Reflexiones del compañero Fidel
EL OBJETIVO IRRENUNCIABLE
Alrededor de 35 mil especialistas cubanos de la
salud prestan servicios gratuitos o compensados en el mundo. Adicionalmente, un número de jóvenes médicos
de países como Haití y otros de los más pobres del Tercer Mundo laboran en su
patria por cuenta de Cuba. En el área
latinoamericana fundamentalmente contribuimos con operaciones oftalmológicas
que preservarán la vista a millones de personas. Estamos, por otra parte, contribuyendo a la
formación de decenas de miles de jóvenes estudiantes de medicina de otras
naciones, en Cuba o fuera de Cuba.
No es algo, sin embargo, que arruine a nuestro pueblo,
que pudo sobrevivir gracias al internacionalismo que la URSS aplicó con Cuba, y
nos ayuda a pagar nuestra propia deuda con la humanidad.
Meditando cuidadosamente y analizando en detalle la
historia de las últimas décadas, llego a la conclusión, sin chovinismo alguno,
de que Cuba cuenta con el mejor servicio médico del mundo, y es importante que
tomemos conciencia de ello, ya que es punto de partida de lo que deseo exponer.
La base del mencionado éxito está en la red de
policlínicos y consultorios establecida en todo el país, que sustituyó el
desastroso y precario sistema de atención médica capitalista basada en la
medicina privada, aunque la dura realidad había impuesto un número de centros
mutualistas de atención médica. Para los
más jóvenes aclaro que eran instituciones de carácter cooperativo donde por una
contribución mensual, se prestaban esos servicios. Los miembros de mi familia
recibíamos algunos por esa vía en un
hospital situado en la lejana capital de la antigua provincia de Oriente. No recuerdo, sin embargo, a un solo obrero
cañero o azucarero que pudiera formar parte de esa institución por carecer de
recursos y no viajaban nunca a esa ciudad.
Dondequiera que los principios del capitalismo reinan la sociedad
retrocede, de ahí el cuidado extremo que debemos tener cada vez que el
socialismo se vea obligado al uso de mecanismos
capitalistas. Algunos se embriagan y enajenan
soñando con los efectos de la droga del egoísmo individual como el único
resorte capaz de mover a las personas.
La gran necesidad de especialistas médicos generó en esta
rama el espíritu burgués de élite, al que se puso fin en Cuba definitivamente cuando
la Revolución a lo largo de muchos
años graduó cifras crecientes de médicos
que debían renunciar al ejercicio privado de la profesión, y más tarde se
convertían en especialistas mediante el estudio y la práctica sistemática, llegando
a constituir una masa de profesionales bien calificados.
En la sociedad capitalista un reducido número de
especialistas que tenían que ver con la salud y la vida se convertían en
dioses. En ellos, como entre los educadores de alto nivel y demás profesiones
que requieren de grandes dosis de conocimientos, no queda otra alternativa que cultivar
a fondo el espíritu revolucionario. La experiencia ha demostrado que es
posible, sobre todo en una actividad que tanto tiene que ver con la vida o la
muerte.
Nuestra red de policlínicos abarca ciudades y campos
de toda Cuba; fue creada en un proceso de desarrollo de
centros de salud adaptados a las situaciones más variadas de nuestro territorio
y sus habitantes.
En una ciudad como La Habana, la mayor del país, un ejemplo
de la complejidad de la vida urbana ―que
por otra parte difiere a su vez de Santiago de Cuba, Holguín, Camagüey, Villa
Clara o Pinar del Río, del mismo modo que estas difieren entre sí―, cada policlínico atiende alrededor de 22 mil
personas.
Después del triunfo del 1º de Enero de 1959 los ciudadanos
de la capital saturaban el cuerpo de guardia del hospital, generalmente
distante a muchas cuadras de su hogar, para recibir las atenciones que la
Revolución les prestaba gratuitamente con los equipos entonces disponibles, y
no asistían a los policlínicos recién creados, adonde con frecuencia eran
enviados los médicos menos eficientes.
Aprendieron más adelante a recibir esos servicios en el policlínico,
cada vez mejor equipado y con médicos de creciente calidad y profesionalidad. Optaron finalmente por la mejor variante, ir
en primer lugar al consultorio, donde los atendía un joven médico que se preparaba en cursos teóricos y prácticos
de seis años diseñados con esmero por profesores eminentes. Más tarde
continuaba estudiando hasta convertirse en especialista de Medicina General
Integral. El policlínico lo apoyaba con sus laboratorios y equipos.
Un día, cuando visité uno de esos centros para
comprobar su profesionalidad, pedí sin aviso previo alguno que me hicieran un examen de los parámetros vitales; fue uno de los mejores y más rápidos que vi en mi vida.
Ni un solo instante la Revolución abandonó el esfuerzo
de reparar, adaptar o construir nuevos policlínicos y casas de
consulta, mientras miles de estudiantes ingresaban y se graduaban en más de 20 facultades
de ciencias médicas. Es una larga y fascinante
experiencia.
En su actual concepción, un policlínico debe estar
siempre listo para atender 10 servicios básicos: medios diagnósticos,
urgencias médicas, estomatología, rehabilitación integral, salud
materno-infantil, enfermería, clínico-quirúrgico, atención al adulto mayor,
salud mental, higiene y epidemiología.
