Sepulcro que guarda los restos del Comandante en Jefe

Cuando el sol se empinaba por encima de las elevaciones de la Sierra Maestra ya estaba con él. En la puerta del cementerio Santa Ifigenia me ofrecían las mejores flores. Las que escogí fueron cinco rosas rojas… cinco como las puntas de la estrella solitaria que resplandece en la digna bandera por la que tanto luchó. Cinco rosas rojas, y en ellas, toda mi gratitud y la de otros no menos agradecidos que me pidieron lo hiciera por ellos.

Ya lo sabía,  que la potente roca de granitos donde está Fidel simboliza un grano de maíz… y no puede ser de otra forma, porque allí está depositada y cabe toda la gloria del mundo. También se me antoja la forma de campana, esa que desde tiempos remotos repicó en la manigua y despertó a los de entonces para levantarse en combate por la Patria mancillada.

Junto a mi cabalgaban por el campo santo de la heroica Santiago otros colegas. Mirábamos, hablábamos, escuchábamos, movíamos los ojos hacia un lado y otro, una y otra vez la gallarda bandera cubana encima de cada uno de los sepulcros de los valientes hijos de la patria. En los árboles de alrededor vuelan y anidan las palomas, su ronronear es un canto de paz.

Los himnos del pueblo, el canto a los héroes, la elegía a José Martí acompañan a los jóvenes soldados que celosos custodian al Maestro y al mejor y más agradecido de sus discípulos, todo sucede en un hermoso y solemne ritual cada treinta minutos .

Todo está allí, en la necrópolis de la Ciudad rebelde, hospitalaria y heroica siempre,  Santiago de Cuba. Está Mariana la madre de la Patria, Carlos Manuel, Martí, Frank, Abel, así meditando…!!  Entonces una lágrima, sí, una lágrima!! Y ahora todo más claro: Mi Comandante, una vez más, no te equivocaste, estás donde tenías que estar. Tenga mis  rosas rojas y en un abrazo ¡Gracias Fidel Castro Ruz!