Si se habla de empresa de alta tecnología en Cuba, de ciencia y desarrollo; si se quiere escribir lo que ha sido la lucha contra el cáncer desde la biotecnología, habrá que hablar del Centro de Inmunología Molecular (CIM).
Pero si se va a narrar la epopeya de esta nación del Caribe “pariendo” cinco vacunas propias contra el coronavirus, en medio una de las peores pandemias que ha sufrido la humanidad, habrá que dedicarle espacio al CIM, el único centro en todo el país con capacidad a escala industrial para producir proteína recombinante en células de mamífero, un paso esencial en la obtención de las vacunas Soberanas.
Si se quiere buscar ejemplos de continuidad generacional, de transmisión de saberes como un proceso natural que sostiene la concepción de hacer ciencia de excelencia en Cuba, también habrá que dejar un espacio a esta institución científica, que justo hoy 5 de diciembre arriba a sus 27 años de creada.
A sus mujeres y hombres, a sus jóvenes, los hemos visto en estos veinte meses de angustia crecerse más, porque hay ejemplos que se aprehenden y aprenden. Porque es un colectivo que ha entendido que la buena ciencia no se construye desde individualidades, sino desde un esfuerzo conjunto y una meta común.
Esa es una premisa que el prestigioso inmunólogo Agustín Lage Dávila, fundador y director durante 25 años del CIM predica y defiende. Conversar con él es dialogar con la modestia, con esa que se antoja “la principal virtud de un científico”, y es también desentrañar las esencias del CIM, su casa. Habla de ciencia y nación, de desafíos y metas, de lo hecho y lo que está por hacer, del relevo y su rol en esta obra hermosa que comenzó a construirse hace mucho y que ha sido bálsamo en estos tiempos inciertos de virus y pandemia.
Ciencia y nación
Agustín Lage no habla de sí mismo, sino de la ciencia, que es, a su juicio, “un proceso social”. Va mucho más allá, cuando afirma que “existe un vínculo entre la ciencia y el surgimiento del concepto del cubano, de la nación”.
“La aspiración del desarrollo científico estuvo vinculada a los orígenes de la nacionalidad cubana. Ese es un tema poco tratado, pero cuando empiezas a ver la obra de Félix Varela, de José Martí… te das cuenta que para el surgimiento de la nación cubana la batalla de las armas empezó en 1868, pero hubo 50 años antes donde la rebelión contra el colonialismo fue una batalla de ideas. Por ejemplo, la lucha de Félix Varela fue por sustituir la educación escolástica por una educación científica. Eso está en la semilla de la nación y siento que hay que sistematizar ese conocimiento. La Academia de Ciencias de Cuba es dos años anterior a la Academia de Ciencias de Estados Unidos, es decir, de 1863. De hecho, es la primera academia electiva (elige a sus académicos por méritos) que se funda en el mundo fuera de Europa”.
Es justo ahí donde comienza, para el doctor Lage, el fenómeno de la ciencia cubana como proceso social, que tiene su máximo punto de despliegue con la revolución socialista de 1959. “Se multiplica, fíjate que la frase de Fidel que todos repetimos, de que el futuro de Cuba tiene que ser un futuro de hombres de ciencia, es de 1960, un año anterior a la campaña de alfabetización. Quiere decir que prácticamente entre las primeras ideas del proceso revolucionario, junto con la reforma agraria, la soberanía nacional, la justicia social, está el desarrollo científico y ello no es solamente una declaración. Ahí está la coherencia de las acciones. La campaña de alfabetización, la siembra de escuelas en todo el país, las universidades en cada provincia, la edición de libros de texto… Hoy tenemos 41 universidades, en un país pequeñito, más de 120 centros universitarios municipales; 214 instituciones de ciencia…”.
Una de las cosas más singulares de Cuba y su Revolución es esa idea tan temprana del papel que tiene la ciencia en el proceso revolucionario, dijo.
El Centro Nacional de Investigaciones Científicas (Cenic), se inauguró en el año 1965 y es el punto de origen de otros centros de ciencia y tecnología. “La gente mayor se acuerda que ese fue el año de la lucha contra bandidos, había bandas contrarrevolucionarias en todas las provincias del país, estábamos en guerra y, sin embargo, ya se pensaba en la ciencia. En el 1966 surgen los institutos de salud pública, no había ninguno y llegamos a tener 13 institutos; los de la rama agropecuaria también… Eso es una manifestación de lo que tiene que ser un liderazgo revolucionario”, apuntó.
