Día Internacional de la Lengua Materna.

Si es francés “Bonjour”, si es italiano “Buongiorno”; “Good Morning” para los anglófonos. Yo prefiero mi sencillo –pero bello– “Buenos días”. Así doy la bienvenida en mi lengua materna a las personas que me acompañan en cada nueva jornada.

Los vocablos que usamos provienen de la lengua, expresión autóctona de nuestra Cultura, una forma única de interpretar la realidad, reconocida a su vez como un bien cultural que conjuga identidad, integración social y comunicación.

Desde el año 2000, la UNESCO proclamó el 21 de febrero como el Día Internacional de la Lengua Materna, con la finalidad de promover la diversidad lingüística y la educación multilingüe, e incentivar un mejor conocimiento de las tradiciones culturales en todas las sociedades.

Más que un día de celebración, debe ser una fecha para reflexionar y precaver todo lo que aún nos falta para que nuestro idioma, en especial el español, no degrade ante los populismos, las chabacanerías o los vacíos semióticos que algunos se empeñan en otorgarle.

Es cierto que ya no se trata de expresarse como el galante caballero de brillante armadura de siglos pasados, pues la modernidad es pujante y el desarrollo dialéctico es innegable. Pero sí preservar sus normas básicas y practicar a diario los buenos modales, es tarea de todos.

En el esfuerzo de potenciar el correcto uso del idioma, descansa el propósito de proteger el patrimonio inmaterial de la humanidad y preservar la diversidad cultural, con implicación desde el aprendizaje de la primera infancia.

Hoy suman millones los hispanohablantes en todo el mundo. Y si la lengua de Cervantes resulta complicada para muchos que se empeñan en abrirse paso a través de su estudio, para mí simplemente es fascinante.