra región accedan a desempeñar este ignominioso papel. Confiamos en que no aparezca ahora un Judas en Latinoamérica.
No emplearé un solo minuto en defender la obra generosa y noble de la Revolución Cubana en favor de todos los derechos, civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, del pueblo cubano. Sólo diré que no existe el país con la autoridad moral para proponer una condena contra Cuba.
Nos opondremos con todas nuestras fuerzas al intento de singularizar a Cuba. Rechazaremos una resolución diga lo que diga y rechazaremos cualquier otra manipulación. No aceptaremos llamamientos conciliatorios ni exhortaciones a colaborar, pues no son necesarias.
Si algún gobierno se prestase a la maniobra contra Cuba, estamos convencidos de que no lo haría por supuestas convicciones democráticas o compromiso con la defensa de los derechos humanos. Lo haría por falta de valor para enfrentar las presiones de Estados Unidos, y esa traición no podría merecer otra cosa que nuestro desprecio.
Sabemos muy bien que nuestro pequeño país encarna, para miles de millones de hombres y mujeres de América Latina, África, Asia y Oceanía que hoy se debaten en la desesperanza, la certeza de que es posible vivir en un país independiente, con libertad y justicia. Incluso, muchos millones de pobres y explotados del Primer Mundo, a los que se unen intelectuales, capas medias y otras personas cuya ética rechaza las injusticias, inmoralidades y riesgos ecológicos que hoy prevalecen en el mundo, comparten con los pueblos del Tercer Mundo la misma certeza y la misma esperanza de que un mundo mejor es posible y están dispuestos a luchar por él. Seattle, Québec, Davos, Génova y otros acontecimientos similares lo demuestran.
Como los tiempos, señores delegados, no son para miedos, concesiones y debilidades, dejo a un lado los formalismos y ruego me excusen si repito lo mismo que el pasado año cuando se nos pedían gestos genuflexos ante el gobierno de los Estados Unidos, concluyendo mis palabras con la consigna de un pueblo heroico que no se doblega ni se doblegará frente a la potencia imperialista más poderosa que ha existido en la historia:
¡Patria o muerte! ¡Venceremos!