Con la muerte de Fina García Marruz acabó una era de la literatura cubana: la de los grandes poetas origenistas, artífices de un cuerpo lírico inmenso, singularmente emanante para la nación cubana… y para la lengua toda. Junto a gigantes como Lezama o Eliseo Diego, ella fue gigante. Sin alardes ni poses, como pidiendo permiso, Fina fue armando una obra que con los años devendría patrimonio de la cultura cubana por su profundidad esencial, por la concreción de aportes formales, por su arraigo en un acervo, en una tradición.
No fue poeta de énfasis ni de oscuras densidades. Sus textos establecieron siempre puentes con la sensibilidad de los otros. Eran, muchas veces, diario íntimo, recuento de anhelos y hallazgos. Y a veces, leve y aérea filosofía: pequeñas verdades.
Para Fina la metáfora no parecía búsqueda, era naturaleza. El verso no se regodeaba en el ingenio o en el chispeante juego de palabras: se prodigaba tranquilo, sin sobresaltos, desprovisto de afeites. Y el objeto era el de todos los días, el cotidiano… singularizado por una mirada amable, aunque no complaciente.
Ella lo explicaba en un ensayo meridiano, Hablar de la poesía: “Lo primero fue descubrir una oquedad: algo faltaba, sencillamente. Pero, de pronto, todo podía dar un giro, y las cosas, sin abandonar su sitio, empezaban ya a estar en otro. La poesía no estaba para mí en lo nuevo desconocido sino en una dimensión nueva de lo conocido, o acaso, en una dimensión desconocida de lo evidente. Entonces trataba de reconstruir, a partir de aquella oquedad, el trasluz entrevisto, anunciador. Relámpago del todo en lo fragmentario, aparecía y cerraba de pronto, como el relámpago”.
Esa capacidad integradora que no pretendía establecer cánones, terminó por alumbrar una poética, que encontró en su prosa complemento, más que continuidad.
La obra ensayística de Fina y su periodismo cultural, que abordan numerosas aristas de la creación literaria, tienen un referente indiscutible: José Martí. No significa que la escritora pretendiera emular un estilo: el referente es sobre todo ético… asumida desde el principio la afinidad ideológica. En Martí, solía decir, los cubanos encuentran su propio secreto.
Ella y su inseparable Cintio Vitier encarnaron un ejemplo de coherencia intelectual. Hicieron de la poesía, patria; y de la patria, poesía. Cuba le tributó a Fina García Marruz sus más altos honores. Y sin embargo, la nación que honró con su ejercicio, le quedará siempre en deuda. Aunque, como Martí, Fina no necesitó pedestales. Se consagró en el servicio, convencida de la utilidad de la virtud.