Reflexiones del
compañero Fidel
LA VICTORIA CHINA (Parte II)
Al estallar
la Primera Guerra Mundial en 1914, China se une
a los aliados. Para compensarla,
le ofrecen que las concesiones alemanas en la provincia de
Shandong, le serían devueltas al finalizar la contienda. Tras el Tratado de Versalles,
impuesto por el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson a los amigos y a
los enemigos, las colonias alemanas
son transferidas a Japón, un aliado más poderoso que China.
Esta acción causó la protesta de miles de estudiantes que se congregaron en
la Plaza Tiananmen el 4 de mayo de 1919. Allí se inició el primer
movimiento nacionalista que triunfó en China.
Se denominó “4 de Mayo”.
La pequeña burguesía y la burguesía nacional lo compartían con los obreros
y los campesinos.
La corriente
nacionalista había surgido a fines del siglo XIX y principios del XX, y se
consolidó con la fundación del Kuomintang, es decir, Partido Nacional del
Pueblo, encabezado por el doctor Sun Yat-sen, intelectual y revolucionario
progresista que estaba muy influido por
El Partido
Comunista de China se funda en un congreso que tuvo lugar entre el 23 de julio
y 5 de agosto de 1921. Lenin envió representantes de la
Internacional a ese congreso.
El movimiento comunista se dedicó a reunificar China. Entre los fundadores se encontraba
el joven Mao Zedong. En los años
1923 y 1924 se conforma el Frente Único Antiimperialista entre el PCCh y el Kuomintang.
En marzo de 1925 muere Sun Yat‑sen y Chiang Kai‑shek toma el
mando, dedicándose a controlar bajo su rígida jefatura el sur de China, en particular la zona de Shanghai.
Chiang no simpatizaba con la doctrina comunista, y en 1927 inició
un proceso represivo en gran escala contra los comunistas en las unidades del
Ejército Nacional Revolucionario, sindicatos y otras áreas sociales del país,
especialmente en Shanghai. También reprimió fuertemente a la izquierda dentro
del Kuomintang.
Después de 5
meses de ocupación militar de Manchuria,
Japón estableció en 1932 el estado del Manchukuo, lo que constituía una
gran amenaza para China. Chiang Kai‑Shek
lanzó cinco campañas de cerco y aniquilamiento contra los comunistas, que se
hicieron fuertes en las bases constituidas al sur del país.
Con los que
lograron escapar de la traición de Chiang Kai‑shek en 1927, Mao Zedong
dirigió en el área montañosa de las provincias de Jiangsu
y Fujian el establecimiento, en un amplio territorio, del centro
de resistencia armada con un fuerte núcleo de comunistas
consecuentes y bien organizados, que se calificó de República Soviética de China.
Enfrentados
a las fuerzas nacionalistas muy superiores de Chiang Kai‑shek,
alrededor de 100 mil
combatientes chinos, bajo la dirección de Mao, inician
en 1934 la Gran Marcha hacia el noroeste, bordeando el centro,
un recorrido de más de 6 mil kilómetros, luchando constantemente
a lo largo de la ruta durante más de un año, lo que constituyó
una hazaña sin precedentes y convirtió a Mao
en el líder indiscutible del Partido
y de la Revolución en China. La aplicación de las ideas
de Marx y Lenin a las circunstancias políticas, económicas,
naturales, geográficas, sociales y culturales de China,
lo consagraron como genial estratega político y militar de la
liberación de un país cuyo peso en el mundo actual no puede ser subestimado.
La segunda
guerra chino‑japonesa se inicia el 7 de julio de 1937. Los japoneses provocaron deliberadamente el
incidente que desató la contienda.
Un soldado nipón desaparece cuando su ejército realizaba una parada
militar en el puente Marco Polo, sobre un río situado a unos 16
kilómetros del oeste de Beijing.
Culpan al ejército chino, situado al otro lado del río, de haber
secuestrado al soldado, y se provoca un combate de varias horas. Este
aparece de nuevo, casi de inmediato.
Era falsa la denuncia, pero el comandante japonés ya había ordenado
atacar. Tokio exige condiciones
inaceptables para China, presentadas con la habitual arrogancia, y ordena el
envío de tres divisiones equipadas con sus mejores armas. En pocas semanas, el Ejército japonés
controló el pasillo este‑oeste desde el Golfo de Chihli ―hoy Bo
Hai― hasta Beijing.
De Beijing se
dirige hasta Nanjing, sede del gobierno de Chiang Kai‑shek. Llevaron a cabo una de las campañas
terroristas más horrendas de las
guerras modernas. La ciudad fue
arrasada, igual que otras similares;
decenas de miles de mujeres fueron violadas y cientos de miles de
personas asesinadas brutalmente.
