En un mundo de certezas y reconocimientos, los seres humanos despliegan múltiples capacidades y límites perceptivos.
Desde esta visión, en gran medida, la telenovela El derecho de soñar rindió un oportuno homenaje a la Radio Cubana, donde coinciden varias generaciones que han hecho posible arribar al centenario de un medio de comunicación sugestivo, cálido e inmediato.
Evocar desde un sentido contemporáneo el suceso radial más importante de 1948 sedujo a las audiencias interesadas en conocer el tránsito de un relato y de sus protagonistas enfrascados en narrativas sentimentales de épocas diferentes y, en consecuencia, con particulares conflictos, situaciones, contextos y tratamientos mediáticos.
Fue difícil el reto asumido por los guionistas Ángel Luis Martínez y Alberto Luberta Martínez, también director general junto a Ernesto Fiallo. Ir al pasado en apenas seis capítulos y medio, y recrear el presente, propició colocar en la mira ficcional mundos complejos poco conocidos por las mayorías.
Precisamente, la apertura de ambos caminos y cómo se desarrolló el tratamiento dramatúrgico y la puesta en pantalla, impidió, a veces, comprender e interiorizar en su magnitud la mezcla de la realidad vivida y la realidad soñada por los espectadores, que responde al universo de la representación de la telenovela.
Sus códigos y géneros dramáticos lideraron en la trama, sobre todo el melodrama y la tragedia. De igual modo, la diversidad de temáticas se centró en el aquí y el ahora, de nuestra sociedad.
La violencia, la emigración, las incomprensiones entre las personas, el valor de la profesionalidad en el medio radial, los cambios en las tecnologías y las estéticas, voces y emisoras de una buena parte del país, tuvieron una visibilidad oportuna.
En fin, afloraron aristas de lo ignorado y lo conocido, que siempre seducen en ficciones televisuales. Al contar el pasado, mucho mejor representado por la dirección de arte, la interpretación actoral y los planteamientos de conflictos, estos se atropellaron. En el presente, hubo alargamientos injustificados de acciones y conflictos, los cuales revelan al ser interior psicológico y el exterior ser social.
Pero nunca faltó el destaque de personalidades significativas indispensables al momento de revivir programas, personajes, guionistas, directores, actores, actrices, técnicos… Tantos nombres que han dejado huellas y son referentes para las nuevas generaciones de radialistas.
Sin duda, las convenciones de los planteamientos dramáticos propician que las mayorías asimilen códigos éticos, estéticos. Por esto, el amor fue tratado desde una matriz de entrega y pasión, de deseo y odio, que siempre conducen los elementos de la intriga y las funciones de los personajes.
Los roles y diseño de algunos, como María Luisa y Pascual, prevalecieron en varios capítulos. Quizás la intención de los guionistas y los directores estuvo orientada al hecho de llamar la atención sobre diversidades que debemos reconocer en nuestro entorno.
Ese énfasis, en ocasiones, afectó la balanza dramatúrgica que debe prevalecer en beneficio del suspenso y el provocador avance del drama.
El acercamiento a las fibras más íntimas de cada persona emergió en varias interpretaciones. Pero no todas estuvieron bien estructuradas. Tal vez el montaje de determinadas escenas en un género dramático diferente al que exigía el curso de la historia influyó en la construcción del personaje, en dejar ver sus interioridades y psicología.
Sin duda, aprovecharon al máximo las expresividades de su ser y su quehacer, la actriz Ingrid Lobaina con su Damaris y la doble proyección en épocas diferentes de Denis Ramos.
En más de una oportunidad, El derecho de soñar nos hizo recordar cierta máxima del polémico cineasta británico Peter Greenway: “El artista suele tener visión de túnel, eso es, una percepción, profunda y duradera, en medio de la noche, de la oscuridad, de la necesidad incluso. Ese túnel no tiene que verlo todo, no puede verlo todo. Es más: no debe intentar verlo todo”.
Tremendo desafío tuvo a su cargo el equipo creativo de la telenovela cubana. No obstante, las luces y las sombras coincidentes en su túnel, defendieron un estado del conocimiento y de percepción de las interioridades, lo íntimo y lo duradero de nuestra radio.
Pensemos: el arte no es un tratado sociológico, ni antropológico, plantea interrogantes, aproximaciones a lo real, lo imaginado, la posibilidad de mantener la comunicación y el diálogo con los otros. Y estas son cualidades y un derecho que debemos mantener en las producciones cubanas donde creadores y creadoras ofrecen lo mejor de sí para entendernos mejor.