REFLEXIONES DEL COMANDANTE EN JEFE
LO QUE APRENDIMOS DEL VI ENCUENTRO
HEMISFÉRICO DE LA HABANA.
María Luisa Mendonça trajo al Encuentro de La Habana el
impactante documental sobre el corte manual de caña en Brasil.
En una síntesis que elaboré, como en
la reflexión anterior, con párrafos y frases del original, la esencia de lo que María Luisa
expresó fue lo siguiente:
Sabemos que la mayoría de las
guerras en las últimas décadas tienen como el factor central el control de
fuentes de energía. El consumo de energía es garantizado a sectores
privilegiados, tanto en los países centrales como en países periféricos,
mientras la mayoría de la población mundial no tiene acceso a los servicios
básicos. El consumo per cápita de energía en Estados Unidos es de 13 000 kilowatts,
mientras el promedio mundial es de 2 429 y en América Latina el
promedio es de 1 601.
El monopolio privado de fuentes de
energía es garantizado por cláusulas en Acuerdos de Libre Comercio bilaterales
o multilaterales.
El papel de los países periféricos
es producir energía barata para los países ricos centrales, lo que representa
una nueva fase de la colonización.
Es necesario desmitificar la
propaganda sobre los supuestos beneficios de los agrocombustibles. En el caso
del etanol, el cultivo y procesamiento de la caña de azúcar contamina los
suelos y las fuentes de agua potable, porque utiliza una gran cantidad de
productos químicos.
El proceso de destilación del etanol
produce un residuo que se llama vinaza.
Por cada litro de etanol producido, son generados de 10 a 13 litros
de vinaza. Una parte de este residuo
puede ser utilizado como fertilizante, pero la mayor parte contamina ríos y fuentes
de aguas subterráneas. Si Brasil produce 17 000 ó 18 000 millones
de litros de etanol por año, eso significa que por lo menos 170 000 millones
de litros de vinaza se depositan en las regiones de los cañaverales. Imaginen el impacto en el medio ambiente.
La quema de la caña de azúcar, que
sirve para facilitar la cosecha, destruye gran parte de los microorganismos del
suelo, contamina el aire y causa muchas enfermedades respiratorias.
El Instituto Nacional de
Investigaciones Espaciales de Brasil decreta casi todos los años en São Paulo
—que representa el 60% de la producción de etanol en Brasil— una situación
de emergencia, porque las quemas han llevado la humedad del aire a niveles
extremadamente bajos, entre 13% y 15%. Es imposible respirar en ese período en la
región de São Paulo donde se cosecha la caña.
La expansión de la producción de
agroenergía, como sabemos, es de gran interés para empresas de organismos
genéticamente modificados o transgénicos, como Monsanto, Syngenta, Dupont, Bass
y Bayer.
En el caso de Brasil, la empresa
Votorantim ha desarrollado tecnologías para la producción de una caña transgénica,
que no es comestible, y sabemos que muchas empresas están desarrollando este
mismo tipo de tecnología, y como no hay medios para evitar la contaminación de
los transgénicos en los campos de cultivos nativos, esta práctica pone en
riesgo la producción de alimentos.
Con relación a la desnacionalización
del territorio brasileño, grandes empresas han adquirido ingenios de caña en
Brasil: Bunge, Novo Group, ADM, Dreyfus,
además de los megaempresarios George Soros y Bill Gates.
Como consecuencia de esto, sabemos
que la expansión de la producción de etanol ha generado la expulsión de
campesinos de sus tierras y ha creado una situación de dependencia de lo que
llamamos la economía de la caña, porque no es que la industria de la caña
genere empleos, es lo contrario, genera desempleo, porque esa industria controla
el territorio. Eso significa que no hay
espacios para otros sectores productivos.
Al mismo tiempo, tenemos la
propaganda de la eficiencia de esta industria. Sabemos que se basa en la explotación de una
mano de obra barata y esclava. Los
trabajadores son remunerados por cantidad de caña cortada y no por horas
trabajadas.
En el estado de São Paulo, que es
donde está la industria más moderna —moderna entre comillas por supuesto— y es
el mayor productor del país, la meta de cada trabajador es cortar entre 10 y 15 toneladas
de caña por día.