“Por ese camino llegamos al Polo científico y a la biotecnología cubana, donde la primera institución se fundó en el año 1981, para producir el interferón. Esa es una fecha muy importante, porque la primera empresa biotecnológica que existió en el mundo se fundó en Estados Unidos en 1977; prácticamente comenzamos –las principales empresas biotecnológicas norteamericanas se fundaron en los '80– a la par que la biotecnología en el mundo. Se fundaron aquí centros como el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología en 1986 y eso es otro elemento de coherencia con la visión del desarrollo científico”.
“En 1993, Fidel, en Santiago de Cuba, expresa que la ciencia y las producciones de la misma, tienen que ocupar algún día el primer lugar en la economía nacional. Es en este mismo año que inició el periodo especial, que nuestra economía se desplomó, y es justo en ese contexto que el Comandante vuelve a hablar de problemas de la ciencia, de las relaciones de esta con la economía. El Centro de Inmunología Molecular (CIM) se inauguró en 1994, año muy crítico desde el punto de vista económico, y su origen es el grupo del Instituto de Oncología, que empezó a hacer los anticuerpos monoclonales. Allí se apareció Fidel un día, empezó a caminar y a hacer preguntas, y de ahí salió la decisión del CIM”, relató.
De esa época, el doctor Agustín Lage Dávila relata: “Tuve la oportunidad de estar en reuniones con Fidel de cinco horas. Él haciendo preguntas para entender el proceso de la biotecnología. García Márquez decía que este ese era un hombre incapaz de concebir una idea que no fuera colosal, descomunal, y así es. En varias ocasiones tuve la experiencia de llegar con una propuesta a donde estaba y Fidel multiplicarla por tres, por cuatro o por diez”.
“Un día, estando todavía en el Instituto de Oncología, llegó con muchas preguntas. Eso fue con un grupo de científicos, imagínate un grupo como ese, un cuarto como ese. Ahí éramos como 10 o 12, 15 personas, y Fidel sentado en una banqueta y nosotros ahí, explicándole la producción de anticuerpos. Preguntó: quiénes son la gente que más anticuerpos monoclonales de este tipo produjo en el año. Teníamos el dato, era una empresa de Inglaterra. ¿Cuánto produjo?, pregunta, le digo el número y nos dice: ¿Y ustedes no piensan competir con esa gente? Pidió un análisis de las cosas que hacían falta para hacer despegar el trabajo y le mandamos un informe de los equipos que necesitábamos en el laboratorio. Lo devolvió a la semana, con un mensaje: Dice el Comandante que está muy bueno, pero lo que él quiere es un laboratorio y fábricas”, cuenta el destacado científico.
“Nosotros no habíamos hecho ese proyecto. Recuerdo cuando le hicimos la propuesta de comprar segmentadores de 30 litros, y él subió la parada y dijo: Vamos a comprar los de 30 litros y los de 300, vamos a saltar a la tecnología más avanzada”.
“Retrospectivamente uno se da cuenta, uno intuye que el preveía el periodo especial, donde la capacidad de inversión se iba a deteriorar y quería tener los centros hechos. Después, cuando le informamos que los anticuerpos nuestros se estaban exportando a varios países, volvemos a interactuar y nos pregunta: ¿Para cuántos pacientes ustedes pueden producir? Le explique cuál era el diseño y que nosotros podíamos producir para 5 000 pacientes y su respuesta fue: Bueno, dime qué hay que hacer para que en vez de eso produzcan 50 000”.
“Cualquiera de nosotros, de los que fuimos fundadores del centro científico, de aquella época, tenemos cualquier cantidad de anécdotas donde la visión de Fidel superaba a la nuestra. Era un reto permanente, donde permanentemente él estaba confiando en la gente. Todo el mundo conoce la capacidad de Fidel para hablar, pero no todo el mundo conoce la capacidad de Fidel para escuchar”, apuntó.
“En pleno periodo especial se estaba construyendo el CIM. Nosotros prácticamente dejamos allá a un pequeño grupo de científicos manteniendo las células, dándole continuidad a los cultivos, y los demás vinimos para acá, a construir con la brigada, con el contingente. De más está decir que esto lo terminamos en bicicleta, con todo lo que implicó el periodo especial, la sopita de chícharos al mediodía, todas las dificultades de aquel momento…Hay historias que no se han divulgado mucho, pero aquí calculamos cuando se estaba haciendo el centro, junto con los planos, qué cantidad de comida se podía sembrar alrededor, para que la investigación científica continuara aunque no hubiera comida”.
