Un par de muchachas cubanas con miles de seguidores en Instagram, quizás influencers, opinan sobre el feminismo. Aseguran que es otro machismo, que la mujer no es igual al hombre ni debe tener los mismos derechos, que no luchan porque no se sienten oprimidas. Hablan de una corriente “mal conducida y aplicada”, se desmarcan de los “fanatismos y extremismos”, se resisten a identificarse con conceptos “difusos”.
Antes, un debate sobre el respeto a los cuerpos diversos invadió las redes. Otra influencer criticó la campaña de una marca famosa por incluir modelos que no cumplían con las medidas tradicionales. Mientras, circulan memes donde se asocia el feminismo a frustraciones sexuales o donde nos acusan por “querer ser el centro de atención”.
Mi WhatsApp está lleno de capturas de pantallas. Quienes me conocen y leen la columna me envían memes, comentarios, declaraciones e imágenes que les molestan o con las que se identifican. Desde hace unas semanas, también llegan flashazos de estos debates. Y preocupan, porque los perfiles de estas influencers tienen cientos, miles de seguidores; porque los discursos que posicionan podrían hacerle mucho daño a las batallas por la equidad.
Sin embargo, el asunto resulta curioso. Una de estas muchachas insiste en que el machismo no desaparecerá mientras “nosotras mismas no nos creamos de lo que somos capaces”. En el mismo contexto, critican a las feministas por exageradas y convocan a las mujeres a empoderarse. Antes han compartido una y otra vez llamados al amor propio, a la libertad de ser, vestir y posar como queramos, al respeto a los demás.
¿Acaso no va de eso el feminismo? De empoderarse, de rechazar a quienes nos limitan, de respetar a los otros, de buscar la equidad. Sí, claro, no es un concepto difuso, pero ellas no lo saben. Tampoco es su culpa. Durante años los medios de prensa mainstream, los machistas, los que se resisten, han apostado por ridiculizarlo, por satanizarlo, hasta enfrentarnos unas con otras.
¿Influencers en Cuba?
En los últimos años, con el auge de Internet y las redes sociales, surgieron también los llamados influencers: figuras capaces de acumular altos números de seguidores en las diversas plataformas, por lo que hacen dentro y fuera de ellas.
A los artistas, deportistas, emprendedores y otros personajes públicos que trasladaron su celebridad a las redes, se unieron nuevos creadores de contenidos por lenguajes y temas. Los youtubers, instagramers, streamers, memeros, entre otros, se instalaron en la cotidianidad virtual y conforman un fenómeno sobre el que, sin dudas, queda mucho por estudiar.
En términos generales, para considerarlos influencers también deben viralizar contenidos e incidir en las decisiones y opiniones de sus seguidores. A partir de esa capacidad, surgió un nuevo tipo de marketing: las empresas los contratan para posicionar sus marcas y productos. En teoría, su fama garantiza la llegada de anuncios a una mayor cantidad de personas.
En Cuba el fenómeno da sus primeros pasos. Aunque aún están muy lejos de alcanzar niveles mundiales, con el incremento del acceso a Internet, algunos cubanos comienzan a posicionarse en las redes y generan pequeños espacios de influencia.
Para Max Barbosa Miranda, profesor de la Facultad de Comunicación (Fcom) de la Universidad de La Habana, la llegada de los influencers al país está relacionada con la globalización que implica Internet. “Tiene que ver con la capacidad que tienen las redes para diseminar las lógicas y maneras de hacer de un lugar a otro”.
Explica a Cubadebate que el fenómeno tuvo uno de sus orígenes en el surgimiento de la comunidad de CUtubers (youtubers cubanos), hace alrededor de cinco años. Surgieron las quedadas de youtubers, se agruparon y comenzaron a generar contenido que las juventudes consumieron en YouTube o a través del Paquete.
Luego, a los creadores de audiovisuales sobre deporte, moda, humor y realidad, entre otros temas, se sumaron memeros en Twitter, modelos en Instagram, fotógrafos y muchos más. Los artistas también comenzaron a cultivar su presencia en las redes.
Con el incremento del trabajo por cuenta propia y de la publicidad en Internet, se hizo popular el marketing de influencers, agrega Barbosa Miranda. Es decir, utilizar a personas influyentes para viralizar contenidos que tienen que ver con trabajadores por cuenta propia, negocios privados y empresas en el extranjero.
