Reflexiones del compañero Fidel
LA ANEXIÓN DE COLOMBIA A ESTADOS UNIDOS
Cualquier persona
medianamente informada comprende de inmediato que el edulcorado “Acuerdo
complementario para la Cooperación y Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad
entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos”, firmado el 30 de octubre y
publicado en la tarde del 2 de noviembre, equivale a la anexión de Colombia a
Estados Unidos.
El acuerdo pone en aprietos
a teóricos y políticos. No es honesto guardar silencio ahora y hablar
después sobre soberanía, democracia, derechos humanos, libertad de opinión y
otras delicias, cuando un país es devorado por el imperio con la misma
facilidad con que un lagarto captura una mosca. Se trata del pueblo colombiano,
abnegado, trabajador y luchador. Busqué en el largo mamotreto una justificación
digerible, y no vi razón alguna.
En 48 páginas de 21 líneas,
cinco se dedican a filosofar sobre los antecedentes de la vergonzosa
absorción que convierte a Colombia en territorio de ultramar. Todas se basan en
los acuerdos suscritos con Estados Unidos después del asesinato del prestigioso
líder progresista Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, y la creación de
la Organización de Estados Americanos, el 30 de abril de 1948, discutida por
los Cancilleres del hemisferio, reunidos en Bogotá bajo la batuta de Estados
Unidos los días trágicos en que la oligarquía colombiana tronchó la vida de
aquel dirigente y desató la lucha armada en ese país.
El Acuerdo de Asistencia Militar
entre la República de Colombia y los Estados Unidos, en abril de 1952; el relacionado con “una Misión del
Ejército, una Misión Naval y una Misión Aérea de las Fuerzas Militares de los
Estados Unidos”, suscrito el 7 de octubre de 1974; la Convención de
Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias
Psicotrópicas, de 1988; la Convención de Naciones Unidas contra la Delincuencia
Organizada Transnacional, de 2000; la Resolución 1373 del Consejo de Seguridad,
de 2001, y la Carta Democrática Interamericana; la de Política de Defensa y Seguridad
Democrática, y otras que se invocan en el citado documento. Ninguna justifica
convertir un país de 1 141 748 kilómetros cuadrados, ubicado en el
corazón de Suramérica, en base militar de Estados Unidos. Colombia posee 1,6 veces
el territorio de Texas, segundo Estado de la Unión en extensión territorial, arrebatado
a México, que después sirvió de base para conquistar a sangre y fuego más de la
mitad de ese hermano país.
Por otro lado, han
transcurrido ya 59 años desde que soldados colombianos fueron enviados a la
distante Asia para combatir junto a las tropas yankis contra chinos y coreanos
en octubre de 1950. Lo que el imperio pretende ahora es enviarlos a luchar
contra sus hermanos venezolanos, ecuatorianos y otros pueblos bolivarianos y
del ALBA, para aplastar la Revolución Venezolana, como trataron de hacer con la
Revolución Cubana en abril de 1961.
Durante más de un año y
medio, antes de la invasión, el gobierno yanki promovió, armó y utilizó las
bandas contrarrevolucionarias del Escambray, como hoy utiliza a los
paramilitares colombianos contra Venezuela.
Cuando el ataque de Girón,
los B-26 yankis tripulados por mercenarios operaron desde Nicaragua, sus
aviones de combate eran transportados hacia la zona de operaciones en un
portaaviones, y los invasores de origen cubano que desembarcaron en aquel punto
venían escoltados por buques de guerra y la infantería de marina de Estados
Unidos. Hoy sus medios de guerra y sus tropas estarán en Colombia, no sólo como
una amenaza para Venezuela sino para todos los Estados de Centro y Suramérica.
Es realmente cínico
proclamar que el infame acuerdo es una necesidad de la lucha contra el tráfico
de drogas y el terrorismo internacional. Cuba ha demostrado que no se necesitan
tropas extranjeras para evitar el cultivo y el tráfico de drogas y mantener el
orden interno, a pesar de que Estados Unidos, la potencia más poderosa de la
tierra, promovió, financió y armó durante decenas de años las acciones terroristas
contra la Revolución Cubana.