Rememora el científico que en aquella época, Fidel decía: resistir, vencer y desarrollarnos, conceptualizando que el desarrollo parte de la resistencia; no es algo que viene después.
“Mi generación se enamoró de esa tarea, cuyo proceso fundacional termina después, en el Polo científico, en 1981; en la creación de BioCubaFarma en 2012, que genera un dispositivo científico con 34 empresas y 20 000 trabajadores, más exportaciones a 40 países. Ese emprendimiento en un país subdesarrollado y agredido, es muestra de la coherencia en el papel de la ciencia en el desarrollo de la nación cubana”, dijo.
La simiente
Si se le pregunta al científico su experiencia personal, el primer hito de su influencia formativa lo coloca en la campaña de alfabetización. “Yo estuve en la campaña, luego en el pre de Ciencias Exactas, en el primero antes de las vocacionales, en el Raúl Cepero Bonilla, con un enfoque muy científico de la docencia. En el plano personal esos dos momentos fueron decisivos, porque en ese preuniversitario, además de ser una docencia muy científica, muy estructurada para la formación de este tipo; había un componente cultural muy alto en los contenidos. Los muchachos que estábamos allí recibimos una formación en literatura, en arte, en historia. No es el científico que sabe escribir tres ecuaciones en una pizarra y no lo puedes sacar de ahí, sino que tiene una visión social del mundo”.
La carrera de Medicina fue también otra influencia social. “ La hice en el Hospital Finlay, de Marianao. Fidel hablaba entonces de una potencia médica. Cuba es el país que tiene más médicos por habitantes en el mundo: más de 7500 médicos por millón de habitantes, la media en Estados Unidos es 2500 y en Alemania es 4100, mientras que la meta de la Organización Mundial de la Salud es llegar a 2300 médicos por millón de personas”.
“Recuerdo una vez a un profesor brasileño muy amigo de la isla, que decía que en Cuba la salud no era una prioridad, sino obsesión. Y eso era para él lo que explicaba que se hubiera pasado, por ejemplo, de una mortalidad infantil de 60 por cada 1000 nacidos vivos a una mortalidad infantil de 4. Se habla mucho del resultado, pero poco del proceso”.
“Los que fuimos estudiantes de Medicina en los años '60 vivimos lo que se hizo en aquella época con el servicio médico rural. Los primeros ministros de salud pública de la Revolución, entre ellos Machado Ventura, fueron los que construyeron el sistema. José Miyar Barruecos fue uno de los abanderados del servicio médico rural y decía: lo que cura es el sistema de salud, no el antibiótico tal o más cuál; es el sistema que diagnostica el enfermo, por el que transita el paciente a través de las diferentes instituciones y que permite que luego vuelva a él un adulto que ya fue un niño vacunado. Los años sesenta fueron los años de construcción del sistema de salud pública cubana. Mi generación participó en la edificación del derecho a la educación a través de la alfabetización, en el surgimiento del sistema de salud con el estudio de la carrera Medicina, después en la construcción de la ciencia y más tarde con la creación del Polo científico, en la construcción de los vínculos de la ciencia con la producción. Todos esos son procesos que no tienen que ver con una persona en particular”.
Hacer ciencia en Cuba
“Hay una realidad, el desarrollo científico después de la Segunda Guerra Mundial está muy dominado por la agencia norteamericana, lo cual es un fenómeno nuevo. Hasta principios del siglo XX la ciencia en el mundo tenía liderazgos europeos: Alemania, Francia, Inglaterra… Después de la guerra todos esos países quedan destruidos y Estados Unidos emerge como la potencia intacta de este conflicto bélico y asume un protagonismo en el desarrollo de la ciencia que se mantiene hasta hoy. La ciencia cubana estuvo desde que empezó el bloqueo cortada de esa interacción. Te diría que a pesar de la voluntad de muchos científicos norteamericanos que siguen manteniendo contacto nosotros”, insistió.
“Las relaciones en el plano científico distan mucho de ser normales, son aberrantes por esa guerra económica y política contra el proyecto de la Revolución. En el plano de la ciencia se ha expresado por limitaciones de los vínculos y financieras. El país hizo un esfuerzo extraordinario para hacer un centro científico de la biotecnología, pero la ciencia es costosa y requiere equipos, reactivos. Es un reto permanente y muchas cosas se han hecho en condiciones muy difíciles”.
