Martí

Cuando el último avión de la British Airways corrió por la pista del Aeropuerto Internacional José Martí y con un levantón de nariz sus ruedas quedaron en el aire, no solo se había completado una de las más importantes operaciones de rescate sanitario entre Europa y las Américas, sino que, para la pequeña isla que lo realizó, se había ganado una intensa batalla comunicacional.  

Cuando, junto al Presidente, el Gobierno en pleno se puso de pie en el último minuto de la Mesa Redonda del viernes, probablemente de las más vistas desde sus inicios, obligando a su conductor a despedir la emisión tomado por una cámara lateral, quedaba demostrado que la capacidad para dirigir un país bajo una guerra económica como Cuba, es también, inevitablemente, hacerle frente a la guerra comunicacional que la acompaña.  

Cuba no solo ha ido implementando medidas a profundidad, gracias a poseer el sistema socio-sanitario más sólido de Latinoamérica, sino que, por la ventaja de su sistema de gobierno, pudo resistir la presión de precipitarse y dejar a la improvisación o al olvido implicaciones de graves consecuencias, y que se han tratado de disminuir lo más posible. Un gobierno más preocupado por el efecto en las urnas electorales que por un manejo responsable de la situación, se hubiese apresurado en complacer a los sectores que, sin ser mayoría en la población, sí son mayoría en el entorno de las redes sociales, saltándose el respeto recomendado por la OMS a las etapas y la planificación para cada una.

Hacia esa mayoría virtual se ha desarrollado un circuito de influencia a través de páginas web y ubicación de contenidos para generar un estado de opinión permanentemente negativo hacia todo lo que se diga por las autoridades. Sus organizadores y financistas no han tenido escrúpulos en utilizarlas para agravar psicológica y políticamente esta situación. Durante estos días no se ha dejado de bombardear al público cubano en las redes, desde páginas diseñadas para ese uso, con contenidos encaminados a hacer desconfiar de todo cuanto hacen las autoridades sanitarias y de gobierno contra el coronavirus, y dentro de ese público, a sectores específicos. 

Sin embargo, el recuerdo simbólico de la falta de solidaridad, en su momento histórico y social, hacia los pasajeros del SS St. Louis que huían del exterminio nazi, multiplicado en las redes, en las páginas de Granma y en las palabras del Presidente en la Mesa Redonda, así como la imagen de Fidel ayudando a bajar la escalerilla del avión a los niños de Chernóbil, que muchos cubanos recordaron en estos días, demuestra que poseemos una riqueza simbólica capaz de movilizar la sensibilidad humana, la solidaridad y el razonamiento mucho más de lo que pueden lacerarlas cien publicaciones de Cibercuba. 

Lo que presenciamos en las redes durante los días previos al rescate del crucero MS Braemar, así como las últimas dos o tres semanas, ha sido una operación mediática con todas las de la ley para dividir a la población activa en las redes, entre aquellos que creían estar en lo correcto al pensar que no se debía rescatar a los pasajeros del crucero o que se debían cerrar precipitadamente los aeropuertos, para enfrentarlos con saña contra aquellos otros que entendían imprescindible apegarse a la organización planificada por las autoridades responsables en el asunto. 

Ha sido una operación mediática de manipulación absurda de la parte de la población con menos conocimientos científicos, económicos y administrativos, pero con más exposición pública, al tratarse de músicos, actores, conductores de televisión, para contraponerla a las decisiones y generar más presión sobre la parte de la población con el verdadero peso y conocimiento profesional sobre el enfrentamiento y manejo de epidemias.

Mediante una dinámica de generación de ¨opinión-amplificación-inducción-más opinión¨, ya páginas como Cibercuba y Cubita Now habían comenzado a recopilar opiniones de artistas –sin permiso alguno de estos, en muchos casos- clamando por el cierre de los aeropuertos, como si se tratara de notas celebrando sus cumpleaños. 

Otras iniciativas con la participación de músicos cubanos, como los videos producidos por la Egrem con mensajes a la población sobre el lavado de las manos o acudir al médico ante la aparición de síntomas han tenido menos circulación. ¿Le interesa a Cubita Now realmente la salud de los cubanos? ¿La opinión de sus artistas, para algo más que sacarle provecho político? ¿Defienden lo mismo Cibercuba y la Egrem? 

¿Por qué tenemos que vivir secuestrados por una maquinaria que nos aterroriza con ser tildados de ¨oficialistas¨ como niños asustados? ¿Incluso aquellos para los que eso no implicaría ninguna afectación económica, al no estar sus actividades comprometidas con empresas y escenarios de Miami? ¿Estaríamos de verdad defendiendo la salud de los cubanos, al ponernos junto a los que apoyan y se regodean en que no haya medicinas en nuestras farmacias o alimentos en nuestras tiendas?

No son pocos los que, indignados, aclaran que es su opinión sincera expresada públicamente, la que es utilizada por esas páginas, y no un fruto de la inducción que estas mismas pretenden ejercer. Pero no es posible pensar que un grupo de páginas digitales creadas para acompañar mediáticamente el bloqueo y agravar su efecto, merezca el favor de parte de nuestros artistas de permitirles utilizar su imagen y su opinión para sus propósitos. Bastaría entonces que uno, o varios, o muchos de nuestros artistas, se pronunciaran enérgicamente ante su utilización como figura pública por parte de estas páginas, para que su carácter de artista cubano sea respetado. Quien se deja utilizar por quienes irrespetan a su pueblo, y por quienes lo bloquean, se irrespeta a sí mismo, no solo como artista, sino también como cubano. 

El arte no tiene Patria; el artista, sí.