Siete de julio de 1955, inicio del exilio fecundo de Fidel en México

Era el jueves siete de julio de 1955 y al aeropuerto de La Habana arribaban grupos de turistas bulliciosos que se agolpaban en sus salones, donde contrastaban con un joven alto y fuerte, vestido con traje oscuro junto a algunos familiares, quienes no manifestaban el entusiasmo de una alegre despedida.

Él era Fidel Castro Ruz y partía para México a un viaje del que “no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies” como había proclamado horas antes.

El 15 de mayo de ese año, los jóvenes asaltantes a los cuarteles Guillermón Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, fueron liberados del entonces reclusorio de Isla de Pinos junto a su líder Fidel Castro, gracias a la presión popular y las intenciones de la dictadura de mejorar su imagen e intentar hacer olvidar la terrible matanza realizada contra los revolucionarios.

Poco antes de la excarcelación, en el periódico La Calle y en la Revista Bohemia fue denunciado un plan de la tiranía para atentar contra la vida de los revolucionarios y en especial de su máximo dirigente.

No obstante, esas circunstancias no impidieron que Fidel el propio día de salir de la cárcel en Nueva Gerona declarara a la prensa su rechazo a cualquier componenda electoral de la dictadura, y su decisión de emprender el camino seguido por los mambises de 1868 y 1895 para derrotar a la dictadura.

El joven líder durante los poco más de 50 días que permaneció en Cuba, bajo una constante vigilancia de la policía batistiana, logró pasos importantes en la organización del movimiento clandestino 26 de Julio y en la consolidación de la unidad de las verdaderas organizaciones opuestas a Fulgencio Batista.

En su manifiesto de despedida también explicó: “Me marcho de Cuba, porque me han cerrado las puertas para la lucha cívica. Después de seis semanas en la calle, estoy convencido más que nunca de que la Dictadura tiene la intención de permanecer 20 años en el poder disfrazada de distintas formas, gobernando como hasta ahora sobre el terror y sobre el crimen, ignorando que la paciencia del pueblo tiene límites. Como martiano pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos”.

Durante su estancia en el país azteca multiplicó sus actividades y fue el factor decisivo de unidad para los revolucionarios cubanos, unos dispersos en el exilio y otros en la propia Cuba, muchos de los cuales integraron el proyecto revolucionario bajo estrictas medidas de compartimentación, dura preparación y disciplina.

Entre ellos se destacó un joven médico argentino, Ernesto Guevara, y un alegre dependiente de una tienda habanera llamado Camilo Cienfuegos, quienes poco después se convertirían en Comandantes legendarios en la Sierra Maestra.

A pesar de la vigilancia y planes de asesinato contra Fidel, que dirigen los servicios represivos de la dictadura desde la embajada cubana, y las propias redadas de la policía mexicana que ocuparon armas y detuvieron a revolucionarios, los futuros expedicionarios del Yate Granma concluyeron su etapa de preparación para fines de 1956 y se encontraban listos para arribar a la Isla.

Previamente, Frank País llegó a México el ocho de agosto de 1956 a ultimar el apoyo del desembarco del Granma y el levantamiento de Santiago de Cuba el 30 de noviembre. También Fidel y José Antonio Echeverría, presidente de la FEU, acordaron el pacto de unidad revolucionaria conocido como la Carta de México, con lo cual las principales estrategias de la insurrección quedaron conjugadas.

Así llegó la fecha señalada y el 25 de noviembre, con las luces apagadas, el Yate Granma, con 82 expedicionarios navegó por el río Tuxpan hacia el mar abierto del Golfo de México, rumbo a las costas de Las Coloradas donde desembarcarían el dos de diciembre.

Solo habían transcurrido 17 meses desde que Fidel inició su exilio fecundo, para cumplir con su consigna de que serían libres o mártires.