Reflexiones
del compañero Fidel
EL MUNDO MEDIO
SIGLO DESPUÉS
Al cumplirse hace dos días el
51 aniversario del triunfo de la Revolución, acudieron a mi mente los recuerdos
de aquel 1º de Enero de 1959. Ninguno de nosotros imaginó nunca la peregrina
idea de que transcurrido medio siglo, que pasó volando, lo estaríamos
recordando como si fuera ayer.
Durante la reunión en el central
Oriente, el 28 de diciembre de 1958, con el Comandante en Jefe de las fuerzas
enemigas, cuyas unidades élites estaban cercadas y sin escape alguno, este
reconoció su derrota y apeló a nuestra generosidad para buscar una salida decorosa
al resto de sus fuerzas. Conocía de nuestro trato humano a los prisioneros y
heridos sin excepción alguna. Aceptó el acuerdo que le propuse, aunque le
advertí que las operaciones en curso proseguirían. Pero viajó a la capital e
instigado por la embajada de Estados Unidos promovió un golpe de Estado.
Nos preparábamos para los combates
de ese día 1º de Enero, cuando en la madrugada llegó la noticia de la fuga del
tirano. Se impartieron órdenes al Ejército Rebelde de no admitir el alto al
fuego y continuar los combates en todos los frentes. A través de Radio Rebelde
se convocó a los trabajadores a una Huelga General Revolucionaria, secundada de
inmediato por toda la nación. El intento golpista fue derrotado, y en horas de
la tarde de ese mismo día nuestras tropas victoriosas penetraron en Santiago de
Cuba.
El Che y Camilo recibieron
instrucciones de avanzar rápidamente por la carretera, en vehículos motorizados
con sus aguerridas fuerzas, hacia La Cabaña y el Campamento Militar de Columbia.
El ejército adversario, golpeado en todos los frentes, no tendría capacidad de
resistir. El propio pueblo sublevado, ocupó los centros de represión y las
estaciones de policía. El día 2, en horas de la tarde, acompañado por una
pequeña escolta, me reuní en un estadio de Bayamo con más de dos mil soldados
de los tanques, artillería e infantería motorizada, contra los cuales habíamos
estado combatiendo hasta el día anterior. Portaban todavía su armamento. Nos
habíamos ganado el respeto del adversario con nuestros audaces, pero
humanitarios métodos de guerra irregular. De este modo, en solo cuatro días
―después de 25 meses de guerra que reiniciamos con unos pocos fusiles―,
alrededor de cien mil armas de aire, mar y tierra y todo el poder del Estado
quedaron en manos de la Revolución. En solo pocas líneas relato lo ocurrido
aquellos días hace 51 años.
Comenzó entonces la principal
batalla: preservar la independencia de Cuba frente al imperio más poderoso que
ha existido, y que nuestro pueblo libró con gran dignidad. Me complace hoy
observar a aquellos que por encima de increíbles obstáculos, sacrificios y
riesgos, supieron defender a nuestra Patria, y en estos días, junto a sus
hijos, sus padres y sus seres más queridos, disfrutan la alegría y las glorias
de cada nuevo año.
En nada se parecen, sin
embargo, los días de hoy a los de ayer. Vivimos una época nueva que no tiene
parecido con ninguna otra de la historia. Antes los pueblos luchaban y luchan todavía
con honor por un mundo mejor y más justo, pero hoy tienen que luchar, además, y
sin alternativa posible, por la propia supervivencia de la especie. No sabemos absolutamente
nada si ignoramos esto. Cuba es, sin
duda, uno de los países políticamente más instruido del planeta; había partido del más bochornoso
analfabetismo, y lo que es peor: nuestros amos yankis y la burguesía asociada a los dueños extranjeros
eran los propietarios de las tierras, los centrales azucareros, las plantas de productos
de bienes de consumo, los almacenes, los comercios, la electricidad, los
teléfonos, los bancos, las minas, los seguros, los muelles, los bares, los
hoteles, las oficinas, las casas de vivienda, los cines, las imprentas, las
revistas, los periódicos, la radio, la naciente televisión y todo cuanto tuviera
un valor importante.
