San Valentín

Cada vez que llega el 14 de febrero se desatan las pasiones, la euforia, el atosigamiento mediático y callejero. Como toda fecha señalada en rojo en el calendario, desde mucho antes comienzan los anuncios de ventas, y las propuestas de cenas que dicen ser románticas y son exóticas por su costo.

No soy anarquista social, ni ermitaña, me gusta salir de casa, me encantan los regalos, pero, no sé, siempre me han parecido impuestos estos días, como si el resto del año no importara celebrar la vida, el amor, y todo lo lindo y bueno que tenemos. Entonces, lo que logran en mí es lo contrario, me resisto, y pienso en alternativas, en soluciones menos estridentes, en propuestas más aterrizadas, menos lunáticas.

Lo que siento con estos días es una sobresaturación del tema, tan rosa, cursi, Kitsch. Toda esa falsa ternura no es más que el disfraz de un consumismo duro y barato que pretende ser casual, ingenuo. La sociedad te impulsa a comprar, casi obliga, y ve mal la postura opuesta. Entonces, nosotros, simples mortales, caemos, y de repente nos vemos comprando y regalando sin tener en cuenta al otro, sus gustos, sus intereses. Es así como alguna vez me vi recibiendo un conejo de peluche verde, a mí, que no me gusta ese color, y sí los peluches, pero no los puedo tener por mi alergia crónica. Pero el susodicho cayó en la ruleta de San Valentín.

El asunto está en las propuestas. Te inundan la vista de obsequios producidos en serie, de postalitas llenas de corazones, brillo y frases genéricas de amor absoluto que muchas veces son contradictorias en sí mismas, con un lenguaje más que manido. Ojo, también me gusta la poesía, soy de hacer mis propias tarjetas para enamorar, y busco la lírica que se ajuste a mi historia, o me invento líneas amorosas que hablen de lo que me mueve. También soy muy Benedetti, Sabines, Pizarnik, Belli, incluso Silvio Rodríguez y Carilda Oliver. Pero no solo porque sean escritores de oficio, igual me parece genial lo que diga mi vecino o el vendedor que pase por el frente de mi casa, si tiene coherencia, lo acepto.


Fotografía tomada de Internet

Tan bonito que me parece pensar este día, o cualquier otro, con premeditación, estudiar a la otra persona, sus gustos o necesidades, y si la idea es concebir un obsequio, hacerlo no por salir del paso sino para que sea inolvidable. No tiene que ser costosísimo, aunque si cuenta con los recursos, pues, adelante. Pero si los fondos son limitados, sin angustias, bastaría con un detalle bien pensado, una cena, una película de su preferencia acurrucados en el sofá, una planta que podrán ver crecer en el jardín, un dibujo propio que podrán enmarcar más adelante, un paseo por la costa para hablar de la vida entre besos y abrazos. Cualquiera que sea el plan, con amor, y más allá de un 14 de febrero, porque se construye día a día.

Claro, no todos somos iguales. Más allá del mito romántico no puede gustarnos lo mismo, por eso este texto lleva mi firma, es subjetivo, mi opinión, con la que puede o no coincidir, y no sucede nada, cada quien puede expresarse aquí abajo si lo desea, y lo debatimos. Solo me pregunto, ¿dónde quedó la cultura del detalle?

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INFOGRAFÍA: