Reflexiones del compañero Fidel
¿EXISTE MARGEN PARA LA HIPOCRESÍA Y LA
MENTIRA?
Estados Unidos, en su lucha
contra la Revolución Cubana, tuvo en el gobierno de Venezuela su mejor aliado:
el eximio don Rómulo Betancourt Bello. No lo sabíamos entonces. Había sido
electo Presidente el 7 de diciembre de 1958 y, sin asumir todavía el cargo, el
1º de Enero de 1959 triunfó en Cuba la Revolución. Semanas después, tuve el
privilegio de ser invitado por el Gobierno provisional de Wolfgang Larrazábal
para visitar la Patria de Bolívar, que tan solidaria había sido con Cuba.
Pocas veces en la vida vi
más calor de pueblo. Las imágenes fílmicas se conservan. Avancé por la amplia
autopista que sustituyó el sendero asfaltado por donde me habían conducido la
primera vez que viajé a Venezuela en 1948, de Maiquetía a Caracas, los
conductores de vehículos más temerarios
que conocí nunca.
Esa vez escuché la rechifla
más sonora, prolongada y embarazosa en mi larga vida cuando me atreví a
mencionar el nombre del recién electo y no posesionado Presidente. Las masas
más radicalizadas de la Caracas heroica y combativa habían votado
abrumadoramente contra él.
El “ilustre” Rómulo
Betancourt era mencionado con interés en los círculos políticos del Caribe y
América Latina.
¿Cómo se explica? Había
sido tan radical en su mocedad, que a los 23 años ingresó como miembro del Buró
Político del Partido Comunista de Costa Rica, desde 1931 hasta 1935. Eran los
tiempos difíciles de la Tercera Internacional. Del marxismo-leninismo aprendió
la estructura de clases de la sociedad, la explotación del hombre por el hombre
a lo largo de la historia y el desarrollo de la colonización, el capitalismo y
el imperialismo en los últimos siglos.
El año 1941, junto a otros
líderes de izquierda, fundó en Venezuela el Partido Acción Democrática.
Ejerció la Presidencia
provisional de Venezuela desde octubre de 1945 hasta febrero de 1948, en virtud
de un golpe de Estado cívico militar. Marcha de nuevo al exilio cuando el
ilustre escritor e intelectual venezolano Rómulo Gallegos fue electo Presidente
Constitucional y derrocado casi de inmediato.
La maquinaria bien
engrasada de su partido lo elige Presidente en las elecciones del 7 de
diciembre en 1958, después que las fuerzas revolucionarias venezolanas, bajo la
dirección de la Junta Patriótica que
presidió Fabricio Ojeda, derrocó la dictadura del general Pérez Jiménez.
Cuando a fines de enero de
1959 hablé en la Plaza del Silencio, donde se reunieron centenares de miles de
personas y mencioné por pura cortesía a Betancourt, se produjo la colosal rechifla que conté
contra el Presidente electo. Para mí fue una verdadera lección de realismo
político. Tuve luego que visitarlo, por ser el Presidente electo de un país
amigo. Encontré a un hombre amargado y resentido. Era ya el modelo de gobierno
“democrático y representativo” que necesitaba el imperio. Colaboró todo lo que
pudo con los yankis antes de la invasión mercenaria de Girón.
Fabricio Ojeda, sincero e
inolvidable amigo de la Revolución Cubana, a quien tuve el privilegio de
conocer e intercambiar con él ampliamente, después me explicó mucho sobre el
proceso político de su Patria y la Venezuela con la cual soñaba. Fue una de las
numerosas personas que aquel régimen, totalmente al servicio del imperialismo,
asesinó.
Ha transcurrido desde
entonces casi medio siglo. Puedo dar testimonio del cinismo excepcional del
imperio contra el que nos hemos enfrentado infatigablemente los revolucionarios
cubanos, como dignos herederos de Bolívar y Martí.
Durante el tiempo transcurrido,
desde los días de Fabricio Ojeda, el mundo ha cambiado considerablemente. El
poder militar y tecnológico de ese imperio ha crecido; también su experiencia y
su ausencia total de ética. Sus recursos mediáticos son más costosos y menos
subordinados a normas morales.
Acusar al líder de la
Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, de promover la guerra contra el pueblo de
Colombia, desatar una carrera armamentista, presentarlo como productor y
promotor del tráfico de droga, reprimir la libertad de expresión, violar los
derechos humanos y otras imputaciones similares, son acciones repugnantemente
cínicas, como todo lo que ha hecho, hace y promueve el imperio. La realidad no
puede olvidarse nunca, ni dejar de reiterarse; la verdad objetiva y razonada es el arma más
importante con la cual martillar sin descanso en la conciencia de los pueblos.
