Con esa incuestionable pertenencia a la estirpe de los fundadores, Julio García Espinosa cumpliría 95 años este 5 de septiembre de 2021. Una trilogía de piezas clave que trascendieron su filmografía, para ocupar un lugar prominente en la historia del nuevo cine cubano, iniciarían cualquier retrospectiva de su obra: El Mégano (1955), título precursor del movimiento del nuevo cine latinoamericano; La vivienda (1959), documental rodado por la Sección de Cine de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde en esos febriles meses iniciales y concluido en el ICAIC, así como Sexto aniversario (1959), uno de los dos primeros producidos por el ICAIC, cuyo núcleo fundacional él integró.
Cuba baila (1960), comedia costumbrista con la que debutó en el largometraje, era un viejo proyecto escrito con el influjo del guionista italiano Cesare Zavattini, esa “máquina de pensar argumentos”, al decir de Gabriel García Márquez, y quien fue profesor de ambos durante sus estudios en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma (1951-1954). Insuflados por la impronta del neorrealismo italiano, movimiento seminal en la historia del séptimo arte, allí concurrieron no solo Julio y el Gabo, sino también Titón, Birri, Oscar Torres y otros creadores del continente. Cuando García Espinosa y Gutiérrez Alea regresaron a Cuba, el entusiasmo se desvaneció ante un panorama cinematográfico nada alentador que apenas se diferenciaba del que dejaron antes de su partida. Ingresaron en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, donde confluían los intelectuales y artistas más progresistas, y Julio filma El Mégano con la colaboración de Titón, y la presencia en el equipo de Alfredo Guevara.
El aporte zavattiniano es extensivo a El joven rebelde (1961). Desmitificador por naturaleza, Julio disfrutó —y nos divirtió— versionando a Samuel Feijóo en Aventuras de Juan Quinquín (1967), clásico indiscutible del cine cubano. Medio siglo atrás, estrenaba Tercer mundo, tercera guerra, un ensayo cinematográfico filmado íntegramente en Vietnam.
Para él, “toda obra de arte es un riesgo y, como tal, es siempre un experimento”, lo cual lo condujo a concebir dos filmes “de culto”: Son o no son (1980), en el que saldó su vieja deuda con el teatro y el espectáculo de cabaret, y El plano (1993), vía para explorar, por primera vez en Cuba, las posibilidades del video como medio expresivo. Consiguió con creces la emoción, sin pérdida alguna de la reflexión, en Reina y Rey (1994), desgarrador tributo al Umberto D del dueto Zavattini-De Sica a través de una anciana y su perro inmersos en la cruenta situación económica del período especial. Cuánto de lo vivido por el cineasta en su adolescencia en el barrio de Cayo Hueso debe haber hallado en los personajes del dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa en su obra Mi socio Manolo, para que decidiera filmarla en 1989 y legar a la filmografía cubana sobre el tema una de las más relevantes adaptaciones.
Al aproximarse a la obra de Julio García Espinosa, uno se percata de que no es demasiado extensa como realizador, por consagrarse en gran medida a funciones organizativas de la producción fílmica en el ICAIC, colaborar en los guiones de una buena cantidad de títulos cimeros y, con sus perennes preocupaciones, desarrollar una labor teórica en la cual descuella “Por un cine imperfecto” (1969), texto-manifiesto aún polémico. Presidió el ICAIC durante la etapa 1983-1990, fue uno de los fundadores del Comité de Cineastas de América Latina y encabezó el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, al que incorporó la televisión y el video en varias ediciones. Apenas al cabo de un año de gestar la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, presidida por Gabriel García Márquez, Julio se responsabilizó con la puesta en marcha de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, un viejo sueño colectivo —próximo a cumplir 35 años—, y llegó a ser el primer creador cubano en asumir su dirección (2002-2007).
Vivir bajo la lluvia es el título escogido por Dolores Calviño Valdés-Fauly, su compañera de tantos años, para el libro compilado por ella para Ediciones ICAIC, a partir de un texto pleno de provocaciones publicado por La Gaceta de Cuba en los años sesenta, que parece haberse escrito hoy mismo. Aún puede usted adquirirlo en la librería Gérard Philipe, abierta por la Cinemateca de Cuba en su sede, el cine 23 y 12, y adentrarse en las inquietudes que animaron a este imprescindible del cine iberoamericano.