Agustín Lage agradece la oportunidad de realizar la vocación de investigar, pero también de cumplir el deber de dirigir. “El Polo científico de la biotecnología fue un aprendizaje, para entender que lo esencial está en las conexiones de la ciencia con la economía y la producción. Tú puedes tener un laboratorio con un equipamiento ultramoderno, estar metido en una burbuja de cristal y no enterarte de lo que pasa en la acera de enfrente, lo cual no conduce a nada. Puedes producir algunas ideas, experimentos, pero realmente el desarrollo científico viene cuando la ciencia se conecta con otros procesos sociales, con la producción, la industria, la economía, el sistema educacional, la cultura”.
Bajo esa premisa se construyeron instituciones que tienen en su interior todos los procesos. El CIM, por ejemplo, tiene laboratorio científico, pero también fábrica y hay ingenieros para la producción, control de calidad; un dispositivo de pruebas clínicas para los trabajos conjuntos con los hospitales que se reúnen con los oncólogos del país varias veces al año; un dispositivo exportador comercial-importador, y uno científico. Lo interesante de ello y el desafío, es hacer que eso funcione, porque son maneras de pensar distintas, explicó.
“Esa conexión entre la ciencia y la producción de la economía requiere un tipo especial de institución, tan importante como la genética molecular”, precisó.
Esto ahora se captura en los documentos del 7mo.Congreso del Partido, en el Lineamiento 114, dedicado a la empresa de alta tecnología, que está basada en la ciencia. Ese es un proceso objetivo que está ocurriendo en el mundo desde la segunda mitad del siglo XX, cuando la ciencia cambia de posición. Hasta el siglo XIX predominaban los inventos empíricos: a alguien se le ocurrió inventar la máquina de vapor sin saber las leyes de la termodinámica y lo hizo. Se hacían inventos que se aplicaban en la industria y después venía la ciencia a dar explicación a esos proyectos. En la segunda mitad del siglo XX eso se invirtió, en el sentido de que la ciencia se colocó por delante y empieza a decir qué cosa es lo que hay que inventar”.
El CIM: Vital ante la pandemia
“La pandemia de covid-19 le presenta a la sociedad cubana un ejemplo de lo que es un desafío desconocido, y demostró que hay sociedades humanas más y menos preparadas para enfrentar estos retos”, apuntó.
A su juicio, la sociedad cubana lo estaba y lo hizo. “Esta preparación tiene muchos componentes y podemos pensar en la ciencia como uno de ellos, pero sin perder de vista que se trata de la ciencia en su contexto. Hay que tener en cuenta elementos como la cohesión social que generó la Revolución, mediante el cual las personas responden a los retos; la cultura, en un país con 12 grado de escolaridad promedio, que tiene una tradición de participación en los procesos sociales, incluidos los procesos de salud. Esa base de cohesión social está ahí y sobre ella se enfrentan los diferentes desafíos. No se puede perder de vista, además, el desarrollo de la salud pública cubana—con la experiencia de un sistema gratuito y de acceso universal— y el desarrollo científico, biotecnológico y en la industria farmacéutica. Si nada de esto hubiera existido, no hubiésemos podido tener el nivel de respuesta a la covid que tuvimos”, aseguró.
“Uno puede hacer experimentos para una vacuna y realizarlos incluso de modo consagrado y rápido, y es meritorio; pero los científicos que logren hacer eso tienen que estar desde antes, así como la experiencia tecnológica, las instituciones entrenadas y preparadas porque han hecho otras vacunas e investigaciones anteriores”, ejemplificó.
“Por ello siempre digo que acá estamos viendo no la respuesta cubana a la covid, sino el nivel de preparación de la sociedad cubana para hacer frente a la pandemia. Recordemos que Cuba enfrentó el inicio de la epidemia (que no llegó a convertirse en ello) del VIH Sida y llegamos a ser el primer país del mundo certificado en la eliminación de la transmisión de este virus madre a hijo, y se puso la prevalencia del VIH en uno de los niveles más bajos del mundo. Cuba detuvo la epidemia del cólera, frenó la epidemia de meningitis meningocócica en los años '80 causada por una cepa que no tenía vacuna, la B. Había para A y C, pero no para B y esta fue la vacuna que hicieron Conchita Campa y Gustavo Sierra y su equipo. Aprovecho para rendirle homenaje a este gran científico, a quien perdimos en medio de la covid. Cuba es entonces una sociedad que tiene experiencia en enfrentar desafíos de ese tipo, cuadros e instalaciones para hacerlo, no solo científicas sino productivas”, explicó.