La paz interna es
prerrogativa elemental de cada Estado; la presencia de tropas yankis en cualquier país
de América Latina con ese propósito es una descarada intervención extranjera en
sus asuntos internos, que inevitablemente provocará el rechazo de su población.
La lectura del documento
demuestra que no sólo las bases aéreas colombianas se ponen en manos de los
yankis, sino también los aeropuertos civiles y en definitiva cualquier
instalación útil a sus fuerzas armadas. El espacio radioeléctrico queda
también a disposición de ese país portador de otra cultura y otros intereses
que nada tienen que ver con los de la población colombiana.
Las Fuerzas Armadas norteamericanas
disfrutarán de prerrogativas excepcionales.
En cualquier parte de
Colombia los ocupantes pueden cometer delitos contra las familias, los bienes y
las leyes colombianas, sin tener que responder ante las autoridades del país; a
no pocos lugares llevaron los escándalos y las enfermedades, como hicieron con
la base militar de Palmerola, en Honduras. En Cuba, cuando visitaban la
neocolonia, se sentaron a horcajadas sobre el cuello de la estatua de José
Martí, en el Parque Central de la Capital. La limitación relacionada con el
número total de soldados puede ser modificada por solicitud de Estados Unidos,
sin restricción alguna. Los portaaviones y barcos de guerra que visiten las
bases navales concedidas llevarán cuantos tripulantes requieran, y pueden ser
miles en uno solo de sus grandes portaaviones.
El Acuerdo se extenderá por
períodos sucesivos de 10 años, y nadie puede modificarlo sino al final de cada
período, advirtiéndolo un año antes. ¿Qué hará Estados Unidos si un gobierno
como el de Johnson, Nixon, Reagan, Bush padre o Bush hijo y otros similares,
recibe la solicitud de abandonar Colombia? Los yankis fueron capaces de
derrocar decenas de gobiernos en nuestro hemisferio. ¿Cuánto duraría un
gobierno en Colombia si anunciara tales propósitos?
Los políticos de América
Latina tienen ahora ante sí un delicado problema: el deber elemental de explicar
sus puntos de vista sobre el documento de anexión. Comprendo que lo que ocurre
en este instante decisivo de Honduras ocupe la atención de los medios de
divulgación y los Ministros de Relaciones Exteriores de este hemisferio, pero
el gravísimo y trascendente problema que tiene lugar en Colombia no puede pasar
inadvertido por los gobiernos latinoamericanos.
No albergo la menor duda
sobre la reacción de los pueblos; sentirán el puñal que se clava en lo más
profundo de sus sentimientos, en especial el de Colombia: ¡se opondrán, jamás
se resignarán a tal infamia!
El mundo enfrenta hoy
graves y urgentes problemas. El cambio climático amenaza a toda la humanidad.
Líderes de Europa casi imploran de rodillas algún acuerdo en Copenhague que
evite la catástrofe. Presentan como realidad que en la Cumbre no se alcanzará el
objetivo de un convenio que reduzca drásticamente la emisión de gases de efecto
invernadero. Prometen proseguir la lucha por alcanzarlo antes de 2012; existe
riesgo real de que no pueda lograrse antes de que sea demasiado tarde.
Los países del Tercer Mundo
reclaman con razón a los más desarrollados y ricos cientos de miles de
millones de dólares anuales para costear los gastos de la batalla climática.
¿Tiene algún sentido que el
gobierno de Estados Unidos invierta tiempo y dinero en construir bases
militares en Colombia para imponer a nuestros pueblos su odiosa tiranía? Por
ese camino, si un desastre amenaza al mundo, un desastre mayor y más rápido
amenaza al imperio, y todo sería consecuencia del mismo sistema de explotación
y saqueo del planeta.
Fidel Castro Ruz
Noviembre 6 de 2009
10 y