Hace 25 años un martiano entrañable nos provocó el pensamiento y su palabra se centró en descifrar cuán presente estaba Martí en la Cuba de entonces, cuánto más nos hacía falta su asimilación crítica y qué significaba ese hombre extraordinario para los cubanos. Así, con “Martí en la hora actual de Cuba”, nos adentrábamos en un necesario debate que tocaba las fibras más sensibles de la Patria. Cintio nos convocaba desde la convocatoria que nos hacía el propio Martí.
Y hoy, en un contexto extremadamente desafiante y retador, en que el país libra una batalla por la vida, enfrentando resueltamente la terrible pandemia, al tiempo que implementa su estrategia de desarrollo económico-social, que robustece la Revolución Socialista; todo ello en medio de una hostilidad creciente del gobierno estadounidense cuya política no es otra que derrocar nuestro proceso revolucionario socavando las bases ideológicas y culturales más genuinas de la nación cubana; en esta hora que vivimos, nos sigue haciendo falta Martí. Asirnos a su pensamiento es pilar esencial, no solo para resistir los embates imperialistas y neoliberales, enfrentar los intentos de reinstauración capitalista en Cuba, defender nuestra cultura e identidad; sino para continuar formando patriotas, ciudadanos con capacidad crítica, revolucionarios de verdad.
Nos es muy necesario Martí en la defensa de la Patria; de ahí que, como él hizo siempre, que llevó el remo de proa bajo el temporal; hoy es preciso que naveguemos también con el remo de proa. Es Martí referente para nuestra praxis revolucionaria, es expresión de nuestro carácter entero, de nuestra condición de cubanos. Martí sigue siendo guía espiritual de la nación, brújula de la creación heroica que ha significado la Revolución y el Socialismo en Cuba. A él vamos, como hicieron Mella y Fidel, buscando apoyatura política, ética y cultural; o ¿cómo se explica qué haya sido el autor intelectual del Moncada? La mejor definición del Apóstol de la Independencia nos la dio el propio Fidel:
“(…) Para nosotros los cubanos, Martí es la idea del bien que él describió. Los que reanudamos el 26 de julio de 1953 la lucha por la independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868 precisamente cuando se cumplían cien años del nacimiento de Martí, de él habíamos recibido, por encima de todo, los principios éticos sin los cuales no puede siquiera concebirse una revolución. De él recibimos igualmente su inspirador patriotismo y un concepto tan alto del honor y de la dignidad humana como nadie en el mundo podría habernos enseñado”.
Cuando conmemoramos el aniversario 126 de la heroica caída en combate de José Martí es preciso revisitar su antimperialismo fundador, la advertencia martiana ante el peligro que representaban para nuestra América las apetencias de los Estados Unidos, cuyos propósitos verdaderos tenían un carácter expansionista y colonizador. El Apóstol comprendió la esencia de esa política y alertó a los pueblos del Sur desde su estancia reveladora en Nueva York. He ahí sus escenas norteamericanas, que devienen obligada lectura para entender por qué, a la altura del siglo XXI, sigue siendo el imperio, una real amenaza a la seguridad, armonía y equilibrio de nuestros pueblos.
Y esta idea del peligro que representaba (y representa hoy) el imperialismo es cardinal en uno de sus medulares textos. Desde el comienzo del ensayo martiano Nuestra América Martí advierte, indirectamente, del peligro expansionista que acuñaba –“…y le pueden poner la bota encima”– el imperio del Norte a la aldea americana. Esta alerta lleva implícita una crítica a los pueblerinos que, por avivar su apetito vanidoso y egocéntrico, descuidan la guarda y custodia de su aldea y no saben del peligro anunciado. Ya coloca Martí, en el inicio ensayístico, el llamado al combate en defensa de nuestra América; éste con las armas del juicio, con las ideas pues en lenguaje metafórico califica las armas del gigante de las siete leguas como de piedras: “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.
Más adelante, en la última parte de Nuestra América, vuelve Martí sobre el peligro externo y mayor de la región: los Estados Unidos y su tradición de conquista: “pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña”; que no es otro que el que personifica el imperialismo yanqui.
La visión martiana antimperialista lo llevó a rechazar todo vestigio de propuesta indigna para Cuba, todo rastro de anexionismo, por ejemplo. Nos alerta Martí que: “(…) Y una vez en Cuba los Estados Unidos ¿quién los saca de ella? Ni ¿por qué ha de quedar Cuba en América, como según este precedente quedaría, a manera –no del pueblo que es, propio y capaz-, sino como una nacionalidad artificial, creada por razones estratégicas? Base más segura quiero para mi pueblo. Ese plan, en sus resultados, sería un modo directo de anexión. Y su simple presentación lo es (…)”.
Hagamos cada día más vigente a Martí; es deber generacional traerlo al presente, llevar el remo de proa en esta batalla definitoria; y muchos son los obstáculos, lo sabemos; pero ante el temporal o la tempestad, se levanta el amigo sincero (nosotros con él), y nos da las herramientas teóricas y prácticas para hacer Revolución, para sembrar ideas y sembrar conciencia, para sentir y pensar la Patria como esa fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.
En la hora actual de la humanidad, hablar de Martí deviene compromiso con nuestro tiempo, y asumir su fortaleza ideológica, una necesidad. Martí es el alma moral de la nación y motivación permanente a militar por la justicia social. La fuerza de las ideas martianas constituye un basamento esencial para la salvaguarda de la nación; por ello precisamos que su ideario sea asumido y practicado para transformar la realidad, para continuar la búsqueda invariable de la idea del bien y la utilidad de la virtud, para la construcción del socialismo en Cuba.