Reflexiones del compañero Fidel
LA REFORMA SANITARIA DE ESTADOS UNIDOS
Barack Obama es un fanático
creyente del sistema capitalista imperialista impuesto por Estados Unidos al
mundo. “Dios bendiga a Estados Unidos”, concluye sus discursos.
Algunos de sus hechos hirieron la sensibilidad de la opinión
mundial, que vio con simpatías la victoria del
ciudadano afroamericano frente al candidato de la extrema derecha de ese
país. Apoyándose en una de las más profundas crisis económicas que ha conocido
el mundo, y en el dolor causado por los jóvenes norteamericanos que perdieron
la vida o fueron heridos o mutilados en las guerras genocidas de conquista de
su predecesor, obtuvo los votos de la mayoría del 50% de los norteamericanos
que se dignan acudir a las urnas en ese democrático país.
Por elemental sentido ético,
Obama debió abstenerse de aceptar el Premio Nobel de la Paz, cuando ya había
decidido el envío de cuarenta mil soldados a una guerra absurda en el corazón
de Asia.
La política militarista, el
saqueo de los recursos naturales, el intercambio desigual de la actual
administración con los países pobres del Tercer Mundo, en nada se diferencia de
la de sus antecesores, casi todos de extrema derecha, con algunas excepciones,
a lo largo del pasado siglo.
El documento
antidemocrático impuesto en la Cumbre de Copenhague a la comunidad
internacional ―que había dado crédito a su promesa de cooperar en la
lucha contra el cambio climático― fue otro de los hechos que
desilusionaron a muchas personas en el mundo. Estados Unidos, el mayor emisor
de gases de efecto invernadero, no estaba dispuesto a realizar los sacrificios
necesarios a pesar de las palabras zalameras previas de su Presidente.
Sería interminable la lista
de contradicciones entre las ideas que la nación cubana ha defendido con
grandes sacrificios durante medio siglo y la política egoísta de ese colosal
imperio.
A pesar de eso, no
albergamos ninguna animadversión contra Obama, y mucho menos contra el pueblo
de Estados Unidos. Consideramos que la Reforma de Salud ha constituido una
importante batalla y un éxito de su gobierno. Parece sin embargo algo realmente
insólito que 234 años después de la Declaración de Independencia, en Filadelfia
en el año 1776, inspirada en las ideas de los enciclopedistas franceses, el gobierno
de ese país haya aprobado la atención médica para la inmensa mayoría de sus
ciudadanos, algo que Cuba alcanzó para toda su población hace medio siglo a
pesar del cruel e inhumano bloqueo impuesto y todavía vigente por parte del país
más poderoso que existió jamás. Antes, después de casi un siglo de
independencia y tras sangrienta guerra, Abraham Lincoln pudo lograr la libertad
legal de los esclavos.
No puedo, por otro lado,
dejar de pensar en un mundo donde más de un tercio de la población carece de
atención médica y de medicamentos esenciales para garantizar la salud,
situación que se agravará en la medida en que el cambio climático, la escasez
de agua y de alimentos sean cada vez mayores, en un mundo globalizado donde la
población crece, los bosques desaparecen, la tierra agrícola disminuye, el aire
se hace irrespirable, y la especie humana que lo habita ―que emergió hace
menos de 200 mil años, es decir 3 500 millones de años después que surgieron
las primeras formas de vida en el planeta― corre el riesgo real de desaparecer
como especie.
Admitiendo que la reforma sanitaria
significa un éxito para el gobierno de Obama, el actual Presidente de Estados
Unidos no puede ignorar que el cambio climático significa una amenaza para la
salud y, peor todavía, para la propia existencia de todas las naciones del
mundo, cuando el aumento de la temperatura –más allá de límites críticos que
están a la vista– diluya las aguas congeladas de los glaciares, y las decenas
de millones de kilómetros cúbicos almacenados en las enormes capas de hielo
acumuladas en la Antártida, Groenlandia y Siberia se derritan en unas pocas
decenas de años, dejando bajo las aguas todas las instalaciones portuarias del
mundo y las tierras donde hoy vive, se alimenta y labora una gran parte de la
población mundial.
