El Día Mundial de la Redes Sociales, que se celebra cada 30 de junio desde 2010, puede ser un buen momento para sentarnos a pensar en estos espacios virtuales que se han convertido en parte de nuestra vida cotidiana, unas veces para bien, otras, no tanto.
Generalmente, tenemos bastante claro para qué nos sirven, cuánto nos ayudan a mantener la comunicación con amigos o familiares, y hasta a conocer personas con gustos o intereses afines. De hecho, conozco más de una pareja feliz que se ha conectado a través de estas redes.
Socializar, compartir y hasta ejercer el activismo en función de causas sociales, son solo algunas de las utilidades indiscutibles que les podemos dar. Ahora mismo, un ejemplo del modo creativo en que pueden convertirse en herramientas para fines y campañas de bien público, lo tenemos a mano con «El Código sí suena», una iniciativa de apoyo al Código de las Familias que, a partir de historias de vida personales, pone en común experiencias y puntos de vista que encuentran en la red social Facebook su canal principal para dimensionar la pertinencia del Código y su importancia.
Si tenemos en cuenta que, de 2020 a 2021, la cantidad de cubanos conectados creció en más de 600 mil, según datos aportados por informes de la agencia We Are Social y la plataforma de gestión de redes Hootsuite, la influencia de internet y las redes sociales en el acontecer de la isla es lógicamente creciente.
Este dato nos invita a estar al tanto de sus ventajas, por supuesto, para aprovecharlas, pero también conscientes de los riesgos con los que lidiamos en una realidad paralela a la cual los seres humanos se han llevado sus virtudes, pero también sus miserias. Quizás el primer riesgo sea justamente el de llegar a confundir las redes con la vida real y terminar atrapados en aquella compleja telaraña cuyos hilos se mueven al son de algoritmos bien establecidos y no de nuestros sueños y deseos, como intentan hacernos creer.
Luego, están otras alertas. Por ejemplo, algo tan simple como los filtros de belleza que incluyen las aplicaciones de redes sociales, especialmente Instagram, una que ha ido ganando espacio en nuestro país: generar expectativas y comparaciones que pueden ocasionar baja autoestima, depresión y, en no pocos casos, han provocado suicidio, sobre todo entre las mujeres y adolescentes.
Pero Facebook, la preferida de Cuba, también se ha visto obligada a tomar medidas que limiten vicios como el ciberacoso; el bullying; el envío de mensajes sexuales, eróticos o pornográficos, conocido como sexting; o el grooming, que se refiere al acoso sexual dirigido a menores, pero aún no es suficiente y la mayor responsabilidad sigue recayendo en el sentido común de cada persona.
¿Cuántos amigos han denunciado últimamente el hackeo de sus cuentas de Facebook? Robos de identidad, de información, y hasta de saldo en los teléfonos móviles, estafas increíbles orquestadas a través de los propios grupos de compraventa que proliferan actualmente y que nos resuelven un montón, pero donde tendríamos que andar «a cuatro ojos», como reza la sabiduría popular.
Y qué decir de la información - desinformación, un par de palabras contrapuestas que parecen harina del mismo costal en las redes sociales. Pululan las fake news, las noticias efectistas que se centran más en emociones que en verdades probadas, los linchamientos públicos que nos roban de un tajo la palabra y la pretendida libertad que nos propone un medio supuestamente democrático, accesible, en el que no necesitas ser periodista, comunicador, político o líder de opinión para tener voz y voto.
Y ya basta, que me leo y parece que quisiera demonizar a las redes sociales en su propia fiesta y esa no es la idea, más bien se trata de interactuar en ellas sin ingenuidad, para que sean redes, pero no trampas.
Que la curiosidad mate al gato, si se deja; pero no a nosotros. Jamás deberíamos seguir enlaces sospechosos que no sabemos adónde van a llevarnos, ni dar información personal a extraños, como rutinas o direcciones.
Lo más importante es entender que se trata de espacios personales y a la vez públicos. Es decir, tenemos cuentas propias y podemos expresarnos en ellas, pero lo que hacemos se publica para burbujas menores o mayores y debemos evaluar el alcance que pueden tener.