Triste noticia para las ciencias de la naturaleza en Cuba: Ayer falleció el maestro Gilberto Silva Taboada.
Tuve la suerte de que mi carrera científica estuviese vinculada a la presencia de Silva desde el año 59, cuando fundamos el grupo Murciélago de exploradores en El Vedado, y acudimos en busca de orientación a Antonio Núñez Jiménez, presidente de la Sociedad Espeleológica de Cuba y en este proceso aparecieron en nuestro camino Silva y Viñas, y después muchos otros estandartes de la ciencia cubana.
Desde el primer encuentro, tuvimos en Silva, como todos le llamamos, un maestro. Maestro en el amor a la naturaleza, en la conducción metódica de estudios encaminados a encontrar la verdad, no simplemente para publicar un artículo. Maestro en la preparación de textos científicos, con un verbo escueto y preciso, con la palabra justa, con la sintaxis perfecta como todos sus escritos. De él aprendí esa lección, y tuve la fortuna que editara algunos de mis trabajos cuando dirigía la imprenta de la Academia de Ciencias. Después nos encontramos y conversamos mucho, para suerte mía, durante eventos de la Sociedad Espeleológica, durante visitas a las exhibiciones del Capitolio. Siempre el hombre sencillo, de expresión precisa y voz modulada, al que se le prestaba la máxima atención por el mensaje que transmitía.
Durante los años 80, Silva se empeñó en transformar el “Museo de Ciencias Felipe Poey” del Capitolio, en un Museo Nacional de Historia Natural. Esta misión le tomó algún tiempo, pues tuvo que convencer a muchos de que el nombre de Museo Felipe Poey ya lo ostentaba, por derecho propio, el de la Universidad de La Habana. Además, para que se transformara la concepción del museo desde una sala de exhibiciones con museólogos, que hacían una labor muy encomiable, en un centro de investigación. En el nuevo museo se creaban y atesoraban colecciones de los componentes de la naturaleza, se estudiaban y se ponían en exhibición para transmitir conocimientos fundamentales a la población.
En ese proceso contactó con muchos investigadores maduros y jóvenes, los que nos cautivó con la idea y nos unimos a la conquista de aquel sueño. Así fui captado y convencido por Silva de la importanciade aplicar la geología a conocer los orígenes de la biota y su evolución, y trabajar en el museo. Como parte de esta cruzada, orgulloso conversaba con el maestro los avances en el conocimiento de la paleogeografía del Caribe como parte del sustento a la biogeografía histórica.
En esos tiempos y hasta hoy, muchas veces nos sentamos a debatir teorías y datos sobre esta apasionante temática, sobre todo cuando aparecía algún nuevo registro de fósiles y todos nos alegrábamos por lo que significaba para el museo y el mejor conocimiento de la ciencia. Trabajar cerca de Silva era la oportunidad de tener a la mano una persona sabia, con quién se puede compartir una interrogante en cualquier momento, y ser atendido como si se tratara del asunto más acuciante de la vida. Ningún encuentro con Silva estaba desprovisto de pasión, pues era un gran apasionado y él mismo trabajaba sin apuro, con todo cuidado en cada detalle, como si la vida fuera a durar toda la vida, y en su caso, fue larga su presencia y fecunda su obra.
Sin mucho alboroto ni grandilocuencia, algunas veces elogió mi trabajo, y ese es un galardón que precio más que todas las medallas que haya podido recibir. No era hombre de opiniones fingidas, incluso, en algunos temas no estuvimos de acuerdo, pero todo debate fue sincero y respetuoso, porque una de las cualidades que se pueden aprender de Silva es que el debate puede ser fuerte, la confrontación de ideas profunda, pero el respeto al oponente ha de mantenerse.
Las últimas veces que conversé con Silva, estaba estudiando un aspecto del comportamiento de los murciélagos, que había tratado en su obra, pero deseaba profundizar. Este se refería a la metódica selección de las áreas de alimentación que tenían algunas especies, siguiendo un patrón muy específico. ¡Fascinante! Estaba revisando notas de observaciones realizadas por años, siguiendo siempre un mismo método. Esta fue una práctica esencial del investigador, establecer reglas claras para la obtención de los datos, a fin de que los resultados fueran compatibles. Así le vi trabajar con varios colegas, que midieron miles de huesos de animales extintos y actuales, con una formula única. A veces, me decía, le entregaba la misma colección a dos personas, para cerciorarse de que estuvieran haciendo bien su trabajo. A veces, también, le entregaba algunos huesos que ellos mismos habían medido antes, como control. No se trata de una trampa, porque de este modo podía establecer la precisión de las mediciones.
En fin, cuánto se pudiera hablar de un hombre que se ha admirado y del cual se ha aprendido como de la fuente de agua fresca que satisfizo nuestra sed una gran parte de la vida. La suerte es que a su partida, Silva deja una obra escrita que se debe estudiar para aprender metodología de la ciencia y para aprender de la naturaleza cubana. También está el Museo Nacional de Historia Natural y la red nacional de museos de historia natural, idea por la que luchó y venció para dejarnos un sueño hecho realidad, donde millones de visitantes han aprendido a conocer y amar la naturaleza. Hay quienes vinieron para dejar una huella imborrable a su paso. No hay duda de que Gilberto Silva Taboada es uno de esos iluminados.