El auge de estas figuras en las redes también implica riesgos. Aunque estos usuarios tienen la libertad de publicar sus opiniones -sean cuales sean- en perfiles que continúan siendo personales; en el caso de los influencers los contenidos adquieren otro valor, llegan a miles de personas, pueden incidir en ellas. No escapa a la polémica, pero esto supone, quizás, una responsabilidad.
El profesor de Fcom señala que muchas declaraciones de estos influencers no están fundamentadas ni basadas en estudios de la academia o instituciones especializadas. Por tanto, pueden tener diversos sesgos. Por supuesto, reconoce, hay excepciones. Es el caso de algunos fotógrafos, donde se identifican las huellas de estudios y escuelas de fotografía.
“Se me ocurre además el ejemplo de Daguito Valdés, que estudia desde su perspectiva el fútbol internacional, o el canal de Bache Cubano, que realiza estudios tantos empíricos como a partir de lecturas sobre tecnologías”.
En otros casos, la conformación de opiniones está sustentada en experiencias nacientes de publicidad. “Si yo hago marketing de influencers, de cierta manera respondo a la persona que vende la mercancía que promociono a través de mi perfil. Eso no quiere decir que todos los contenidos sean banales o vacíos, sino que suelen estar mediados por un interés comercial”.
No todos se convierten automáticamente en influencers por tener un amplio número de seguidores. “Para ser influyente en la red hay que llamar a la participación tanto dentro como fuera de ella. Es decir, tu mensaje se tiene que transformar en acciones. Si no lo hace, no estamos hablando de influencia real a gran escala”, agrega Barbosa Miranda.
En su opinión, actualmente existen cubanos con elevadas cantidades de seguidores que no se traducen, necesariamente, en altos niveles de interacción con sus contenidos. Existen comunidades de micro influencias a partir de generadores de contenidos, pero pasa en una escala muy pequeña, focalizadas en temáticas muy específicas. “De ahí a que podamos hablar de influencia real y llamado a la acción, hay todavía un camino por recorrer”.
A pesar de ello, el alcance potencial de sus contenidos nos obliga a analizar quiénes son, cuáles son sus posicionamientos, a qué se deben y si podemos generar alianzas con ellos. En definitiva, la construcción de la sociedad cubana -y de la agenda de género en ella- también pasa por estudiar, visibilizar e integrar un fenómeno inevitable en las redes.
Feminismo en la red, detrás de los mitos
En medio de este fenómeno naciente y complejo, volvamos al principio, algunas influencers cubanas cuestionan públicamente el feminismo por radical o exagerado. Reproducen discursos tan viejos como las luchas de género. Al fin y al cabo, la historia nos confirma que esta militancia nació asociada a la incomprensión y el desprecio.
El patriarcado se encarga de blanquear las batallas por la equidad y tacha de histéricas a las feministas. Lo ha hecho durante décadas: cuando las sufragistas reclamaban su derecho al voto, abundaron afiches que las tildaban de malas madres, violentas o se burlaban de ellas diciendo que no habían sido besadas.
En 1992, Rush Limbaugh, locutor de radio, comentarista político e integrante del Partido Republicano de Estado Unidos, relacionó al feminismo con el nazismo, comparando el derecho al aborto con el Holocausto de la Alemania de Hitler. Con los años la palabra feminazi se convirtió en la más repetida del discurso antifeminista.
Basta leer los comentarios que suelen acompañar cada semana a estas columnas para identificar argumentos frecuentes en contra del feminismo. Lo decíamos hace unos meses: varias de las personas que navegan por estas redes creen que las feministas somos, cuando menos, brujas incomprendidas, mujeres poco femeninas, lesbianas, sexualmente frustradas, intolerantes o tiranas con mal carácter.
Lo piensan porque durante décadas nos han descrito así. Forma parte de un círculo vicioso en el que, para desacreditar nuestros reclamos, nos ridiculizan. Si protestamos, es porque ya no nos contentan, porque somos malcriadas, radicales. En ningún caso importan las causas que defendemos; las inequidades no forman parte de la narrativa impuesta.