Los yankis, apagadas las
ardientes llamas de nuestras batallas por la libertad, se habían arrogado la
tarea de pensar por un pueblo que tanto luchó por ser dueño de su independencia,
sus riquezas y su destino. Nada en absoluto, ni siquiera la tarea de pensar
políticamente, nos pertenecía. ¿Cuántos sabíamos leer y escribir? ¿Cuántos
llegábamos siquiera al sexto grado? Lo recuerdo especialmente un día como hoy,
porque ese era el país que se suponía pertenecía a los cubanos. No cito más
cosas, porque tendría que incluir muchas más, entre ellas las mejores escuelas,
los mejores hospitales, las mejores casas, los mejores médicos, los mejores
abogados. ¿Cuántos éramos los que
teníamos derecho a ello? ¿Quiénes poseíamos, salvo excepciones, el derecho natural
y divino de ser administradores y jefes?
Ningún millonario o sujeto
rico, sin excepción, dejaba de ser jefe de Partido, Senador, Representante o
funcionario importante. Esa era la democracia representativa y pura que
imperaba en nuestra Patria, excepto que los yankis impusieran a su antojo
tiranuelos despiadados y crueles, cuando convenía más a sus intereses para
defender mejor sus propiedades frente a campesinos sin tierra y obreros con o
sin trabajo. Como ya nadie habla siquiera de eso, me aventuro a recordarlo. Nuestro país forma
parte de los más de 150 que constituyen el Tercer Mundo, que serán los primeros
aunque no los únicos destinados a sufrir las increíbles consecuencias si la
humanidad no toma conciencia clara, cierta y bastante más rápida de lo que
imaginamos de la realidad y consecuencias del cambio climático ocasionado por
el hombre, si no se logra impedirlo a tiempo.
Nuestros medios se
comunicación masiva han dedicado espacios a describir los efectos de los
cambios climáticos. Los huracanes de creciente violencia, las sequías y otras
calamidades naturales, han contribuido igualmente a la educación de nuestro
pueblo sobre el tema. Un hecho singular, la batalla en torno al problema
climático que tuvo lugar en la Cumbre de Copenhague, ha contribuido al
conocimiento del inminente peligro. No se trata de un riesgo lejano para el
siglo XXII, sino para el XXI, ni lo es tampoco solo para la segunda mitad de
este, sino para las próximas décadas, en las que ya comenzaríamos a sufrir sus
penosas consecuencias.
Tampoco se trata de una
simple acción contra el imperio y sus secuaces, que en esto, como en todo,
tratan de imponer sus estúpidos y egoístas intereses, sino de una batalla de
opinión mundial que no se puede dejar a la espontaneidad ni al capricho de la
mayoría de sus medios de comunicación. Es una situación que por fortuna conocen
millones de personas honradas y valientes en el mundo, una batalla a librar con
las masas y en el seno de las organizaciones sociales e instituciones
científicas, culturales, humanitarias, y otras de carácter internacional, muy
especialmente en el seno de las Naciones Unidas, donde el Gobierno de Estados
Unidos, sus aliados de la OTAN y los países más ricos trataron de asestar, en
Dinamarca, un golpe fraudulento y antidemocrático contra el resto de los países
emergentes y pobres del Tercer Mundo.
En Copenhague, la
delegación cubana, que asistió junto a otras del ALBA y el Tercer Mundo, se vio
obligada a una lucha a fondo ante los increíbles acontecimientos que se
originaron con el discurso del presidente yanki, Barack Obama, y del grupo de
Estados más ricos del planeta, decididos a desmantelar los compromisos
vinculantes de Kyoto ―donde hace más de 12 años se discutió el peliagudo
problema― y a hacer caer el peso de los sacrificios sobre los países
emergentes y los subdesarrollados, que son los más pobres y a la vez los
principales suministradores de materias primas y recursos no renovables del planeta
a los más desarrollados y opulentos.
En Copenhague, Obama se
presentó el último día de la Conferencia, iniciada el 7 de diciembre. Lo peor
de su conducta fue que, cuando tenía ya decidido enviar 30 mil soldados a la
carnicería de Afganistán ―un país de fuerte tradición independentista, al
que ni siquiera los ingleses en sus mejores y más crueles tiempos pudieron
someter― asistió a Oslo para recibir nada menos que el Premio Nobel de la
Paz. A la capital noruega llegó el 10 de diciembre, donde pronunció un discurso
hueco, demagógico y justificativo. El 18, que era la fecha de la última sesión
de la Cumbre, se apareció en Copenhague, donde pensaba permanecer inicialmente solo
8 horas. El día anterior habían llegado la Secretaria de Estado y un grupo selecto
de sus mejores estrategas.
