Cuando un hombre “castiga” a una mujer con silencio, finge que no la escucha o entiende, le dedica gestos de rechazo o miradas agresivas, la cela, controla su aspecto físico o la desacredita en público,ejerce violencia psicológica contra ella. Imagen: Carmen Navarro / Proyecto Kahlo.

Andrea es feliz, a ratos. O al menos eso cree. Tras cinco años de relación, su esposo aún le cuenta al mundo -y a ella- la maravillosa pareja que son. Comparte fotos de ambos en las redes sociales, le asegura que es lo más importante en su vida, planifica viajes y aventuras, le regala flores. Todo es perfecto… hasta que discuten. Y en los últimos tiempos los motivos de conflictos van en aumento.

Desde que formalizaron la relación, cada vez más el muchacho intenta controlar la ropa que se pone, sus salidas sin él, las amistades que hace, los mensajes que recibe, el trabajo que realiza... Cuando Andrea defiende su independencia y derecho a decidir, él se burla, la ridiculiza o la llama egoísta. Argumenta que deberían pasar más tiempo juntos, que una u otra prenda es demasiado atrevida para una mujer comprometida, que cierto nuevo amigo está interesado en ella, que es demasiado ingenua e inmadura para tomar decisiones correctas.

Tras las arduas discusiones, suelen venir dos o tres días en los que apenas le dirige la palabra o en los que, por el contrario, le recuerda una y otra vez que ella es la causante de los problemas, que no se esfuerza lo suficiente por cuidar la relación. Después de todo, dice, “muy poca gente encuentra lo que nosotros tenemos”.

Poco a poco, para evitar peleas y malos ratos, Andrea empieza a modificar sus comportamientos, a limitarse, a no decir lo que cree, a no pensarlo siquiera. Se cuestiona si no estará exagerando con todo el rollo de la independencia, se siente culpable por su incapacidad para mantener la supuesta relación ideal. Intenta aprovechar los ratos felices, pero cada vez son menos. Se deprime, se apaga, no se da cuenta. En ningún momento pasa por su cabeza la posibilidad de estar siendo víctima de algún tipo de maltrato. Sin embargo, su situación enciende todas las alertas acerca de un fenómeno que por sutil suele pasar inadvertido: la violencia de género psicológica.

Según Mareleen Díaz Tenorio, psicóloga y especialista en equidad de género del Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR), esta práctica, como toda forma de violencia machista, incluye cualquier acto (u omisión) intencional basado en asimetrías de poder y desigualdades por razones de género que provoca daños físicos, psicológicos, económicos, patrimoniales y/o sexuales causando irrespeto a los derechos humanos.

Resulta particularmente importante el contexto: la desigualdad de las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Justo ahí radica el origen de un problema que no es casual ni aislado, pues forma parte de un círculo vicioso donde la subordinación y desvalorización de lo femenino ante lo masculino es causa y consecuencia. Y se naturaliza en mitos, estereotipos y comportamientos sexistas heredados, que la sociedad patriarcal presenta como “normales”.

Sin embargo, insistió Díaz Tenorio, aunque este tipo de maltrato es aprendido, no viene anclado en la carga genética de las personas. “No es inevitable, es una realidad que puede y debe ser modificada”. Pero hay que aprender a identificarla.

La psicóloga de OAR explicó a Cubadebate que esta compleja forma de violencia abarca un abanico muy grande en sus formas de presentación, desde las más sutiles hasta las más graves. Se distingue por las características psicológicas de los medios empleados para ejercerla: amenazas, acoso, hostigamiento, restricción, humillación, descrédito, desvalorización, manipulación, aislamiento, culpabilización, silencios condenatorios, vigilancia constante, exigencia de obediencia o sumisión, coerción verbal y gestual, persecución, insulto, indiferencia, abandono, chantaje, ridiculización, control del dinero, el tiempo y el vestuario, entre otros.

Otras investigaciones describieron una manifestación mucho más acabada llamada gaslighting, durante la cual el abusador altera la percepción de la realidad de la víctima, haciéndole dudar de su memoria, su percepción o su cordura.  No sólo quiere modificar el comportamiento de alguien sino quién es ese alguien, para facilitar el control y la subordinación.

Por tanto, cuando un hombre “castiga” a una mujer con silencio, finge que no la escucha o entiende, le dedica gestos de rechazo o miradas agresivas, la cela, controla su aspecto físico o la desacredita en público, está ejerciendo violencia psicológica contra ella.

Este tipo de agresiones afecta tanto a víctimas directas como a testigos presenciales. Suele provocar sentimientos de impotencia, baja autoestima, incapacidad para la toma de decisiones, inestabilidad emocional, así como marcas en su organismo.