“Puedes tener en cualquier país del mundo cinco científicos brillantes en un laboratorio que inventan una vacuna, pero ¿dónde la producen? Si no están esas condiciones creadas se la tienen que dar a una multinacional que se las va a cobrar a cualquier precio” agregó.
En ese sentido Lage vuelve sobre el concepto de los centros de investigación producción, una premisa fundacional en el Polo Científico de la biotecnología que Fidel impulsó y que permitió concebir instalaciones como el CIM.
“Este es un edificio de investigaciones lleno de laboratorios y si caminas 10 metros estás en el edificio de producción que parece una fábrica, con fermentadores de varios metros cúbicos y capacidad productiva que no incluye solo a los equipos sino a los ingenieros, expertos en control de calidad. Este tipo de organización es la que te permite que los científicos hagan una vacuna y los ingenieros la produzcan en plazo de semanas a escala suficiente, y el equipo de control de calidad te garantice la calidad y seguridad de ese producto”, añadió.
“Con la covid hay que ver lo que estaba antes y es en este punto donde se insertan los científicos que vimos en el documental Soberanía, jóvenes con unos valores morales y un nivel de compromiso social extraordinario. Como ellos son miles los jóvenes comprometidos con su país, cultos, con valores y una visión de lo que el mundo debe ser. Son los jóvenes que protagonizaron el enfrentamiento a la covid y el reto de hacer la vacuna”, sostuvo.
“Las organizaciones protagónicas en la obtención de las vacunas fueron el CIGB y el Instituto Finlay. El CIM se creó para la investigación en cáncer, que es el mundo de las enfermedades crónicas no transmisibles. El Instituto Finlay y el CIGB, fueron creados con una vocación de enfrentamiento a las enfermedades transmisibles. Por ello el CIGB fue el que desarrolló el interferón, la vacuna contra la hepatitis, la pentavalente, mientras el Finlay creó la vacuna contra la meningitis, la leptospira, y otras que forman parte de nuestro esquema de inmunización actual. Ahí es donde están los cuadros preparados para ese campo y los que primero respondieron. Lo que sucede es que ahí entró a jugar otro factor muy cultivado cuando se fundó la biotecnología cubana: la integración entre las instituciones”, comentó.
En palabras simples de entender, Lage subrayó que se trató de “poner sobre todas las demás prioridades, el hecho de que había que producir una vacuna”.
“Una de esas vacunas había que producirla en células de mamíferos, la Soberana. La institución entrenada en este campo es el CIM, porque esas técnicas de fermentación de células de mamíferos la asimilamos y desarrollamos no para vacunas, sino para los anticuerpos monoclonales. Pero la técnica es la misma y es aquí donde están los ingenieros que dominan este proceso. Entonces se pudo dar una respuesta a la producción de Soberana en células superiores”.
“Pero además, viene la necesidad de desarrollar también productos para el tratamiento de la covid. Ante cualquier epidemia siempre, al principio, tú no sabes cuál es la estrategia que va a resultar, porque puedes enfrentar una epidemia con intervenciones no farmacológicas (eliminar los mosquitos en el caso del dengue), o con estrategia de vacunas, o con la estrategia de fármacos terapéuticos. Y los roles de cada una de esas tres al principio no son conocidas y pueden ser roles diferentes”, dijo.
“Por ejemplo, la epidemia de dengue se enfrentó con intervenciones no farmacológicas, y se tuvo resultados en controlarla. Ante el sida, tampoco hubo vacunas y se enfrentó fundamentalmente con fármacos, los antirretrovirales que hacen que el paciente que esté bajo este tratamiento no transmita la enfermedad. Y la meningitis y la hepatitis se enfrentaron con vacunas. El rol relativo de fármacos, vacunas e intervenciones no farmacológicas es diferente en cada enfermedad, y la vida te dice cuál es el protocolo”, refirió.
“Hay vacunas que no funcionan y que las han investigado muchos centros. No hay vacuna de dengue que funcione, no hay vacuna de cólera que funcione, no hay una vacuna de malaria que funcione. Si la vacuna de COVID-19 no hubiese funcionado entonces nuestra labor teníamos que desplazarla hacia los tratamientos, como lo hicimos cuando aún no las teníamos”, dijo.
“En ese momento entraron en el protocolo de atención los anticuerpos monoclonales que teníamos en el tratamiento de los pacientes graves y críticos. Esos productos también se hicieron aquí, en el CIM, con anticuerpos monoclonales que habíamos desarrollado para otras aplicaciones como enfermedades autoinmunes, tumores, pero que por su mecanismo de acción uno podía prever que deberían ser activos en la inflamación generalizada de la covid-19, y lo fueron”, ejemplificó.