El Partido
Comunista de China había priorizado la lucha por la unidad nacional
frente al plan japonés, cuyo objetivo era apoderarse del enorme país
con sus recursos naturales y someter a más
de 500 millones de chinos a despiadada servidumbre. Japón buscaba espacio vital. Su conducta fue una mezcla de capitalismo con
racismo: era la versión japonesa del fascismo.
El Frente Unido Antijaponés estaba ya vigente ese propio año 1937. Los nacionalistas estaban también conscientes
del peligro. Japón ocupó la mayoría de
las ciudades costeras. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las bajas chinas sumarían millones.
Durante la épica contienda, los comunistas intensificaron su lucha contra
los invasores, ocasionándoles sensibles daños.
Estados Unidos prestó ayuda a los comunistas y a los nacionalistas. Como veía que su entrada en la guerra era
inminente, solicitó al gobierno chino autorización para enviar una escuadrilla
de voluntarios. Se creó así la unidad aérea de los Tigres Voladores. Roosevelt envió al capitán Lee Chenault, que
estaba retirado y en el desempeño de su tarea este expresaba su admiración por
la disciplina, las tácticas y la eficacia de los combatientes comunistas.
Después del
ataque a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, Estados Unidos entró en la
guerra. Sin embargo, en ningún momento
Japón pudo mover sus tropas élites de China, que al final de la contienda
sumaban un millón de soldados.
Chiang
Kai-shek, convertido por la administración Truman ―que en un acto de
terror usó las armas nucleares sobre la población civil de Japón― en el hombre fuerte de Estados Unidos, reanuda
la guerra civil anticomunista, pero
sus desmoralizadas tropas no podían resistir la ola incontenible del Ejército
Popular Chino.
Cuando terminó
esa guerra, en octubre de 1949, los
del Kuomintang, apoyados por Estados Unidos, escaparon hacia Taiwán, donde establecieron un gobierno anticomunista con pleno
respaldo yanqui. Chiang
Kai‑shek utilizó la Flota de Estados Unidos en su viaje hacia Taiwán.
¿Es acaso China
un oscuro rincón del mundo?
Antes
de que se edificara Troya y circularan por las ciudades-estado de Grecia la
Ilíada y la Odisea, creaciones sin duda maravillosas de la inteligencia humana,
ya en las amplias márgenes del Río Amarillo se desarrollaba una civilización
que abarcaba millones de personas.
La
cultura china tiene sus raíces en la dinastía Zhou, 2,000 años antes de
Cristo. Su escritura peculiar se basa en
varios miles de signos gráficos, que representan por lo general palabras o
morfemas del idioma, término de la lingüística moderna poco conocido por el
público no familiarizado con el tema.
Todos estamos lejos de comprender la misteriosa magia de esa lengua,
cuyo aprendizaje desarrolla la inteligencia natural de los niños chinos.
Muchos
productos que surgieron de China, como la pólvora, la brújula y otros, eran
desconocidos por completo en el Viejo Continente. Si los vientos soplaran en sentido inverso de
la ruta seguida por Colón, tal vez los chinos habrían descubierto a Europa.
Desde
el año 2000, en Taiwán estaba
gobernando un partido cuya política neoliberal y proimperialista era peor
todavía que la tradicional del Kuomintang, partidario decidido de quebrar el
principio de una sola China, históricamente proclamado por el Partido Comunista
de China. Este espinoso asunto podía
desatar una guerra de imprevisibles consecuencias, como moderna espada de
Damocles sobre las cabezas de más de 1,300 millones de chinos.
La
elección el pasado 23 de marzo del candidato del antiguo partido que fue la
base política de Chiang Kai-shek constituyó sin duda, en los hechos, una
victoria política y moral de China.
Aleja del poder en Taiwán a un partido que, habiendo gobernado durante
casi ocho años, estaba a punto de dar nuevos y funestos pasos.
Según informan
las agencias, fue aplastante su derrota, al obtener solo 4,4 millones de votos
de los 17,3 millones de electores con derecho a votar.
El
nuevo Presidente tomará posesión el 20 de mayo.
“Firmaremos un Tratado de Paz con China”, declaró.
Los
cables informan que “Ma Ying-jeou es partidario de la creación de un Mercado
Común con China, principal socio comercial de la isla.”
La
República Popular China se muestra digna y cautelosa sobre el espinoso
asunto. El portavoz de la Oficina de
Taiwán en el Consejo Estatal de Pekín declaró que la victoria de Ma Ying-jeou
prueba que “la independencia no es popular entre los taiwaneses”.
En este
lacónico mensaje se dice mucho.
En obras
elaboradas por prestigiosos investigadores
de Estados Unidos, se divulgó lo ocurrido en el territorio chino del Tíbet.