El asunto se vuelve más complejo cuando enfrentamos micromachismos que, de tan cotidianos, parecen inofensivos. Cuesta entender que critiquemos los “piropos” y el acoso callejero, que rompamos estereotipos de la maternidad, que denunciemos la violencia simbólica en audiovisuales, que no nos conformemos con la igualdad fuera de casa si persiste una distribución injusta de las labores domésticas. Porque parecen excesos, pero en esas pequeñeces están las trampas que desembocan en brechas de género o ciclos de violencia.
Cuba no está al margen. Para la socióloga cubana Marta Núñez Sarmiento, aquí también este movimiento fue estigmatizado durante muchos años y aún persisten los prejuicios. A todo lo anterior se suman la falta de referencias actualizadas, de bibliografía compartida y discutida sobre feminismo y género.
En ese contexto, resulta incluso lógico que muchas mujeres -entre ellas algunas influencers- decidan desmarcarse del feminismo. Al no entender de qué va realmente y para no ser tildadas de radicales, se produce cierta regulación, muestran rechazo. Pero cuando los posicionamientos llegan a miles de seguidores, las palabras se vuelven más peligrosas.
Ante esos riesgos, ante el temor que genera un feminismo desvirtuado, a quienes lo defendemos nos toca informar y educar sobre lo que realmente busca. Porque no, el feminismo no es lo contrario al machismo, ni la lucha de las mujeres por dominar el mundo, ni una guerra frontal contra los hombres. Por el contrario, es un movimiento que busca la liberación de las mujeres y de la sociedad en su conjunto, el fin de la opresión, la igualdad de derechos, la redistribución justa del poder y el cese de la violencia de género.
El machismo es la ideología que engloba actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias que niegan a la mujer como sujeto público, político. El feminismo, en tanto, defiende para una mitad de la población mundial, oportunidades y derechos que han estado históricamente reservados para los hombres. Se trata de desmontar una estructura patriarcal que ha ubicado a los varones en lugares privilegiados y ha naturalizado una cultura de dominación y exclusión.
Y es un movimiento con muchos años y logros. Varios de los derechos que hoy parecen obvios, se ganaron a pulso, costaron luchas, represiones y renuncias. En días en que los talibanes retoman el control de Afganistán y se dibuja un panorama devastador para las que allí viven, vale la pena recordar lo frágiles que pueden ser esos avances.
Pero para posicionar todos esos mensajes hay que trascender los discursos académicos y los enfrentamientos abiertos contra quienes piensan diferente. En estas batallas se trata siempre de sumar, y de hacerlo con inteligencia.
Ya lo dijo la socióloga Clotilde Proveyer: "hay que trabajar en la comunidad, con los actores sociales que están transformando la sociedad y desmitificar lo que nos hace temer al feminismo, porque es fruto de la ignorancia y los estereotipos con que hemos crecido".
Acercarse a las influencers forma parte de ese empeño. Desde la perspectiva de Max Barbosa Miranda, son necesarias acciones de formación que, en sentido general, incluyan a estos grupos.
“Pero que no partan desde la institucionalidad, sino desde el aprendizaje colectivo. Deberían organizarse talleres de formación, mediados por las tecnologías, donde nuestras instituciones impliquen a estas personas de la red, para que luego puedan hablar con fundamento de sexualidad, tecnología, empoderamiento, participación y otros temas”.
El feminismo y la agenda de género tendrán que ser puntos claves en esos debates. Para mostrar que no es una búsqueda de supremacía, sino una batalla por la equidad y el empoderamiento. Y quizás no sea tan difícil.
Porque algunas de estas influencers, que ahora se desmarcan del feminismo y reproducen los mil y un prejuicios en torno a este, antes convocaron a respetar los cuerpos diversos, llamaron a las muchachas a amarse a sí mismas, defendieron su derecho a vestir y posar como quieren y entraron en debates sobre la necesidad de ser mujeres poderosas -de hecho, muchas lo son.
Ahora, parece, se dejan engañar, le hacen el juego al mismo sistema que las tacha de “putas” por retratarse en bikinis, que nos obliga a enfrentarnos unas con otras, mujeres contra mujeres, para ver quién es más, quién es mejor. Yo no quiero pelear con ellas, ni criticarlas, ni seguir el círculo vicioso en el que nos sentimos con derecho para juzgarnos. Eso le conviene al patriarcado: por eso nos convierte en “radicales” o “fáciles”, en “cobardes” o “exageradas”. Se trata de alinear nuestras luchas, de sumarnos.