Malecón habanero

Las altas temperaturas del verano en Cuba propician hoy una de las opciones para mitigarlas el descanso en el Malecón habanero por las tardes, al caer el Sol.

Ya es habitual apreciar a muchas personas que pasan las horas más frescas cerca del mar, no solo los lugareños, sino un ejército de turistas que llegan a esta capital provenientes de diversas partes del mundo.

La otra arista del asunto, está en que para los visitantes se trata de una oportunidad de congeniar con los pobladores de la Isla, dialogar y hacer nuevos amigos.

El Malecón habanero significa punto y aparte en el turismo cubano. Su serpenteante muro, divisorio entre el mar y la tierra, constituye una especie de poema que acumula, además de salpicaduras, las historias de varias generaciones.

Además de sus andaduras por el tiempo, cada quien interpreta la mejor manera de refrescarse del impactante verano tropical en ese lugar.

Pero ocurre que en Cuba la mayor parte del tiempo es verano, y el calor resulta fuerte agravio en los meses de julio y agosto, momentos en que esa línea costera se repleta de personas para el diálogo, escuchar canciones, conocer amores o amistades.

Familias enteras disfrutan de sus espacios. Jóvenes y menos jóvenes acumulan experiencias en ese escenario, por demás empleado por cineastas, fotógrafos, pintores, músicos, o comunes mortales.

El Malecón habanero representa al auténtico color cubano, en su majestuoso despliegue, por la acumulación del salitre, las olas del escaso invierno, por su encanto en el temporal o la calma.

Son más de seis kilómetros de extensión, con una vista del litoral que se aprovecha para la pesca desde la orilla y para eventos náuticos, incluidas regatas organizadas por el Club Náutico Internacional Hemingway de Cuba.

Lugar que acapara establecimientos de recreo, hoteles como el abierto en 2012 bajo el nombre de El Terral, cuyo nombre indica no solo el panorama frente a cada habitación, sino los beneficios de la brisa del mar.

El Malecón se apodera de la línea costera desde el Torreón de La Chorrera en la parte oeste, hasta el interior de la Bahía de La Habana, con un paseo que trae sitios históricos como la Fortaleza de La Punta, que con su línea visual junto al emblemático Castillo de los Tres Reyes del Morro y su faro, generan una especie de postal turística.

Cada tramo tiene propiamente sus nombres, las calles que conforman la serpiente de concreto: Avenida de Céspedes, de Maceo, de Washington, Avenida de Pí y Margall; patriotas o personalidades que dejaron su impronta en la historia cubana y también legaron sus nombres a este trayecto.

En el siglo XVIII desaparecieron las malezas del entorno y los vecinos comenzaron el disfrute de su paisaje, el nexo de tierra y mar.

Para el siglo XIX se empleó su litoral oeste como asiento de instalaciones para baños, con casetas de madera y lugares como La Playita y El Progreso.

La iniciativa de Paseo Marítimo aparece en 1863 de parte del ingeniero militar Francisco de Albear y Lara. En ese entonces era un malecón alto, al que se sumaba un trazado para ferrocarriles, pero ello solo quedó en los proyectos iniciales.

El Malecón actual, sin embargo, comenzó a construirse en 1901 bajo la intervención militar estadounidense, mediante planos de ingenieros norteños, ideados con estilo del Riverside Drive de Nueva York.

Con el tiempo, el trayecto, ideal para recorrerlo en coche y tomar fotografías, perdió algunos encantos iniciales y ganó otros como La Fuente de la Juventud, cercana a los hoteles Meliá Cohíba y Riviera. Y ganó el prestigio de un espacio ineludible para el turismo, y para el verano.