El libro La guerra secreta de la CIA en el Tíbet,
de Kenneth Conboy ―University Press,
de Kansas―, se describe la sucia entraña de la conspiración. William Leary lo define como “un estudio excelente
e impresionante sobre una de las operaciones secretas de la CIA más importantes
durante la guerra fría”.
En el curso de
dos siglos, ni un solo país en el mundo había reconocido el Tíbet como nación
independiente. Lo consideraban parte
integrante de China. En 1950 India lo
conceptuaba de esa forma, después del triunfo de la revolución comunista. Inglaterra adoptó la misma conducta. Estados Unidos hasta la Segunda Guerra
Mundial lo consideraba parte de China, e incluso presionaba a Inglaterra en ese
sentido. Tras la guerra, en cambio, lo
vieron como un baluarte religioso contra el comunismo.
Cuando la
República Popular China aplicó la reforma agraria en los territorios tibetanos,
su élite social no aceptó que sus propiedades e intereses fuesen
afectados. Esto condujo a un
levantamiento armado en 1959. La
rebelión armada en el Tíbet ―a diferencia de la de Guatemala, Cuba y
otros países, donde actuaron con apremio― fue preparada durante años por
los servicios secretos de Estados Unidos, según consta en las investigaciones
mencionadas anteriormente.
Otro libro
―que es apologético en este caso de la CIA―, Los guerreros de Buda, cuyo autor es Mikel Dunshun, cuenta cómo la
institución llevó a cientos de tibetanos a Estados Unidos, condujo la rebelión,
la equipó, envió paracaídas con armamentos, los formó en la utilización de los
mismos, a la vez que se movían a caballo, como lo hacían los guerrilleros
árabes. El prólogo de la obra fue
redactado por el Dalai Lama, quien expresa:
“Aunque tenga el profundo sentimiento de que la lucha de los tibetanos
sólo podrá triunfar por un enfoque a largo plazo utilizando medios pacíficos,
siempre he admirado a estos combatientes de la libertad por su valor y su
determinación inquebrantables.”
El Dalai Lama,
condecorado con la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos, alabó a
George W. Bush por sus esfuerzos en
favor de la libertad, la democracia y los derechos humanos.
La guerra en
Afganistán fue calificada por el Dalai Lama como “una liberación”, la guerra de
Corea como “semiliberación” y la de Viet Nam como “un fracaso”.
Hice apretada
síntesis de datos tomados por Internet, del sitio Rebelión especialmente. No incluí, por razones de espacio y tiempo,
las páginas de cada libro donde aparecen con precisión las palabras textuales
utilizadas.
Hay personas
que padecen de chino-fobia, un hábito bastante generalizado en muchos
occidentales, acostumbrados, por
educación y cultura diferentes, a mirar con desprecio lo que viene de China.
Era yo niño
prácticamente, cuando ya se hablaba del “peligro amarillo”. La revolución china parecía entonces un
imposible; las causas verdaderas del
espíritu antichino eran en el fondo racistas.
¿Por qué tanto
se empeña el imperialismo en someter a China, de forma directa o indirecta, a
un desgaste internacional?
Antaño, es
decir, hace 50 años, para negarle las prerrogativas heroicamente ganadas como
miembro pleno del Consejo de Seguridad;
después, con motivo de los errores que condujeron a las protestas de
Tiananmen, donde se endiosaba a la Estatua de la Libertad, símbolo de un imperio que es hoy la negación
de todas las libertades.
La legislación
de la República Popular China se esmeró en la proclamación y aplicación del
respeto al derecho y a la cultura de 55 minorías étnicas.
La República
Popular China, a la vez, es sumamente sensible a todo lo que se relaciona con
la integridad de su territorio.
La campaña
orquestada contra China es como un toque de clarín llamando a degüello para
deslucir el merecido éxito del país y su pueblo como anfitriones de los
próximos Juegos Olímpicos.
El
Gobierno de Cuba emitió una declaración categórica de apoyo a China respecto a
la campaña contra ella vinculada al Tíbet.
Fue correcta esa posición. China
respeta el derecho de los ciudadanos a creer o no creer. Hay, en ese país, grupos de creyentes
musulmanes, cristianos católicos y no católicos y de otras creencias, y decenas
de minorías étnicas, cuyos derechos están garantizados en su Constitución.
En
nuestro Partido Comunista, la religión no es obstáculo para ser militante.
Respeto
el derecho a creer del Dalai-Lama, pero no estoy obligado a creer en el
Dalai-Lama.
Tengo
muchas razones para creer en la victoria china.
Fidel
Castro Ruz
Marzo
31 de 2008
5 y 15
p.m.