“Afortunadamente las vacunas funcionaron y ello a los terapeutas nos va a quitar enfermos, lo cual es muy bueno. Pero en un principio tuvimos muchos casos y había que tratarlos. Es decir que el CIM se involucró respaldando al Instituto Finlay en la producción de sus inmunógenos, porque nosotros éramos los que teníamos la tecnología en células superiores, y también desarrollando productos, fundamentalmente anticuerpos, para el tratamiento de la enfermedad severa grave de covid”, remarcó.
En todo este proceso los jóvenes del centro dieron su paso al frente, apuntó Lage. “Ahí también se evidencian los dos fenómenos que comentábamos al principio. Tiene que haber una construcción de desarrollo científico de antes y tiene que haber una formación de valores anterior. Cuando la tienes pones todo eso en función de lo que se necesite. Si no la tienes no puedes hacer nada. Y por suerte la tuvimos, como resultado de décadas de desarrollo de la ciencia revolucionaria en Cuba”, sostuvo.
El CIM para Agustín Lage
Si se le pregunta qué es el CIM para él la respuesta es rotunda: “Uno trata de no dar una visión personal de un proyecto, porque en última instancia no es verdad. La verdad es que la ciencia es un proceso social. Hacen ciencia las sociedades humanas, no los individuos. Sino los individuos insertados en ella. Por eso es siempre más importante hablar de la construcción social del sistema científico cubano”, comentó.
“Por supuesto, allá dentro encuentras gente como Gustavo Sierra, como Luis Herrera, como Vicente Vérez, la gente que han sido protagonistas, como muchos compañeros del CIM, Tania Crombet por ejemplo, que protagonizó todo el desarrollo de los monoclonales en el tratamiento de la covid-19 y la lista sería interminable. Pero siempre es reconfortante apreciar el valor que tienen construcciones que se hicieron en un momento anterior”.
“El colectivo fundador del CIM, cuando llegó a este lugar donde estamos ahora sentados, aquí había un platanal. Y los primeros monoclonales se hicieron en el instituto de oncología y allá fue que Fidel nos visitó, en un laboratorio que estaba en el cuarto piso. Había que subir por una escalera de caracol en la cual el Comandante en Jefe no cabía. Una vez, después de una de esas visitas, cuando regresó a su oficina comento a sus colaboradores: ʹvengo de reunirme con unos científicos que trabajan en una buhardillaʹ, y de ahí en adelante comenzó ʹel operativo de los científicos de la buhardillaʹ, y tomo la decisión de construir el CIM”, rememoró.
“Hay una anécdota que he contado otras veces: decidiendo aquí el lugar donde se construiría el centro, estaba el sembrado de plátanos y cuando termina la visita el Comandante se monta en el automóvil. Llegando a 5ta avenida le dice a los colaboradores que estaban dentro del carro: ʹalguno de ustedes le ha explicado a los trabajadores que están sembrando plátanos por qué hay que demoler el platanalʹ y nadie les había explicado nada. Entonces Fidel le dijo al chofer ʹvira para atrásʹ y volvió para allá, llamó a los trabajadores que estaba sembrando y les explicó que ahí se iba a construir un centro científico”.
“Nosotros, el grupo fundador, unas 60 personas que fuimos los que movimos todo lo que estaba en el Instituto de Oncología para acá, tuvimos el privilegio de ver desarrollarse esto desde el platanal. Los jóvenes que entran ahora ya no vieron esa etapa. A nosotros nos toca contárselas”.
“La oportunidad de vivir ese reto es una experiencia humana muy enriquecedora. No es solamente el reto de construir—estos edificios se levantaron en pleno periodo especial, recuerda que el centro se inauguró en diciembre de 1994—nosotros veníamos a construir el centro en bicicleta, y ahí almorzábamos con los constructores. La mayoría vinimos para acá y cambiamos la bata de laboratorio por el casco. Y esa participación fue muy enriquecedora”
“El desafío constructivo no era lo más grande, estaba ese otro de lograr la conexión investigación producción. Nosotros éramos científicos de laboratorio. Cuando Fidel visitó el Instituto de Oncología y comenzó a hablar de un centro de investigación que tuviera laboratorios, pero también fábricas para el escalado, le dije a los compañeros del laboratorio ¿ustedes se dan cuenta que no tenemos ni un solo ingeniero en el colectivo? Todos los que estábamos allí éramos biólogos, bioquímicos, entre otros.
