Claro que hacía falta una universidad de las artes, por más que algunos, todavía, crean que el arte en todo caso precisa solo de miradas académicas, hasta cierto punto externas, que analicen sus dinámicas, que establezcan zonas de influencia, que definan implicaciones... Historiadores del arte, sociólogos y periodistas que se ocupen de periodizar, de jerarquizar, de comparar y valorar lo que hacen los artistas. Porque en todo caso, según esas personas, el artista nace, la formación se reduce a ofrecerle algunas herramientas. No se aprende a hacer arte, dicen esas personas. Pero vamos a trascender esa polémica, que en todo caso está sobredimensionada.
Hace falta una universidad de las artes porque cada manifestación, cada expresión, cada género... tiene una teoría, estrechamente ligada con las prácticas, un cuerpo teórico que consolida un pensamiento sobre el arte. Y los artistas pueden, por supuesto, dominar, incidir, aportar a ese pensamiento. Hacer el arte. Y pensarlo. Pensarlo desde las propias dinámicas y concreciones del arte. Eso es lo que hace una universidad, además de perfeccionar las habilidades, las potencialidades formales de sus educandos.
Hay un campo inmenso para el estudio, para la investigación, en el entramado artístico de la nación y el mundo. Y hay problemas puntuales del arte que necesitan enfoques comprometidos, modelos de análisis, que pudieran perfilar alternativas de solución. Para eso también está la Universidad de las Artes.
Y habría que añadir su labor de extensión universitaria, su relación con las comunidades, con los proyectos culturales en la base... La utilidad de un centro de esa jerarquía, algo en lo que ha insistido mucho el Presidente de la República, Miguel Díaz Canel: Que la universidad atienda los desafíos del momento, que proponga, que aporte, que sea parte activa de una sociedad. Los desafíos de la cultura en Cuba son, necesariamente, los desafíos de la Universidad de las Artes.
Y hay retos permanentes: La necesidad de enriquecer el claustro: los mejores artistas, los más capaces, deberían integrar ese claustro. La necesidad de ganar en rigor en los procesos de ingreso: no todo el mundo debería estar en una universidad, una licenciatura no es un premio, es una responsabilidad. Y algo vital: el ISA tiene que ser centro de reflexión que irradie, que participe activamente en la aplicación permanente de la política cultural de la nación.
Una versión de este comentario se publicó en el Noticiero Cultural de la Televisión Cubana.