Un profesor de la universidad de
Campinas, Pedro Ramos, hizo estos cálculos:
en los años ochenta los trabajadores cortaban alrededor de 4 toneladas
por día y sacaban el equivalente a más o menos 5 dólares. Actualmente, para sacar 3 dólares por
día, es necesario cortar 15 toneladas de caña.
El propio Ministerio del Trabajo en
Brasil hizo un estudio en el que dice que antes 100 metros cuadrados de
caña sumaban 10 toneladas; hoy, con
la caña transgénica, es necesario cortar 300 metros cuadrados para
alcanzar 10 toneladas. Entonces,
los trabajadores tienen que trabajar tres veces más para cortar 10 toneladas.
Este patrón de explotación ha causado serios problemas de salud y hasta la
muerte a trabajadores.
Una investigadora del Ministerio del
Trabajo en São Paulo dice que el azúcar y el etanol de Brasil están
bañados de sangre, sudor y muerte. El Ministerio del Trabajo en São Paulo, en
el año 2005, ha registrado 450 muertes de trabajadores por otras causas,
como asesinatos y accidentes ―porque el transporte hacia los ingenios es
muy precario― y también a consecuencia de enfermedades como paros
cardiacos y cáncer.
Según María Cristina Gonzaga, que
hizo la pesquisa, esta investigación del Ministerio del Trabajo muestra que en
los últimos cinco años 1 383 trabajadores de la caña han muerto
solamente en el estado de São Paulo.
El trabajo esclavo también es común
en este sector. Los trabajadores
son generalmente migrantes del nordeste o de Minas Gerais, que son
seducidos por intermediarios. Normalmente el contrato no es directamente con la
empresa, sino a través de intermediarios, que en Brasil los llamamos “gatos”,
que seleccionan mano de obra para los ingenios.
En el 2006, la Fiscalía del Ministerio
Público inspeccionó 74 ingenios, solamente en São Paulo, y todos fueron
procesados.
Solo en marzo de 2007, los fiscales
del Ministerio del Trabajo rescataron 288 trabajadores en situación de
esclavitud en São Paulo.
Ese mismo mes, en el estado de Mato
Grosso se rescataron 409 trabajadores en un ingenio que produce etanol;
entre ellos había un grupo de 150 indígenas. En esa área del centro del país, en Mato
Grosso, hay esta característica de utilizar indígenas en el trabajo esclavo de
la caña.
Todos los años cientos de
trabajadores sufren condiciones semejantes en los cañaverales. ¿Cómo son estas condiciones? Trabajan sin un registro formal, sin equipos
de protección, sin agua o alimentación adecuada, sin acceso a baños y con
viviendas muy precarias; además, tienen que pagar por vivienda, por comida, que
es muy cara, y necesitan pagar por instrumentos como botas y machetes y, por
supuesto, en caso de accidentes de trabajo, que son muchísimos, no reciben el
tratamiento adecuado.
Para
nosotros, la cuestión central es eliminar el latifundio, porque detrás de esta
imagen moderna hay un problema central, que es el latifundio en Brasil y, por
supuesto, en otros países de América Latina.
También es necesaria una política seria de producción de alimentos.
Con
esto quería presentar un documental que hicimos en el estado de Pernambuco con
trabajadores de la caña, que es una de las regiones donde más se produce la
caña de azúcar, y así ustedes van a ver realmente cómo son las condiciones.
Este
documental fue hecho con la Comisión Pastoral de la Tierra en Brasil y con
sindicatos de trabajadores forestales del estado de Pernambuco.
Así
concluye su intervención la destacada y aplaudida dirigente brasileña.
A continuación
expongo las opiniones de los cortadores de caña, contenidas en el material
fílmico entregado por María Luisa. Cuando en el documental no aparecen
identificadas las personas, se indica su condición de hombre, mujer o joven. No
las incluyo todas por su extensión.