Se concibió el sistema para prestar servicios en 32 especialidades,
entre ellas las que deben atenderse a cualquier hora del día o de la noche,
desde un dolor insoportable de muela hasta un infarto. Debe tener cuerpos de guardia, que acercan la
atención médica urgente a los hogares de
las familias.
Cuando escribí Los vicios y las virtudes, señalé que
todo intento de apropiarse de los productos que pasan por su mano, como hacen
algunos, era indigno de la conducta de un trabajador, sea cual fuese su
categoría social, su capacidad, sus estudios, sus conocimientos; coseche papas, ordeñe vacas, cocine en un
restaurante, produzca en una fábrica, labore en una escuela, una librería, un
museo, manual o intelectualmente, en cualquier sitio. Nadie desea instaurar el trabajo esclavo o semiesclavo en nuestro mundo. Todos pensamos que el
ciudadano nace para una vida más digna.
El que roba olvida que toda persona desea tranquilidad
y respeto para ellos y sus familiares, alimentos variados y de calidad,
viviendas decorosas, electricidad sin fallos, agua corriente, calles sin baches,
transporte cómodo y seguro, hospitales buenos, policlínicos bien equipados,
escuelas de primera, bodegas y tiendas que funcionen bien, cine, radio,
televisión, Internet y otras muchas cosas agradables, que sólo pueden emanar
del trabajo metódico, eficiente, bien organizado y de trabajadores altamente
productivos.
La producción de bienes de consumo y servicios
requiere laborar con equipos modernos para la construcción, la agricultura, el
transporte, energía eléctrica de alta tensión, productos químicos o
inflamables; condiciones de trabajo que entrañan riesgos de altura, profundidad
y otras muchas variantes ineludibles; cualquier descuido ocasiona mutilaciones
y muertes que obligan a constantes medidas para impedirlos o reducirlos al
mínimo posible, sin que desgraciadamente puedan evitarse cada año un número
doloroso de casos. A esto se añaden las enfermedades profesionales, los
sufrimientos y daños que ocasionan. No
nacen del azar los bienes y servicios que todos anhelan. Inversiones fuertes, tecnologías
modernas, materias primas costosas, energía abundante, y muy especialmente
trabajo humano, son indispensables si no deseamos quedarnos en la
prehistoria.
En días recientes solicité datos al Ministerio de
Trabajo y Seguridad Social sobre el número de trabajadores involucrados en los
programas de educación y salud del país; ascendían a casi el 20 por ciento de la fuerza
laboral activa del país en la producción económica y los servicios.
Los datos que recibí, analizados cuidadosamente,
justifican los pasos dados para elevar la edad de la jubilación, lo cual se asocia
en el proyecto con mejorías reales en el ingreso familiar y, a mi juicio, también se vincula con la necesidad imperiosa
de evitar el exceso de circulante monetario y el deber de reponernos
rápidamente del golpe de los huracanes sin que nadie se sienta desamparado.
La cuestión que planteo es si el ser humano puede o no
organizar con racionalidad la sociedad en que está obligado a vivir.
Los esfuerzos que hacen los músicos con sus
instrumentos son quizás tan fuertes como los del fundidor de Antillana de
Acero. A veces no hay diferencias entre
el gasto mental y energético de uno y otro, aunque puede haberlo en el modo de
pensar, porque unos son conocidos y aplaudidos constantemente y otros no. Pueden aquellos, sin embargo, contribuir con
su influencia a la lucha contra viejos vicios de sociedades pasadas, como
muchos hacen, no sólo músicos sino también escritores y pintores prestigiosos
formados por la Revolución.
Hay profesionales especializados en ciencias
económicas, organización del trabajo, psicología y otras ramas, conscientes de
estas realidades, que abordan temas asociados de una forma u otra a ellas; se leen
o escuchan interesantes conceptos en busca de respuestas que sin duda
terminarán apuntando en la misma dirección a medida que el debate nacional e internacional
se abre.
Los Premios Nobel de
Economía están asombrados por una crisis del capitalismo desarrollado jamás
vista, que demanda en este momento 700 mil millones de dólares adicionales que
deberán pagar los hijos de las familias norteamericanas. No atinan los expertos
del imperialismo a dar pie con bola, mientras los jefes de Estado, primeros
ministros y altos funcionarios participantes en la Asamblea General de Naciones
Unidas, se devanan los sesos tratando de buscar soluciones. Es curioso ver cómo muchos de los aliados de
Estados Unidos en la OTAN no hablan su idioma nacional sino el inglés,
esperanto de nuestra época, visiblemente chapurreado.
Pienso que no hay alternativa a la necesidad de reevaluarlo
todo, buscar más productividad y menos derroche de recursos humanos en los
sectores vitales, incluidos la Salud y la Educación ―y en los demás de la economía
productiva y los servicios―, sin atenernos estrictamente a cifras
elaboradas años atrás, sin que merme y por el contrario crezca la calidad de
todo lo que se lleva a cabo en nuestra patria, y sin dejar de cumplir deberes
internacionalistas cuyos frutos comienzan a percibirse fuertemente. Son mucho más que lo que se imagina y
bastante menos que lo que se necesita.
El resto debemos ponerlo nosotros sin vacilación alguna.
Fidel Castro Ruz
Septiembre 24 de 2008
8 y 37 p.m.