Como todos los días, Nicolás despierta en La Habana o Camagüey, en Baracoa o Guane, en Turiguanó o Nueva Gerona, en Santiago o el valle de Yumurí. Amanece también entre los cerros de Caracas, los llanos de Colombia, las favelas cariocas, las pirámides mexicanas, los olivos de Granada, los negros de Harlem, la muralla china y los ríos caudalosos de África.
Saluda Nicolás Guillén los primeros rayos del sol y es saludado a su vez por todo aquel que siente, canta y respira sus versos en cada pulgada de su país, en cada metro del mundo donde su voz cubanísima se expande, entre guitarras y tambores, y reclamos justicieros, a los cuatro vientos.
Este domingo 10 de julio cumplirá 120 años el poeta, y habrá quien haga suya nuevamente una declaración de amor, una señal de pertenencia, una balada, un son, una elegía. Quien lo haga más cercano y entrañable que nunca en el ardor de este tiempo de resistencia, cuando su palabra levanta el espíritu. O renovará, aquí y ahora, su confianza en la patria nueva que, en verso breve e incandescente, asoció al logro histórico de la Revolución: Fidel / el nombre de Cuba lleva / por siempre en el pecho fiel.
Buenos días, Nicolás, o mejor aún, Juan Pueblo, la voz que al final de la Elegía cubana anunció una certeza: Brilla Maceo en su cenit seguro / Alto Martí su azul estrella enciende.