El gobierno de Estados
Unidos, es necesario recordarlo, promovió y apoyó en Venezuela el golpe de
Estado fascista del 11 de abril del 2002 y, tras su fracaso, puso todas sus
esperanzas en un golpe petrolero, apoyado con programas y recursos técnicos
capaces de liquidar cualquier gobierno, subestimando
al pueblo y a la dirección revolucionaria de ese país. Desde entonces ha
conspirado sin cesar contra el proceso revolucionario venezolano, como ha hecho
y lo sigue haciendo contra la Revolución en nuestra Patria durante 50 años. A Venezuela,
con los enormes recursos energéticos y
otras materias primas que posee, obtenidos a ínfimos precios, y la propiedad
transnacional de las grandes instalaciones y servicios, le interesa a Estados
Unidos controlarla mucho más que a Cuba.
Aplastada a sangre y fuego
la Revolución en Centroamérica, y mediante golpes de Estado sangrientos y
represivos los avances democráticos y progresistas en Suramérica, el imperio no
podía resignarse a la construcción del socialismo en Venezuela. Se trata de un
hecho real, innegable e inocultable para quien posea un mínimo de cultura
política en América Latina y el mundo.
Es conveniente recordar que
ni siquiera después del golpe de Estado promovido por Estados Unidos, en abril
del 2002, el gobierno de Venezuela se armó. El barril de petróleo valía apenas
20 dólares, ya devaluados, desde que en 1971 Nixon suspendió su conversión en
oro, casi 30 años antes de que Chávez llegara a la Presidencia. Cuando tomó
posesión, el petróleo venezolano no alcanzaba los 10 dólares. Posteriormente, cuando los precios se
elevaron, dedicó los recursos del país a programas sociales, planes de
inversión y desarrollo, y a la cooperación con numerosas naciones del Caribe y
Centroamérica y otras de economías más pobres en Suramérica. Ningún otro país ofreció tan generosa
cooperación.
No compró un solo fusil
durante los primeros años de su gobierno. Hizo, incluso, algo que ningún otro país
habría hecho en condiciones de peligro para su integridad: suspender legalmente
la obligación de cada ciudadano honesto y revolucionario de defender con las
armas su país.
Pienso más bien que la
República Bolivariana tardó bastante en adquirir nuevas armas. Los fusiles de
infantería que disponía eran los mismos desde que hace más de 50 años, el Gobierno Provisional del
almirante Larrazábal, me obsequió un fusil automático FAL el penúltimo mes de
la guerra, en noviembre de 1958. Venezuela siguió disponiendo de ese tipo de
armamento de infantería varios años
después de la toma de posesión de Chávez.
Fue el Gobierno de Estados
Unidos el que decretó el desarme de Venezuela, cuando prohibió el suministro de
piezas para todo el equipamiento militar yanki que tradicionalmente había
vendido a ese país, desde aviones de combate y transporte militar hasta
comunicaciones y radares. Es sumamente hipócrita acusar ahora a Venezuela de
armamentismo.
Por el contrario, Estados
Unidos suministró miles de millones de dólares en armas, medios de combate,
transporte por aire y entrenamiento a las Fuerzas Armadas de la vecina
Colombia. El pretexto fue la lucha contra la guerrilla. Puedo dar testimonio de
los esfuerzos del presidente Hugo Chávez en la búsqueda de la paz interna en
ese hermano país. Los yankis no sólo suministraron armas, sino que inyectaron
sentimientos de odio contra Venezuela a las tropas que entrenaban, como
hicieron en Honduras a través de la Fuerza de Tarea basificada en Palmerola.
Estados Unidos suministra a
las unidades de combate, donde dispone de bases militares, el mismo uniforme y
equipamiento que a las tropas intervencionistas de su país en cualquier lugar
del mundo. No necesitan soldados propios, como en Iraq, Afganistán o el norte
de Pakistán, para planear actos de genocidio contra nuestros pueblos.
La extrema derecha
imperialista, que controla los resortes fundamentales del poder, emplea
mentiras descaradas para disfrazar sus planes.