Lo primero que hizo Obama fue
seleccionar a un grupo de invitados que recibieron el honor de acompañarlo a
pronunciar un discurso en la Cumbre. El Primer Ministro danés, que presidía la
Cumbre, complaciente y adulón, le cedió la palabra al grupo que apenas rebasaba
15 personas. El jefe imperial merecía honores especiales. Su discurso fue una
mezcla de edulcoradas palabras aliñadas con gestos teatrales, que ya aburren a quienes,
como yo, se asignaron la tarea de escucharlo para tratar de ser objetivos en la
apreciación de sus características e intenciones políticas. Obama impuso a su
dócil anfitrión dinamarqués que solo sus invitados podían hacer uso de la
palabra, aunque él, tan pronto pronunció las suyas, hizo “mutis por el foro” por
una puerta trasera, como duende que escapa de un auditorio que le había hecho
el honor de escuchar con interés.
Concluida la lista
autorizada de oradores, un indígena aymara de pura cepa, Evo Morales, presidente
de Bolivia, que acababa de ser reelecto con el 65% de los votos, exigió el
derecho a usar la palabra, que le fue concedida ante el aplauso abrumador de
los presentes. En solo nueve minutos expresó profundos y dignos conceptos que respondían
a las palabras del ausente Presidente de Estados Unidos. Acto seguido se
levantó Hugo Chávez para solicitar hablar en nombre de la República Bolivariana
de Venezuela; a quien presidía la sesión no le quedó otra alternativa que
concederle también el uso de la palabra, que utilizó para improvisar uno de los
más brillantes discursos que le he escuchado. Al concluir, un martillazo puso
fin a la insólita sesión.
El ocupadísimo Obama y su
séquito no tenían, sin embargo, un minuto que perder. Su grupo había elaborado
un Proyecto de Declaración, repleto de vaguedades, que era la negación del Protocolo
de Kyoto. Después que salió precipitadamente de la plenaria, se reunió con
otros grupos de invitados que no llegaban a 30, negoció en privado y en grupo; insistió, mencionó cifras millonarias de
billetes verdes sin respaldo en oro, que constantemente se devalúan y hasta
amenazó con marcharse de la reunión sí no se accedía a sus demandas. Lo peor fue
que se trató de una reunión de países superricos a la que invitaron a varias de
las más importantes naciones emergentes y a dos o tres pobres, a las cuales
sometió el documento, como quien propone: ¡Lo tomas o lo dejas!
Tal declaración confusa,
ambigua y contradictoria ―en cuya discusión no participó para nada la
Organización de Naciones Unidas―, el Primer Ministro danés trató de
presentarla como Acuerdo de la Cumbre. Ya esta había concluido su período de
sesiones, casi todos los Jefes de Estado, de Gobierno y Ministros de Relaciones
Exteriores se habían marchado a sus respectivos países, y a las tres de la
madrugada, el distinguido Primer Ministro danés lo presentó al plenario, donde
cientos de sufridos funcionarios que desde hacía tres días no dormían, recibieron
el engorroso documento ofreciéndoles solo una hora para analizarlo y decidir su
aprobación.
Allí se incendió la reunión.
Los delegados no habían tenido siquiera tiempo de leerlo. Varios solicitaron la
palabra. El primero fue el de Tuvalu, cuyas islas quedarán bajo las aguas si se
aprobaba lo que allí se proponía; lo siguieron los de Bolivia, Venezuela, Cuba y
Nicaragua. El enfrentamiento dialéctico a las 3 de aquella madrugada del 19 de
diciembre es digno de pasar a la historia, si la historia durara mucho tiempo
después del cambio climático.
Como gran parte de lo
ocurrido se conoce en Cuba, o está en las páginas Web de Internet, me limitaré
sólo a exponer en parte las dos réplicas del canciller cubano, Bruno Rodríguez,
dignas de ser consignadas para conocer los episodios finales de la telenovela
de Copenhague, y los elementos del último capítulo que todavía no han sido
publicados en nuestro país.