“Hubo que salir a reunirse con la FEU de la Cujae, para buscar los tecnólogos que iban a desarrollar la parte productiva, y lograr que estos tecnólogos cuando vinieran para acá, aprendieran inmunología, escalado de la producción…es decir, construir ese puente de investigación producción que ha sido otra experiencia lindísima”, dijo.
“Todos esos ingenieros que en aquel momento, eran muchas de la Cujae que vinieron para acá, en el año 94. Hoy son los ingenieros expertos, los jefes de los laboratorios, algunos con sus canitas ya. Hoy son los profesores, pero en aquel momento eran los estudiantes de 5to año, y asumieron ese reto.
“Después asumieron el reto de conectar todo ello con las exportaciones. La empresa que está aquí la construyeron nuestros ingenieros de conjunto con los chinos. La empresa que está en la India, que no es nuestra, pero transferimos la tecnología, la diseñaron nuestros ingenieros; la que está en Tailandia también. Y por todas esas experiencias pasó ese colectivo, la de hacer ciencia, la de escalar producción, la de insertarnos en el mundo”.
“Todo ello son oportunidades. A mí no me gusta hablar de lo que he aportado, sino de lo que esa oportunidad me aportó a mí en mi enriquecimiento espiritual y humano”.
“Te cuento una anécdota que no he contado mucho. Comenzamos a registrar nuestros productos monoclonales en Indonesia y en una de esas negociaciones, a varios compañeros nos llevan a visitar el hospital de cáncer de Yakarta. Estoy caminando yo por el hospital con su directora que me lo estaba enseñando, llegamos a la unidad de radioterapia, y pasamos por un lugar donde había un banco con un grupo de pacientes y familiares esperando para la radioterapia. Entonces me dice la directora: ʹmire doctor, aquella muchacha que está allí tiene un tumor cerebral y se está tratando con uno de los productos de ustedesʹ”.
“Te imaginas lo que es recibir, en el otro lado del planeta, que hay un paciente allí beneficiándose con los productos que han salido de la investigación de aquí. Esa es una experiencia que vale una vida de trabajo, solo por los 10 minutos de vivirla”.
“Así ha habido muchas experiencias enriquecedoras. Y una de ellas es ver responder a los jóvenes, las respuestas que ellos dan. Aquí en el laboratorio del piso de abajo la edad promedio es de 34 años la última vez que la calculamos. Puede ser que haya bajado. Son jóvenes competentes, y son jóvenes motivados, jóvenes con valores y ver a esa juventud crecer y quedarse, y ver en funciones protagónicas en el enfrentamiento a la covid y en otras tareas a jóvenes que fueron alumnos de nosotros, no hay un premio mejor que ese”, aseveró.
“Además no solo es la satisfacción que te genera, sino la confianza que te da. Hay un grupo importantes de compañeros que están en posiciones claves hoy en día en el grupo BioCubaFarma que fueron trabajadores del CIM, y salieron de aquí. El CIM, además de un fábrica de monoclonales y de vacunas ha sido una fábrica de especialistas, de científicos y de cuadros de dirección para el desarrollo de la economía y la biotecnología cubana”, destacó.
Ciencia para defender el proyecto social
“El artículo 21 de la Constitución está ubicado en el capítulo de La estrategia de desarrollo económico. Al principio de la Carta Magna se habla de la ciencia. Después, más adelante, en los capítulos relacionados con la cultura, con la educación para la estrategia de la economía, está ese artículo que dice que el Estado promueve la base de la ciencia, la tecnología y la innovación, como elementos imprescindibles para el desarrollo económico y social, e igualmente implementa formas de organización, financiamiento y gestión de la actividad científica. Ello está diciendo que se requiere creatividad en las formas de organización, y yo creo que de una manera muy evidente la Revolución ha estado haciendo eso, pero ahora es mandato constitucional”, dijo.
A su juicio, “tenemos el reto del desarrollo económico, que no es solamente en función del bienestar material, sino para defender el tipo de construcción social que queremos hacer, la cual solamente es posible en una economía de alta tecnología. Ahí está el desafío; en cómo construimos una economía de alta tecnología vinculada directamente a la ciencia en todas sus empresas”.
