A propósito del aniversario 66 del ICAIC, el próximo 24 de marzo, pensemos en ideas novedosas, habilidades creativas, expresiones artísticas y nombres significativos que validan producciones realizadas por la institución; muchas de ellas en complicidad colaborativa con personalidades e instituciones de otros países para continuar desarrollando el intelecto y la espiritualidad de generaciones atentas frente a las pantallas mediáticas


A velocidades impensadas se multiplican cámaras, sonidos, imágenes y micrófonos por doquier. Lo “real” protagoniza construcciones cinematográficas y audiovisuales. El entretenimiento y la información son paquetes entregados a domicilios sin límites de fronteras. Existen diferencias locales y regionales; no obstante, viajan raudos productos estandarizados y colonizadores que instauran banalizaciones en detrimento de la inteligencia lectora.

Contrarrestan el panorama, artistas consagrados y jóvenes empeñados en ampliar universos cognoscitivos, dinámicas de sociabilidad, revelar valores, actitudes participativas al condenar el fascismo exacerbado. En estas direcciones avanza desde el 24 de marzo de 1959, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la primera institución fundada por la Revolución. Tempranamente, alertó quien fuera su fundador y presidente, Alfredo Guevara: “Nuestra lengua es la imagen. Ésta nos permite expresarnos, decir, analizar. Poética o cruda y directamente, develando las mil facetas de la fantasía o entregándonos a la más serena e implacable decepción, el cine nos permite apresar la realidad y recrearla artísticamente y substantivamente”. El destacado intelectual llamó acto seguido al fortalecimiento de cada colectivo capaz, creativo y puntualizó: “Por ello, la formación técnica, experiencia práctica, la cultura y la sensibilidad dé cada uno de los miembros del equipo resultan tan importantes”.

Sin duda, el cine que vemos en las pantallas grandes o pequeñas, y el medio televisual, asume tantas complejidades como la vida; parte de una premisa esencial: es arte e industria. La construcción de este sentido plantea e implica recursos, no solo el tratamiento de contenidos fundamentales, las violencias, las soledades, el desamparo; sino qué se dice, cómo se dice, para quién se dice. Esta tríada considera durante el proceso creativo emocionar al ser humano; si algún fin es deficiente, afecta la calidad de la historia, la densidad dramatúrgica de la narración y su afectividad.

Lola Calviño, vicedirectora de la Cinemateca de Cuba, hace referencia a una muestra de la riqueza documental preservada en este centro del ICAIC. / Leyba Benítez

Ajenos a lo retórico del didactismo –que no lleva a la exclusión de la didáctica-, reflexionemos sobre indagaciones antropológicas y sociológicas emanadas de discursos impactantes en el alma y la conciencia. Lo evidencian puestas de Tomás Gutiérrez Alea, Titón; Julio García Espinosa, Santiago Álvarez; imposible mencionar a tantas figuras clásicas y contemporáneas; todas perduran en infinitas batallas; sus legados hablan de manera elocuente. Esa riqueza documental y artística se preserva en la Cinemateca de Cuba; la aprovecha con creces, su director, el crítico de arte Luciano Castillo en el programa De cierta manera (Canal Educativo, Jueves, 9: 30 p.m.). En la imagen que acompaña nuestro texto, la vicedirectora del centro, Lola Calviño, enfatiza el carácter diverso, vasto, imprescindible de la memoria allí preservada con ciencia, esmero y profesionalidad.

Otro maestro, el crítico de arte Carlos Galiano, sabio y culto, bebe de ese caudal en Historia del cine (Cubavisión, Lunes, 10:30 p.m.). Con su manera de compartir; enseña, motiva estudios, aprendizajes, y aporta un estilo comunicativo.

Acercamientos, nexos y complicidades entre el séptimo arte y la Televisión Cubana siguen creciendo. Ver en la pantalla grande telefilmes, series, documentales realizados para la tv, motiva a pensar en lo realizado sin obviar experimentaciones considerando un presupuesto: las intensidades dramáticas deben estar ancladas en los sentimientos; devienen brújula para llevar adelante el relato y las acciones dramáticas. El verbo es importante desplegado en la lengua de la imagen, pero no per ser; sino de manera sugerente; a la vez, sencilla.

El arte no es expresión de las emociones, sino el fluir de ellas en combinaciones sintácticas; quien crea indaga para obtener efectos axiológicos deseados en públicos y lectores.

En la era de la comunicación cultural, las ficción cinematográfica y audiovisual transmiten saberes, rupturas e innovaciones. Con frecuencia se recuerdan conflictos impensados al apreciar las maneras de expresarlos actores o actrices. El gesto corporal, la intencionalidad del bocadillo preciso estructurado en el guion, las direcciones actorales y de arte alimentan los actos creativos en las pantallas grandes y pequeñas, activas para comprendernos mejor, aquí y ahora.

¿Quién suele “leer” explícitamente la moraleja del relato? Esta debe expresarse al recrear valores icónicos, lingüísticos y silencios parlantes en voces inquietantes.

Al enfrentar la realidad ningún artista toma la realidad para copiarla tal cual. Al apropiársela, la convierte en significaciones de carácter humanista. Para transgredir formas de contar es preciso conocer lo sedimentado. A veces, se establecen modas, gustos, afinidades, estereotipos simplificados al decir: “me gusta” o “no me gusta”, apreciaciones primarias al uso, cómodas; prevalecen, pensémoslo.

Las artes intercambian indicios, elipsis, preguntas, suelen fecundarse entre sí mediante incitaciones temáticas, estéticas y expresivas. El siglo XXI demanda empeños cuestionadores, espíritus críticos, pensamientos argumentados sobre la realidad y la cultura para seguir enrumbando hacia la conquista de la artisticidad comunicativa que necesitamos en Cuba y el mundo.