“Señor Presidente (Primer Ministro de Dinamarca)… El documento que
usted varias veces afirmó que no existía, aparece ahora. Todos hemos visto
versiones que circulan de manera subrepticia y que se discuten en pequeños conciliábulos
secretos, fuera de las salas en que la comunidad internacional, a través de sus
representantes, negocia de una manera transparente.”
“Sumo mi voz a la de los representantes de Tuvalu, Venezuela y
Bolivia. Cuba considera extremadamente
insuficiente e inadmisible el texto de este proyecto apócrifo…”
“El documento que usted, lamentablemente, presenta no contiene
compromiso alguno de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
“Conozco las versiones anteriores que también, a través de procedimientos
cuestionables y clandestinos, se estuvieron negociando en corrillos cerrados
que hablaban, al menos, de una reducción del 50% para el año 2050…”
“El documento que usted presenta ahora, omite, precisamente, las ya
magras e insuficientes frases clave que aquella versión contenía. Este documento no garantiza, en modo alguno,
la adopción de medidas mínimas que permitan evitar una gravísima catástrofe
para el planeta y la especie humana.”
“Este vergonzoso documento que usted trae es también omiso y ambiguo
en relación con el compromiso específico de reducción de emisiones por parte de
los países desarrollados, responsables del calentamiento global por el nivel
histórico y actual de sus emisiones, y a quienes corresponde aplicar
reducciones sustanciales de manera inmediata.
Este papel no contiene una sola palabra de compromiso de parte de los
países desarrollados.”
“…Su
papel, señor Presidente, es el acta de defunción del Protocolo de Kyoto, que mi
delegación no acepta.”
“La delegación cubana desea
hacer énfasis en la preeminencia del principio de ‘responsabilidades comunes,
pero diferenciadas’, como concepto central del futuro proceso de
negociaciones. Su papel no dice una
palabra de eso.”
“La delegación de Cuba
reitera su protesta por las graves violaciones de procedimiento que se han
producido en la conducción antidemocrática del proceso de esta conferencia,
especialmente, mediante la utilización de formatos de debate y de negociación,
arbitrarios, excluyentes y discriminatorios…”
“Señor Presidente, le
solicito formalmente que esta declaración sea recogida en el informe final
sobre los trabajos de esta lamentable y bochornosa 15 Conferencia de las
Partes.”
Lo que nadie podría
imaginar es que, después de otro largo receso y cuando ya todos pensaban que
solo faltaban los trámites formales para dar por concluida la Cumbre, el Primer
Ministro del país sede, instigado por los yankis, haría otro intento de hacer
pasar el documento como consenso de la Cumbre, cuando no quedaban ni siquiera
Cancilleres en el plenario. Delegados de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba,
que permanecieron vigilantes e insomnes hasta el último minuto, frustraron la postrera
maniobra en Copenhague.
No concluiría, sin embargo,
el problema. Los poderosos no están habituados, ni admiten resistencia. El 30
de diciembre la Misión Permanente de Dinamarca ante Naciones Unidas, en Nueva
York, informó cortésmente a nuestra Misión en esa ciudad que había tomado nota
del Acuerdo de Copenhague del 18 de diciembre de 2009, y adjuntaba copia avanzada
de esa decisión. Textualmente afirmó: “…el Gobierno de Dinamarca, en su calidad
de Presidente de la COP15, invita a las Partes de la Convención a informar por
escrito a la Secretaría de la UNFCCC, lo antes posible, su voluntad de
asociarse al Acuerdo de Copenhague.”
Esta sorpresiva
comunicación motivó la respuesta de la Misión Permanente de Cuba ante Naciones
Unidas, en la que “…rechaza de plano la intención de hacer aprobar, por vía
indirecta, un texto que fue objeto de repudio de varias delegaciones, no sólo
por su insuficiencia ante los graves efectos del cambio climático, sino también
por responder exclusivamente a los intereses de un reducido grupo de Estados.”