Obama, los líderes de los
países ricos y sus aliados, sus científicos y sus centros sofisticados de
investigación conocen esto; es imposible que lo ignoren.
Comprendo la satisfacción
con que se expresa y reconoce, en el discurso presidencial, el aporte de los
miembros del Congreso y la administración que hicieron posible el milagro de la
reforma sanitaria, lo cual fortalece la posición del gobierno frente a
lobbistas y mercenarios de la política que limitan las facultades de la
administración. Sería peor si los que protagonizaron las torturas, los asesinatos
por contrato y el genocidio ocuparan nuevamente el gobierno de Estados Unidos. Como
persona incuestionablemente inteligente y suficientemente bien informada, Obama
conoce que no hay exageración en mis palabras. Espero que las tonterías que a
veces expresa sobre Cuba no obnubilen su inteligencia.
Tras el éxito en esta
batalla por el derecho a la salud de todos los norteamericanos, 12 millones de
inmigrantes, en su inmensa mayoría latinoamericanos, haitianos y de otros países del Caribe reclaman
la legalización de su presencia en Estados Unidos, donde realizan los trabajos
más duros y de los cuales no puede prescindir la sociedad norteamericana, en la
que son arrestados, separados de sus familiares y remitidos a sus países.
La inmensa mayoría
emigraron a Norteamérica como consecuencia de las tiranías impuestas por
Estados Unidos a los países del área y la brutal pobreza a que han sido
sometidos como consecuencia del saqueo de sus recursos y el intercambio
desigual. Sus remesas familiares constituyen un elevado porcentaje del PIB de
sus economías. Esperan ahora un acto de elemental justicia. Si al pueblo cubano
se le impuso una Ley de Ajuste, que promueve el robo de cerebros y el despojo
de sus jóvenes instruidos, ¿por qué se emplean métodos tan brutales con los
emigrantes ilegales de los países latinoamericanos y caribeños?
El devastador terremoto que
azotó a Haití –el país más pobre de América Latina, que acaba de sufrir una
catástrofe natural sin precedentes que implicó la muerte de más de 200 mil
personas– y el terrible daño económico
que otro fenómeno similar ocasionó a Chile, son pruebas elocuentes de los
peligros que amenazan a la llamada civilización y la necesidad de drásticas
medidas que otorguen a la especie humana la esperanza de sobrevivir.
La Guerra Fría no trajo
ningún beneficio para la población mundial. El inmenso poder económico,
tecnológico y científico de Estados Unidos no podría sobrevivir a la tragedia
que se cierne sobre el planeta. El presidente Obama debe buscar en su
computadora los datos pertinentes y conversar con sus científicos más eminentes;
verá cuán lejos está su país de ser el modelo que preconiza para la humanidad.
Por su condición de
afroamericano, allí sufrió las afrentas de la discriminación, según narra en su
libro “Los sueños de mi padre”; allí
conoció la pobreza en que viven decenas de millones de norteamericanos; allí se
educó, pero allí también disfrutó como profesional exitoso los privilegios de
la clase media rica, y terminó idealizando el sistema social donde la crisis
económica, las vidas de norteamericanos inútilmente sacrificadas y su
indiscutible talento político le dieron la victoria electoral.
A pesar de eso, para la derecha más
recalcitrante Obama es un extremista al que amenazan con seguir dando la
batalla en el Senado para neutralizar los efectos de la reforma sanitaria y
sabotearla abiertamente en varios Estados de la Unión, declarando
inconstitucional la Ley aprobada.
Los problemas de nuestra
época son todavía mucho más graves.
El Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y otros organismos internacionales de créditos,
bajo control estricto de Estados Unidos, permiten que los grandes bancos norteamericanos
―creadores de los paraísos fiscales y responsables del caos financiero en
el planeta― sean sacados a flote por los gobiernos de ese país en cada
una de las frecuentes y crecientes crisis del sistema.