Severino Francisco da
Silva.- Cuando tenía 8 años, mi
padre se mudó al ingenio del Junco. Y
cuando llegué, yo estaba por cumplir 9, mi padre empezó a trabajar, y yo ataba
la caña con él. Trabajé unos 14 ó 15 años
en el ingenio del Junco.
Una mujer.- Hace 36 años que vivo aquí en este
ingenio. Me casé aquí y tuve 11 hijos.
Un hombre.- Hace muchos años que trabajo en el corte de
la caña, no sé ni contar.
Un hombre.- Empecé a trabajar con 7 años y mi vida
es cortar caña y desmalezar.
Un joven.- Nací aquí, tengo 23 años, desde los 9 años
corto caña.
Una mujer.- Trabajé 13 años aquí en la Planta
Salgado. Yo sembraba caña, sembraba fertilizante, limpiaba caña, hierba.
Severina Conceição.- Todos estos trabajos del campo yo los sé
hacer: sembrar fertilizante, sembrar
caña. Hacía de todo con el bombo de este tamaño (se refiere al embarazo) y el
canasto al costado, y seguía trabajando.
Un hombre.- Trabajo,
todos los trabajos son difíciles, pero la cosecha de la caña es el peor que hay
en Brasil.
Edleuza.- Llego a casa y voy a lavar los platos, a
arreglar la casa, cuidar del servicio doméstico, hacer las cosas. Cortaba caña,
y a veces llegaba a casa y no podía ni lavar los platos, estaba con las manos
lastimadas, llenas de callos.
Adriano Silva.- El problema es que el administrador exige
mucho en el trabajo. Hay días que uno
corta caña y cobra, pero hay días que no cobra nada. A veces alcanza y a veces no.
Misael.- La situación aquí es perversa, el
administrador quiere disminuir el peso de la caña. Dijo que lo que nosotros cortemos aquí es lo
que tenemos y se acabó. Estamos
trabajando como esclavos, ¿entiende? ¡De
esta manera no es posible!
Marcos.- El trabajo de la cosecha de la caña es un
trabajo esclavo, es un trabajo difícil. Salimos
a las 3:00 de la mañana, llegamos a las 8:00 de la noche. Es bueno solamente para el patrón, porque cada
día que pasa él gana más y el trabajador pierde, disminuyendo la producción, y
queda todo para el patrón.
Un hombre.- A veces dormimos sin bañarnos, no hay agua,
nos bañamos en un arroyito que pasa por ahí abajo.
Un joven.- Aquí no hay leña para cocinar, cada uno, si
quiere comer, tiene que salir a conseguirse leña.
Un hombre.- El almuerzo es lo que uno trae de casa, trae
una comida, come así no más, en ese sol, va tirando para adelante como puede en
la vida.
Un joven.- Quien trabaja mucho necesita tener una
alimentación suficiente. Mientras que el
dueño de la planta azucarera está en la regalía, tiene de lo bueno y de lo
mejor, nosotros aquí sufriendo.
Una mujer.- Pasé mucha hambre. Fui a dormir muchas noches con hambre, a
veces no tenía nada para comer, ni para darle a mi hija; algunas veces yo buscaba sal, que era lo más
fácil de encontrar.
Egidio Pereira.- La persona tiene dos o tres hijos, y si no se
cuida, se muere de hambre; no alcanza
para vivir.
Ivete
Cavalcante.- Aquí no existe sueldo, hay
que limpiar una tonelada de caña por ocho reales; se gana lo que se logra cortar: si se corta una tonelada, se gana ocho reales,
no hay sueldo fijo.
Una mujer.- ¿Sueldo?
Yo no sé nada de eso.
Reginaldo
Souza.- A veces ellos pagan en
dinero. En esta época ellos están
pagando en dinero; ahora, en el invierno
pagan todo con vale.
Una mujer.- El vale, uno trabaja, él anota todo en un
papel, se lo pasa a la persona para que compre en el mercado. La persona no ve el dinero que gana.
José Luiz.- El administrador hace lo que quiere con las
personas. Lo que está ocurriendo es que
llamé para “sacar la media” de la caña, no quiso. Es decir: en este caso, él está obligando a
la persona a trabajar a la fuerza. De
esta manera la persona trabaja gratis para la empresa.