“Puedes tener centros de excelencia, pero todas las empresas tienen que tener la capacidad de absorber ciencia. La cultura tiene que enseñar el método científico de pensamiento, al igual que enseñamos en el 61´ a leer y a escribir, es otra alfabetización, porque la ciencia no son los laboratorios, la ciencia no son los aparatos, la ciencia es un método de pensar, y ese método de pensar tiene que convertirse en una cultura nacional del cubano”.
“Un país pequeño tiene limitaciones. Si la palanca del tractor de nuestro desarrollo no son los recursos naturales y no es la demanda interna, hay que ver qué pueden hacer la ciencia y la técnica. Eso recuerda la frase que dijo Fidel en el 93, cuando partiendo de los escasos recursos aseguró que tenemos que desarrollar las producciones de la inteligencia, “ese es nuestro lugar en el mundo y no habrá otro”.
“El desafío para los jóvenes científicos hoy es cómo seguir desarrollando la ciencia, conectándola con la producción, construir una economía exportadora de bienes y servicios de alta tecnología. También, cómo nosotros convertimos el desarrollo social en desarrollo económico. La experiencia revolucionaria cubana ha sido muy buena convirtiendo pocos recursos en mucho desarrollo social. El hecho de que esos logros sociales no sean solamente logros que amamos por razones éticas, sino que sean además un motor de desarrollo es una tarea que tienen en sus manos las próximas generaciones”, señaló.
“Tenemos que salir a una economía de productos sofisticados y, además, altamente tecnológica, donde un hombre de 50 años pueda ser tremendamente productivo en su centro de trabajo, por el tipo de economía que ahí se hace. Y la ciencia tiene que contribuir a construir esa economía, porque si no deterioramos los indicadores sociales; tiene que ser el respaldo científico y económico de las conquistas sociales por las cuales ha muerto mucha gente”.
“El mundo está en un momento de expansión de las desigualdades. Y en ese contexto tenemos que defender las conquistas nuestras, y hacerlo con cultura, con pensamiento científico, con conexiones de la ciencia con la economía, para lograr que esas conquistas sociales se vuelvan una palanca de desarrollo económico”.
El científico que quiero ser…
Para Lage, “la primera cualidad de un científico es la modestia. Los científicos tienden a creerse que son ellos quienes hacen las cosas, pero lo que tú haces es consecuencia de lo que hicieron otros. Por supuesto que hay gente que hace más contribuciones, pero en la ciencia, como en el arte, más en el arte, muchas veces la gente se hace la ilusión de que es un proceso conducido por la individualidad, y eso no es así. Nosotros podemos tener músicos y bailarines famosos, y si no tuviéramos las escuelas de arte de dónde saldrían, y si no tuviéramos un estado socialista que protegiera el desarrollo de la cultura, de dónde van a salir. Son procesos sociales y lo mismo vale para la ciencia. La base de la modestia es la comprensión profunda del carácter social del desarrollo científico”.
“La otra característica es la cultura. El científico tiene que entender su mundo, el científico inculto es el que no comprende en qué contexto vive, en qué contexto él hace su obra. Si tú eres un científico brillante aquí, y construyes en un laboratorio de aquí una vacuna para la meningitis, como la que hicieron los compañeros del Instituto Finlay; si tú construyes eso aquí, esa vacuna va a cortar la epidemia, se va a exportar a Brasil, a África, esa vacuna va a contribuir, cuando se exporte y se venda, al desarrollo económico de nuestro país, de los países subdesarrollados. Si tú, la misma vacuna, la haces en un laboratorio innovador de una multinacional, esa vacuna va a aumentar los precios, va a aumentar el costo de la salud, esa vacuna va a crear más desigualdades, porque no se va a poder acceder o va a estar el que accede y el que no; esa vacuna va a contribuir al enriquecimiento de esas empresas, que son empresas privadas. Entonces, el mismo producto científico tiene un significado diferente en el contexto social donde lo haces y eso te lo da la comprensión que el científico tenga de su mundo”, reflexionó.
“Tenemos que educar científicos que tengan cultura. Y si tengo que decir una tercera característica, tengo que hablarte de la perseverancia, de la constancia. La mayor parte de los experimentos científicos salen mal y la mayoría de los proyectos científicos que se empiezan fracasan. Dependiendo del campo de la ciencia, pero el índice de éxito que se publica, para el caso de la biotecnología es del 15%. Es decir, un 85% de todo lo que se empieza no llega a ninguna parte, por tanto, el científico tiene que tener una constancia de seguir, y tiene que ser una gente con una persistencia y una confianza en el futuro inderrotable. Eso también se educa”, concluyó.