La Reserva Federal de
Estados Unidos emite a su antojo las divisas convertibles que costean las
guerras de conquista, las ganancias del Complejo Militar Industrial, las bases
militares distribuidas por el mundo y las grandes inversiones con las que las
transnacionales controlan la economía en muchos países del mundo. Nixon
suspendió unilateralmente la conversión del dólar en oro, mientras en las
bóvedas de los bancos de Nueva York se guardan siete mil toneladas de oro, algo
más del 25% de las reservas mundiales de ese metal, cifra que al final de la
Segunda Guerra Mundial superaba el 80%. Se argumenta que la deuda pública
sobrepasa los 10 millones de millones de dólares, lo cual supera el 70% de su
PIB, como una carga que se transfiere a las nuevas generaciones. Eso se afirma
cuando en realidad es la economía mundial la que costea esa deuda con los
enormes gastos en bienes y servicios que aporta para adquirir dólares
norteamericanos, con los cuales las grandes transnacionales de ese país se han
apoderado de una parte considerable de las
riquezas del mundo, y sostienen la sociedad de consumo de esa nación.
Cualquiera comprende que
tal sistema es insostenible, y por qué los sectores más ricos en Estados Unidos
y sus aliados en el mundo defienden un sistema sólo sustentable con la
ignorancia, las mentiras y los reflejos condicionados sembrados en la opinión
mundial a través del monopolio de los medios de comunicación masiva, incluidas
las redes principales de Internet.
Hoy el andamiaje se
derrumba ante el avance acelerado del cambio climático y sus funestas
consecuencias, que ponen a la humanidad ante un dilema excepcional.
Las guerras entre las
potencias no parecen ser ya la solución posible a las grandes contradicciones,
como lo fueron hasta la segunda mitad del siglo XX; pero, a su vez, han incidido de tal forma sobre
los factores que hacen posible la supervivencia humana, que pueden poner fin
prematuramente a la existencia de la actual especie inteligente que habita
nuestro planeta.
Hace unos días expresé mi convicción
de que, a la luz de los conocimientos científicos que hoy se dominan, el ser
humano deberá resolver sus problemas en el planeta Tierra, ya que jamás podrá
recorrer la distancia que separa el Sol de la estrella más próxima, ubicada a
cuatro años luz, velocidad que equivale a 300 mil kilómetros por segundo ―como
conocen nuestros alumnos de secundaria básica―, si alrededor de ese sol
existiera un planeta parecido a nuestra bella Tierra.
Estados Unidos invierte
fabulosas sumas para comprobar si en el planeta Marte hay agua, y si existió o
existe alguna forma elemental de vida. Nadie sabe para qué, como no sea por pura
curiosidad científica. Millones de especies van desapareciendo a ritmo
creciente en nuestro planeta y sus fabulosas cantidades de agua constantemente
se están envenenando.
Las nuevas leyes de la ciencia
―a partir de las fórmulas de Einstein sobre la energía y la materia, y la
teoría de la gran explosión como origen de los millones de constelaciones e infinitas estrellas u otras
hipótesis― han dado lugar a profundos cambios en conceptos fundamentales
como el espacio y el tiempo, que ocupan la atención y los análisis de los
teólogos. Uno de ellos, nuestro amigo brasileño Frei Betto, aborda el tema en
su libro “La obra del artista: Una visión holística del Universo”, presentado
en la última Feria Internacional del Libro de La Habana.
Los avances de la ciencia
en los últimos cien años han impactado los enfoques tradicionales que
prevalecieron a lo largo de miles de años en las ciencias sociales e incluso en
la Filosofía y la Teología.
No es poco el interés que
los más honestos pensadores prestan a los nuevos conocimientos, pero no sabemos
absolutamente nada de lo que piensa el presidente Obama sobre la compatibilidad
de las sociedades de consumo y la ciencia.
Mientras tanto, vale la
pena dedicarse de vez en cuando a meditar sobre esos temas. Con seguridad no
dejará por ello de soñar el ser humano y tomar las cosas con la debida
serenidad y acerados nervios. Es el deber, al menos, de aquellos que escogieron
el oficio de políticos y el noble e irrenunciable propósito de una sociedad
humana solidaria y justa.
Fidel Castro Ruz
Marzo 24 de 2010
6 y 40 p.m.