En la vida cotidiana y en el relato ficcional suelen vivirse disímiles casualidades, coincidencias, azares. Una y otro construyen acertijos asentados en intrigas, celos, desencuentros en tanto sentimientos humanos. Esta dualidad evidencia el cuestionamiento de lo real. ¿Quién no se pregunta si esto sucedió o si puede ocurrir? ¿Es posible el ocultamiento de la verdad o lo íntimo personal codiciado por los otros? En fin, pocas situaciones escapan a dichas contradicciones. Tampoco son recientes, pues la narrativa moderna iniciada con Rabelais y Cervantes tiene un sentido paródico y su fin esencial es develar la dualidad del mundo frente a la seriedad de la ley, del rostro, de la máscara.
En el audiovisual lo asumen guionistas y realizadores interesados en recrear historias inventadas sin el abandono de cierto precepto esencial: lo verosímil. O sea, la trama debe convencer, aunque nunca haya sucedido.
En tal dirección pretenden orientar su brújula las puestas turcas Secretos de familia y Eternamente (Multivisión). Ambas proponen amplias gamas de intensidades dramatúrgicas a partir de una línea de exposición que incluye clímax y desenlaces insertos en la trama donde lidera el juego de las expectativas. El propio texto dramático organiza el desarrollo de acontecimientos y el interés de los públicos.
Tiempos, espacios y causalidades se constituyen en las razones de ser de los sujetos. Esta exigencia implica poderosamente la creación actoral. Personajes-tipos femeninos y masculinos exploran en profundidad no solo las palabras, sino los silencios intensos, in crescendo. A veces, convencen. Otras, devienen aderezados manipuladores en función del suspenso, elemento retórico crucial que define el poder de seducción del relato en pantalla.
¿Responden tales presupuestos a un estilo narrativo donde prosperan recelos, falsos propósitos y ambiciones desmedidas? Impera en las fábulas el sentido de aprovechar los primeros planos, la reapropiación de la mirada cultural condicionada por determinada poética y, sobre todo, la asunción de circunstancias dadas, las acciones internas y externas de actores y actrices.
Percibir en la escena la verdad de lo que se hace y cómo se hace requiere del intérprete la lógica continuidad de las acciones. Así lo reconoció a BOHEMIA en una oportunidad la vedette y primera actriz Rosita Fornés. “Uno debe aprender todo sobre el personaje. La manera de hablar, sonreír, gritar, gesticular. Por ejemplo, mi Gloria en la película Se permuta exigía una dinámica continua. Ella, al parecer, obraba para hacer el bien, pero en realidad perseguía mejorar la situación social de la hija. Mantuvo bajo su máscara ese secreto. Cada actuación responde a qué hago, cómo lo hago, por qué lo hago, para quién lo hago”.
Para las mayorías, lo real está en la pantalla. Demanda ser creíble. De lo contrario, no comunica. Cuando actores y actrices valoran su realidad reafirman la dimensión antropológica de la cultura. Hoy el audiovisual prevalece sobre otros tipos de comunicación. Las estrategias ficcionales en la red originan diferentes formas de percepción en las audiencias. Es preciso apreciarlas más allá del mero pasatiempo; transmiten valores, prácticas y comportamientos en lenguajes que nunca son inocentes. Algunos personajes pueden parecer dóciles y gentiles. Es preciso estar atentos. El dilema de alguien quizás es el propio. Solo hay que pensarlo sin abandonar el misterioso diálogo de las emociones con la lucidez requerida ante la percepción de los mundos propios y ajenos.