Clovis da
Silva.- ¡Eso nos mata! Uno se pasa medio día cortando caña, piensa
que va a conseguir algún dinero, y cuando él va a medir, nos enteramos de que
el trabajo no valió nada.
Natanael.- El camión de llevar ganado aquí lleva
trabajadores, es peor que con el caballo del dueño; porque cuando el dueño coloca su caballo en el
camión, él le pone agua, le pone aserrín en el piso para que el caballo no se
arruine los cascos, pone pasto, una persona
para acompañarlo; y los
trabajadores, que se las arreglen: entró, cerró la puerta y se acabó. Ellos
tratan a los trabajadores como si fueran animales. El “Pro-Álcool” no ayuda a los trabajadores,
solamente ayuda a los proveedores de caña, ayuda a los patrones y los enriquece
cada vez más; porque si generara empleo
para los trabajadores, para nosotros sería fundamental, pero no genera empleos.
José Loureno.- Ellos tienen todo ese poder porque en la
Cámara, estadual o federal, tienen un político que representa a esas plantas
azucareras. Hay dueños que son
diputados, ministros, parientes de señores de ingenio, que facilitan esa
situación para los dueños y para los señores de ingenio.
Un hombre.- Nuestra lucha parece que no para nunca. No
tenemos vacaciones, aguinaldo, queda todo perdido. Además, un cuarto de sueldo, que es obligación, no lo
recibimos, es con lo que compramos una
ropa a fin de año y una ropa para los hijos. Ellos no nos entregan nada de eso, y vemos
que la situación se pone cada día más difícil.
Una mujer.- Yo soy trabajadora registrada, y jamás tuve
derecho a nada, ni certificado médico.
Cuando quedamos embarazadas, tenemos derecho a certificado médico, pero
yo no tuve ese derecho, garantía de familia; tampoco tuve aguinaldo, siempre
recibía alguna cosita, después no recibí más.
Un hombre.- Hace unos 12 años que él no paga ni
aguinaldo ni vacaciones.
Un hombre.- No puedes enfermarte, trabajas día y noche
arriba del camión, en el corte de la caña, de madrugada. Yo perdí mi salud, yo era fuerte.
Reinaldo.- Un día yo estaba con unas zapatillas en los
pies; cuando di un golpe de machete para
cortar la caña, me dio en el dedo, me cortó, terminé el trabajo y me vine para
casa.
Un joven.- Botas no hay, se trabaja así, muchos trabajan
descalzos, no hay condiciones. Dijeron
que la planta azucarera iba a donar botas.
Hace una semana que él se cortó el pie (señala) porque no hay botas.
Un joven.- Yo estaba enfermo, pasé tres días enfermo, no
cobré, no me pagaron nada. Fui al
médico, pedí certificado y no me lo dieron.
Un joven.- Hubo un muchacho que llegó de “Macugi”. Estaba
trabajando, en medio del trabajo empezó a sentirse muy mal, tuvo que
vomitar. El esfuerzo es grande, el sol
es muy caliente y la gente no es de hierro, el cuerpo del ser humano no
resiste.
Valdemar.- Trae muchas enfermedades ese veneno que
utilizamos (se refiere a los herbicidas).
Causa varios tipos de enfermedad: cáncer de piel, en los huesos, va
entrando en la sangre y daña la salud.
Uno siente náuseas, llega hasta caerse.
Un hombre.- En el período entre las cosechas
prácticamente no hay trabajo.
Un hombre.- El trabajo que el patrón te manda a hacer se
tiene que hacer; porque ustedes saben,
si no lo hacemos… Nosotros no mandamos; quienes mandan son ellos. Si te dan una tarea, hay que hacerla.
Un hombre.- Estoy aquí esperando que un día pueda tener
un pedacito de tierra para terminar mi vida así en el campo, para que yo pueda
llenarme la barriga y la barriga de mis hijos y de mis nietos, que viven aquí
conmigo.
¿Será que hay algo
más?
Fin del documental.
Nadie
más agradecido que yo por este testimonio y la presentación de María Luisa,
cuya síntesis acabo de elaborar. Me conducen
a los recuerdos de los primeros años de mi vida, una edad en que los seres humanos
suelen ser sumamente activos.