A su vez, originó una carta
del Viceministro Primero del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente
de la República de Cuba, Doctor Fernando González Bermúdez, al Sr. Yvo de Boer,
Secretario Ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático,
algunos de cuyos párrafos transcribimos:
“Hemos recibido con
sorpresa y preocupación la Nota que el Gobierno de Dinamarca circulara a las
Misiones Permanentes de los Estados miembros de las Naciones Unidas en Nueva
York, que usted seguramente conoce, mediante la cual se invita a los Estados
Partes de
“Hemos observado, con
preocupación adicional, que el Gobierno de Dinamarca comunica que
“A juicio de
“Nada de lo acordado en la
15 COP autoriza al Gobierno de Dinamarca a adoptar esta acción y, mucho menos,
a
“Debo indicarle que el
Gobierno de la República de Cuba rechaza de la manera más firme este nuevo
intento de legitimar por vía indirecta un documento espurio y reiterarle que
esta forma de actuar compromete el resultado de las futuras negociaciones,
sienta un peligroso precedente para los trabajos de la Convención y lesiona en
particular el espíritu de buena fe con que las delegaciones deberán continuar
el proceso de negociaciones el próximo año.”, concluyó el Viceministro Primero
de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba.
Muchos conocen,
especialmente los movimientos sociales y las personas mejor informadas de las
instituciones humanitarias, culturales y científicas, que el documento
promovido por Estados Unidos constituye un retroceso de las posiciones
alcanzadas por los que se esfuerzan en evitar una colosal catástrofe para nuestra
especie. Sería ocioso repetir aquí cifras y hechos que lo demuestran
matemáticamente. Los datos constan en las páginas Web de Internet y están al
alcance del número creciente de personas que se interesan por el tema.
La teoría con que se
defiende la adhesión al documento es endeble e implica un retroceso. Se invoca
la idea engañosa de que los países ricos aportarían una mísera suma de 30 mil
millones de dólares en tres años a los países pobres para sufragar los gastos
que implique enfrentar el cambio climático, cifra que podría elevarse a 100 mil
por año en el 2020, lo que en este gravísimo problema, equivale a esperar por
las calendas griegas. Los especialistas conocen que, esas cifras son ridículas
e inaceptables por el volumen de las inversiones que se requieren. El origen de
tales sumas es vago y confuso, de modo que no comprometen a nadie.
¿Cuál es el valor de un
dólar? ¿Qué significan 30 mil millones? Todos sabemos que desde Bretton Woods, en
1944, hasta la orden presidencial de Nixon en 1971 ―impartida para echar
sobre la economía mundial el gasto de la guerra genocida contra Viet Nam―,
el valor de un dólar, medido en oro, se fue reduciendo hasta ser hoy aproximadamente
32 veces menor que entonces; 30 mil millones significan menos de mil millones,
y 100 mil divididos por 32, equivalen a 3 125, que no alcanzan en la actualidad
ni para construir una refinería de petróleo de mediana capacidad.
Si los países
industrializados cumplieran alguna vez la promesa de aportar a los que están
por desarrollarse el 0,7 por ciento del PIB ―algo que salvo contadas
excepciones nunca hicieron―, la cifra excedería los 250 mil millones de
dólares cada año.
Para salvar los bancos el
gobierno de Estados Unidos gastó 800 mil millones, ¿Cuánto estaría dispuesto
gastar para salvar a los 9 mil millones de personas que habitarán el planeta en
el 2050, si antes no se producen grandes sequías e inundaciones provocadas por el
mar debido al deshielo de glaciares y grandes masas de aguas congeladas de
Groenlandia y la Antártida?
No nos dejemos engañar. Lo que
Estados Unidos ha pretendido con sus maniobras en Copenhague es dividir al
Tercer Mundo, separar a más de 150 países subdesarrollados de China, India,
Brasil, Sudáfrica y otros con los cuales debemos luchar unidos para defender,
en Bonn, en México o en cualquier otra conferencia internacional, junto a las
organizaciones sociales, científicas y humanitarias, verdaderos Acuerdos que
beneficien a todos los países y preserven a la humanidad de una catástrofe que
puede conducir a la extinción de nuestra especie.
El mundo posee cada vez más
información, pero los políticos tienen cada vez menos tiempo para pensar.
Las naciones ricas y sus
líderes, incluido el Congreso de Estados Unidos, parecen estar discutiendo cuál
será el último en desaparecer.
Cuando Obama haya concluido
las 28 fiestas con que se propuso celebrar estas Navidades, si entre ellas está
incluida la de los Reyes Magos, quizás Gaspar, Melchor y Baltasar le aconsejen
lo que debe hacer.
Ruego me excusen la
extensión. No quise dividir en dos partes esta Reflexión. Pido perdón a los
pacientes lectores.
Fidel Castro Ruz
Enero 3 de 2010
3 y 16 p.m.