¿Qué nos dirán en la tercera temporada Inés y Bruno? ¿Sobrevivirán al riesgo Vanesa y Alfonso? ¿Nuevos personajes llevarán adelante temas y conflictos colocados por Calendario en la pantalla?
Estas interrogantes, entre otras, despiertan el interés de quienes siguieron la segunda temporada de la serie estructurada en 12 capítulos. Estos fueron desplegados mediante un inteligente diseño de fuerzas en pugna y división de los personajes-tipos en bandos y tendencias.
El diseño dramatúrgico de Amilcar Salatti y la dirección general de Magda González Grau socializaron asuntos duros, difíciles, complejos. Lo hicieron de tal manera que las emociones y las sensibilidades de los públicos participaron mucho más.
La adicción a las drogas y la muerte del hermano pequeño de Leonardo removieron la dimensión del alma y las razones lógicas del pensamiento.
Sin embargo, escapó a la percepción de muchas personas la validez artística de planteamientos apenas visualizados en ficciones cubanas. Analicemos desde un juicio crítico: los sentimientos de la culpa, del arrepentimiento, de la ausencia y del amor señalaron, en primera instancia, que el arte nos enseña a aguzar los sentidos.
Nunca se alejó la trama central de la escuela y de las maestras Amalia (Clarita García) y Martha (Mayra Mazorra). Este acierto permitió el desarrollo de diferentes puntos de vista en acciones subordinadas –por lo general mal llamadas subtramas- que provocaron cambios en las situaciones, en las acciones dramáticas y la manera de resolver los bocadillos y sus réplicas.
La necesidad del diálogo y la urgencia de la confrontación enaltecen al ser humano en cualquier lugar del planeta, propician consensuar, disentir o acordar.
Los valores de las escenas definieron muy bien quién se dirige a quién y con qué finalidad.
¿Quedó algo por decir? ¿En lo expresado hubo ideas implícitas que compulsaban determinada fuerza persuasiva?
El hecho de repasar lo visto y lo interiorizado incita a meditar sobre las relaciones entre padres e hijos, la incomprensión de determinadas orientaciones sexuales, la discrepancia entre maneras de ver la vida, los desafíos que impone tratar, comprender, formar a jóvenes y adolescentes.
Unas, otras problemáticas, tienen amplias connotaciones sociales y duraderas en la conciencia.
¿¡Quién puede olvidar a Juliana, Orestes, Alfonso, Noemí, Omar, Gerardo, Marcel, Sofía, Natalia o Ignacio!? Cada personaje generó afinidades y rechazos disímiles en espectadores de diferentes edades.
No podía ser de otra manera, cada uno construyó y defendió su propia realidad, su fantasía, su moral.
¿Es lo que hacemos a diario, quizás sin ser totalmente conscientes de una mezcla inusitada de géneros dramáticos en nuestra vida cotidiana?
Meditemos sobre las historias planteadas en Calendario. Hagámoslo no desde la mirada impresionista, sino a partir del análisis y la argumentación para comprender el todo, las partes y viceversa de un relato altamente provocador de ángeles y demonios.
Alguien creyó, tal vez, que las coincidencias de llevar a la maestra Amalia al lugar oportuno en el momento adecuado fueron inverosímiles. Esta solución dramatúrgica está justificada por la prevalencia del género melodrama en varias acciones subordinadas.
La construcción de lo real desde dimensiones verdaderas, auténticas, motivadoras exigió, ante todo, una investigación en profundidad que en gran medida dictó las rutas a seguir en la narrativa ficcional.
Lo demás surgió del intelecto, de las vivencias y las ideas del equipo creativo. Sus integrantes fueron conscientes de una cuestión esencial: los aprendizajes nunca terminan.
Incluso el contraste de la fotografía realzó la intencionalidad psicológica y reveló profundas obsesiones.
La música hizo énfasis en las huellas emocionales de los sucesos más que en los sucesos mismos. Otro acierto notable en favor del proceso interactivo.
Trasladar vidas ficcionales auténticas al medio televisual requiere defender la ilusión de verdad, aunque lo descrito o imaginado nunca haya ocurrido, pero puede suceder, esta posibilidad alerta, hay que escucharla.
El discurso de Calendario nunca fue perezoso, su densidad patentizó que es imposible pedirle al arte una visión de lo real que posea el equilibrio del tratado sociológico.
Más de un clímax pudo ser reelaborado por la familia ante la pantalla. Tal vez no faltó quien descubriera un cabo suelto, algún gesto inadecuado o un plano desprovisto de la intención que el espectador le daría.
Pero lo cierto es que la solidaridad, la mano extendida a tiempo y la advertencia oportuna de Calendario nos enseñaron a aguzar los sentidos en bien del prójimo, de nosotros mismos, del derecho a la duda cuando no aparece una salida en determinado laberinto.