La abogada y analista venezolano-estadounidense
Eva Golinger, demuestra cómo los argumentos estratégicos empleados en el mensaje
enviado en mayo del 2009 al Congreso de Estados Unidos para justificar una
inversión en la base de Palanquero, son alterados totalmente en el acuerdo por
el que Estados Unidos recibe esa misma base junto a otras numerosas
instalaciones civiles y militares. El documento enviado al Congreso el 16 de
noviembre, titulado: “Addendum para reflejar los términos del Acuerdo de
Cooperación en Defensa entre Estados Unidos y Colombia, firmado el 30 de octubre
de 2009, es completamente alterado”, explica la analista. “No se habla ya de la
‘misión de movilidad’ que ‘garantiza el acceso a todo el continente de
Suramérica, con la excepción de Cabo de Hornos’. También han cambiado toda
referencia a operaciones de ‘alcance global’, ‘teatros de seguridad’ y aumento
de la capacidad de las Fuerzas Armadas estadounidenses para realizar una
‘guerra de forma expedita’ en la región”, escribe la aguda y bien informada
analista.
Es obvio, por otra parte,
que el Presidente de la República Bolivariana está batallando arduamente por
superar los obstáculos que Estados Unidos ha creado a los países
latinoamericanos, entre ellos, la violencia social y el tráfico de drogas. La sociedad norteamericana no fue capaz de
evitar el consumo y el tráfico de las mismas. Sus consecuencias afectan hoy a
muchos países del área.
La violencia ha sido uno de
los productos más exportados por la sociedad capitalista de Estados Unidos a lo
largo del último medio siglo, a través del empleo creciente de los medios
masivos de comunicación y la llamada industria de la recreación. Son fenómenos
nuevos que la sociedad humana no había conocido antes. Tales medios podrían ser
utilizados para crear nuevos valores en una sociedad más humana y justa.
El capitalismo desarrollado
creó las llamadas sociedades de consumo y con ello engendró problemas que hoy
no es capaz de controlar.
Venezuela es el país que
más rápidamente está llevando a cabo los programas sociales que pueden
contrarrestar esas tendencias sumamente negativas. Los colosales éxitos
alcanzados en los últimos Juegos Deportivos Bolivarianos lo están demostrando.
En la reunión de UNASUR, el
Canciller de la República Bolivariana, planteó con gran claridad el problema de
la paz en el área. ¿Cuál es la posición de cada país ante la instalación de
bases yankis en el territorio de Suramérica? No solo constituye una obligación
de cada Estado, sino también una obligación moral de cada hombre o mujer
consciente y honesta de nuestro hemisferio y del mundo. El imperio debe saber
que en cualquier circunstancia los latinoamericanos lucharán sin descanso por sus derechos más sagrados.
Existen problemas todavía
más graves e inmediatos para todos los pueblos del mundo: el cambio climático; tal vez el peor y más urgente en este
instante.
Antes del 18 de diciembre,
cada Estado deberá adoptar una decisión. De nuevo el ilustre Premio Nobel de la
Paz, Barack Obama, deberá definir su posición sobre el espinoso asunto.
Ya que aceptó la
responsabilidad de recibir el Premio, tendrá que cumplir la demanda ética de
Michael Moore cuando conoció la noticia: “¡ahora gáneselo!”. ¿Es que acaso
puede?, me pregunto. Cuando la exigencia unánime de los círculos científicos es
que las emisiones de dióxido de carbono deben ser reducidas en no menos del 30%
con relación a su nivel de 1990, Estados Unidos ofrece solo reducir el 17% de
lo que emitía en el 2005, lo que apenas equivale al 5% del mínimo que exige la
ciencia a todos los habitantes del planeta para el 2020. Estados Unidos consume
el doble por habitante que Europa, y supera las emisiones de China, a pesar de
los 1 338 millones de ciudadanos con que cuenta este país. Un habitante de la
sociedad más consumista emite decenas de veces más CO2 per cápita que el
ciudadano de un país pobre del Tercer Mundo.
En solo 30 años
adicionales, no menos de nueve mil millones de seres humanos que poblarán el
planeta requieren que la cifra de dióxido de carbono que se emita a la
atmósfera sea reducida a no menos del 80% de lo que se emitía en 1990. Tales
cifras se comprenden con amargura por un número creciente de líderes de países
ricos; pero la jerarquía que dirige al país más poderoso y rico del planeta,
Estados Unidos, se consuela a sí misma afirmando que tales pronósticos son
invenciones de la ciencia. Se sabe que en Copenhague, a lo sumo, se aprobará
seguir discutiendo para poner de acuerdo a más de 200 Estados e instituciones
que deben dirimir los compromisos, entre ellos, uno importantísimo: quiénes y
con cuántos recursos contribuirán los países ricos al desarrollo y el ahorro
energético de los más pobres. ¿Acaso existe margen para la hipocresía y la
mentira?
Fidel Castro Ruz
Noviembre 29 de 2009
7 y 15 p.m.