Nací
en un latifundio cañero, de propiedad privada, rodeado al norte, el este y el
oeste por grandes extensiones de tierra propiedad de tres transnacionales norteamericanas
que, en conjunto, poseían más de 250 mil hectáreas de tierra. El corte era
manual, en caña verde, no se usaban entonces herbicidas, ni siquiera
fertilizantes. Una plantación podía durar más de 15 años. La mano de obra
era tan barata que las transnacionales ganaban mucho dinero.
El
propietario de la finca cañera en que nací era un inmigrante de origen gallego
y familia campesina pobre, prácticamente analfabeto, a quien primero trajeron como
soldado en lugar de un rico que pagó por eludir el servicio militar y al final
de la guerra lo repatriaron a Galicia. Volvió a Cuba por su cuenta, como lo hizo
un incontable número de gallegos que viajó hacia países de América Latina.
Trabajó como peón de una importante transnacional, la United Fruit Company.
Tenía cualidades como organizador, reclutó un número elevado de jornaleros como
él, se hizo contratista y compró finalmente tierras en la zona colindante al
sur de la gran empresa norteamericana con la plusvalía acumulada. La población cubana en la región oriental, de
tradición independentista, había crecido notablemente y carecía de tierra; pero el peso principal de la agricultura
oriental, a principios del pasado siglo, caía sobre esclavos liberados pocos
años antes o descendientes de los antiguos esclavos y sobre los inmigrantes procedentes
de Haití. Los haitianos no tenían familia. Vivían solos en sus míseras
viviendas de guano y tablas de palma, agrupados en caseríos, con la presencia
de solo dos o tres mujeres entre ellos. Durante los breves meses de zafra se abrían las lides de gallos. Allí
jugaban los haitianos sus míseros ingresos, y el resto lo utilizaban para la
compra de alimentos, que pasaban por muchos intermediarios y eran caros.
El
propietario de origen gallego vivía allí, en la finca cañera. Salía solo a
recorrer las plantaciones y hablaba con todo el que lo solicitaba o deseaba
algo. Muchas veces accedía a las solicitudes, por razones más humanitarias que
económicas. Podía tomar decisiones.
Los
administradores de las plantaciones de la United Fruit Company eran
norteamericanos cuidadosamente seleccionados y bien remunerados. Vivían con sus
familias en regias mansiones, en lugares escogidos. Eran como dioses distantes,
que los hambrientos trabajadores mencionaban con respeto. No se les veía nunca
en los cortes, donde actuaban los subordinados suyos. Los dueños de las acciones
de las grandes transnacionales vivían en Estados Unidos o en cualquier parte
del mundo. Los gastos de las plantaciones estaban presupuestados y nadie podía
elevarlos un centavo.
Conozco
muy bien la familia del segundo matrimonio del inmigrante de origen gallego con
una joven campesina cubana muy pobre que, como él, no pudo asistir a una
escuela. Era muy abnegada y sumamente consagrada a la familia y a las
actividades económicas de la plantación.
Los
que en el exterior lean estas reflexiones por Internet se sorprenderán al
conocer que ese propietario era mi padre. Soy el tercer hijo de los siete de
ese matrimonio, que nacimos en la habitación de una casa de campo, muy lejos de
cualquier hospital, asistidos por la misma partera, una campesina dedicada en
cuerpo y alma a su tarea, que solo contaba con sus conocimientos prácticos. Aquellas
tierras fueron todas entregadas al pueblo por la Revolución.
Solo
me resta añadir que apoyamos totalmente el decreto de nacionalización de la
patente a una transnacional farmacéutica para la producción y comercialización
en Brasil de un medicamento contra el SIDA, el Efavirenz, de precio abusivamente
alto ―igual que otros muchos―, así como también la reciente solución
mutuamente satisfactoria del diferendo con Bolivia sobre las dos refinerías de
petróleo.
Reitero
que sentimos profundo respeto por el hermano pueblo de Brasil.
Fidel Castro Ruz
14 de mayo del 2007
5:12 p.m.