Luis Almagro

El proceso que inició Venezuela para salir de la Organización de Estados Americanos (OEA) resume una historia plagada de iniquidades.

Caracas hace años con Hugo Chávez al frente decidió marchar por un camino independiente y consagrar un programa de justicia social para la gran mayoría.

Aquí radica la génesis del choque impuesto por las autoridades de Estados Unidos que se extiende hasta el presente.

¿Cuál es la inquietud central de estas últimas? ¿Acaso el futuro de su democracia? ¿De sus libertades?

No, les desvela, en primer lugar, que se aleje  su posibilidad de volver a dominar las enormes reservas petroleras de ese país suramericano.

Ello explica que Washington haya desatado una escandalosa guerra en todos los frentes contra su vecino del sur.

Pero en medio de esa feroz y sistemática embestida ha priorizado acciones que contribuyan a envenenar la mente de los venezolanos.

Con ese objetivo, no han escatimado echar mano a todas las variantes, pues, como piensan fielmente “el fin justifica los medios”.

Una de ellas ha consistido en ordenar a la OEA tirar por la borda todo pudor y ponerse  a disposición de sus jefes del Norte.

Un empleado del Departamento de Estado que funge como su agente ante ese organismo regional, Luis Almagro, ha hecho todo lo posible –e imposible- para satisfacer las instrucciones recibidas.

Pero como ni así se tranquilizan, apretaron las tuercas a otros ilustres portavoces oficiales del área para montar la imagen de una “Venezuela aislada”.

O sea, dicho más crudamente, el ratón jefe Luis Almagro, puso en atención a sus ratoncitos y les ordenó avanzar contra Caracas.

Parecía que sobre la OEA, ya cubierta de fango, no había espacio para más ignominia, pero sí existía, llegó en hombros de ratones amaestrados desde el Norte revuelto y brutal que los desprecia.