“El cuerpo y el psiquismo interactúan y forman una unidad psicosomática. También pueden instaurarse síndromes y otras enfermedades y en casos muy graves puede presentarse el suicidio”, agregó Díaz Tenorio.

Cuba, el desafío de lo invisible

Hace unos años, en el 2014, investigaciones lideradas por la socióloga Magela Romero con estudiantes universitarias cubanas demostraron la existencia de formas de control y violencia psicológica durante el noviazgo. El peligro de que el control excesivo, los celos y las imposiciones funcionaran como "pruebas de amor" subyacía en este tipo de relaciones.

En aquel momento, Romero explicó a SEMlac que la agresividad se expresaba en las prohibiciones que se establecen en las relaciones amorosas con respecto a la ropa que debe usar la mujer, las amistades con las que debe o no compartir y la actitud esperada en relación con su pareja.

Destacó también que estas manifestaciones de violencia no eran percibidas por las muchachas porque “evalúan como algo natural, por ejemplo, la prohibición, el pellizco o montarse en un ideal de mujer al que aspira su pareja y no en el suyo propio”.

Seis años después muchos de esos comportamientos persisten entre jóvenes y no tan jóvenes. Aunque varios estudios locales y sondeos de opinión señalan que la violencia psicológica es la más recurrente entre las expresiones del maltrato sexista hacia las mujeres y las niñas en Cuba, aún resulta difícil detectarla y mucho más eliminarla. Probablemente porque se pone de manifiesto en formas menos evidentes y las víctimas suelen desarrollar mecanismos psicológicos que ocultan la realidad cuando resulta excesivamente desagradable.

Además, agregó Mareleen Díaz Tenorio, incluso cuando estas agresiones tipifican como delito y requieren sanciones y restauración de daños, es difícil reconocerlas y evidenciarlas.

“La Psicología, la Psiquiatría y el Derecho tienen retos profesionales para facilitar la comprensión de esta problemática. No solo en la contribución a la legislación y la determinación de pruebas que permitan identificarla y demostrar la existencia del daño; sino también porque la solución del problema se orienta a cambios en las personas a través de procesos educativos que impidan la reproducción del fenómeno”, dijo.

Sin embargo, algunas pistas ofrecidas por la psicóloga pueden alertar sobre su presencia en el marco de las relaciones de pareja, donde las mujeres aparecen con mayor repetición como víctimas. En estos casos es frecuente sufrir en silencio una situación dolorosa esperando que las cosas se solucionen por sí mismas; esperar que la pareja cambie de actitud espontáneamente o que alguien se dé cuenta y acuda en ayuda; sentirse mal frente a la pareja, con malestar, inseguridad, miedo, inútil y al mismo tiempo un afecto que contradice la realidad; dar vueltas a situaciones incomprensibles o pensar que el problema no tiene solución porque te lo mereces, es así y no se puede hacer nada.

Una vez detectada la violencia psicológica son necesarias estrategias para hacerle frente. En primer lugar, hace falta desterrar la idea de que es invisible y no deja huellas.

“Esto no es cierto, es que son necesarios ojos entrenados y espejuelos de género para identificarla. No se aprende en un día sino en procesos educativos y comunicacionales que permitan desaprender y aprender nuevas formas de interrelación entre seres humanos”, argumentó Díaz Tenorio.

Experiencias previas en el país han demostrado cómo atender esta problemática desde un enfoque educativo. Espacios de consulta, orientación y consejería como las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia de la FMC, Gabinete Jurídico como el de Cienfuegos, el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo de Cárdenas, el Centro Oscar Arnulfo Romero, el Centro Nacional de Educación Sexual, espacios para la mediación y solución alternativa de conflictos del Centro Félix Varela, entre otros, han realizado sus propias contribuciones en la batalla por la equidad y contra la violencia.

Pero no es suficiente. Según Díaz Tenorio, resultan vitales procesos de perfeccionamiento legislativo -ya sea con una ley específica de violencia de género o de manera transversal- para el despliegue de formas diversas e integrales dirigidas a disminuir y erradicar los problemas en cuestión que son de salud, sociales y de derechos.

Para ello, insistió, tiene que participar la sociedad toda. “Son responsables no solo las familias, sino también instituciones escolares, laborales, religiosas y los medios de comunicación que se constituyen en espacios de socialización y aprendizajes continuos”.

Se trata, una vez más, de unir esfuerzos. Para que muchachas como Andrea identifiquen cuándo son víctimas de maltratos psicológicos, para que recurran a centros especializados en los que lidiar con las consecuencias, para que cada vez haya menos en esa situación. Se trata de ponerle nombre a una violencia que, aunque no siempre se ve, hace daño, deja huellas.