Juan Carlos Vázquez, director del Festival de Cine Invisible. Foto: Thalía Fuentes/ Cubadebate

El cine ha sido para Juan Carlos Vázquez un vehículo de transformación social y un puente entre culturas. Director del Festival Internacional de Cine Invisible “Film Sozialak”, Vázquez no concibe este arte como un mero espectáculo, sino como una herramienta fundamental para dar voz a los silenciados y cuestionar las injusticias globales.

Su vínculo con Cuba, que comenzó en la década de los 90, se ha materializado en una profunda colaboración que hoy abarca desde la cooperación cultural hasta proyectos museísticos con perspectiva de género en la Oficina del Historiador de la Ciudad.

En el marco de la 46 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL), Vázquez visita nuevamente Cuba, reflexiona sobre la esencia y el futuro de este evento, al que considera un faro indispensable para el cine hecho desde las periferias.

Con la convicción de que los países del Sur Global deben narrar sus propias historias, defiende la necesidad de un festival que, pese a las enormes dificultades logísticas y el complejo contexto en la mayor de las Antillas, mantenga vivo su compromiso social y su apoyo a la cantera cinematográfica cubana.

Vázquez alerta sobre los riesgos de un cine individualista, consumido a través de algoritmos en la soledad del hogar, y reivindica la sala de cine como un espacio colectivo e insustituible de socialización.

El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y el Festival de Cine Invisible comparten muchos puntos en común…

—El vínculo es muy estrecho. El Festival de Cine Invisible, cuando nació hace 18 años, estuvo desde el principio muy ligado a Cuba. Trabajo con la mayor de las Antillas desde 1992 y ya había realizado varias acciones vinculadas al cine cubano. De hecho, la primera edición de nuestro festival la dediqué al cine independiente de Cuba y al 50 aniversario del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfico (ICAIC).

Para mí, el FINCL siempre ha sido un punto de referencia. Me gusta mucho su idea de fomentar ese nuevo cine latinoamericano. Creo que los países del Sur Global tienen que hacer sus propias películas, sus propias noticias y hablar de sí mismos. El Festival de La Habana me parece un lugar ideal para eso: para traer ese cine hecho en las periferias, pero del que el mundo tiene que enterarse que existe”.

Volviendo a sus vínculos con Cuba, ¿cómo surgieron y cómo fue la primera vez que llegó aquí?

Vine por primera vez a Cuba en el año 86, de paso hacia Nicaragua. Tenía 24 años y quería conocer la revolución que se vivía en Latinoamerica. Luego regresé en el 90, en el ámbito de la cooperación, y empecé a trabajar con el país en el año 92. He hecho de todo. Al principio no fue con el cine: intenté apoyar la industria azucarera, trabajé en la Isla de la Juventud con talleres artesanales...

A partir del año 2014 empecé a trabajar con la Oficina del Historiador. Ahí nos enfocamos, no en el patrimonio físico, sino en los contenidos sociales. Llevamos mucho tiempo trabajando en cultura, género, igualdad y cine. De hecho, montamos un plató para jóvenes adolescentes en el edificio Sarrá, en el Centro a+ Espacios Adolescentes. Es una oportunidad donde ellos hacen sus informativos y películas.

Aprovecho de venir en diciembre porque así estoy en estos dos mundos: el del cine internacional y mis trabajos con la Oficina del Historiador.

¿En cuáles proyectos trabaja actualmente con la Oficina del Historiador?

—Tenemos diecisiete proyectos. En estos días hemos traído a tres profesores de la Universidad del País Vasco y estamos analizando cómo aplicar la perspectiva de género en las setenta casas museo que tiene la Oficina del Historiador en La Habana Vieja.

Creo que no habrá ciudad en el mundo que tenga tantos pequeños museos en un sitio tan reducido como es La Habana Vieja. La idea es incorporar la perspectiva de género en estos museos, porque no puede ser que el 50% de la población mundial, madre del otro 50%, quede fuera de la narrativa museística.

Normalmente, la historia cuenta la versión de los hombres. De alguna manera, aquí también hay una historia intervenida que necesita ser recuperada.

¿Por qué surge el Festival de Cine Invisible?

—El festival surge por una experiencia personal en Nicaragua, donde presencié cómo un país pequeño se enfrentaba a una potencia mucho mayor. Aquella vivencia me hizo regresar a Europa con un propósito: dar a conocer las injusticias del mundo y el acoso que sufren las naciones más débiles por parte de las grandes potencias.

Comencé a buscar herramientas para contar esas historias. Primero trabajé con exposiciones artísticas, pero en 1993 me vinculé al cine como medio para visibilizar lo que normalmente permanece oculto. Durante catorce años organicé una muestra de cine social, hasta que consideré que podía ampliar su alcance transformándola en un festival. Así nació el Festival de Cine Invisible, cuya primera edición se realizó en 2009 y que ya cumple dieciocho ediciones anuales.

Nuestra filosofía es clara: utilizamos el cine como herramienta de transformación social, a diferencia de otros festivales que se centran en el cine como arte. Para lograrlo, trabajamos con cuatro públicos diferenciados, adaptando la programación a cada uno.

El público adolescente (de 16 a 18 años) participa a través de sus institutos, donde convertimos el centro escolar en un pequeño festival. Es una experiencia que llega a unos catorce mil jóvenes y ochocientos profesores, y para mí es la parte más hermosa del proyecto.

Para el público universitario, que en Europa no suele ir al cine, organizamos talleres donde se convierten en cineastas y ruedan cortometrajes con mensaje social en solo diez días.

El público adulto general es el que tradicionalmente asiste a las salas. Finalmente, el público adulto mayor es especialmente importante para nosotros, porque en sociedades que envejecen rápidamente, estas personas suelen quedar excluidas tanto de la vida social como de las pantallas.

Programamos pensando en ellos: si hay una película con un protagonista LGBTQ+ mayor, un tema feminista abordado desde la vejez o un drama sobre personas refugiadas, se la llevamos a este público. Hollywood nos ha mal acostumbrado a que los héroes sean siempre jóvenes y atractivos, pero la vejez posee una creatividad y una profundidad que la juventud no tiene, y merece estar representada.

Esta nueva edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano se da en un contexto complejo. Las películas proyectadas parten de esa misma premisa fundacional de darle voz a los temas silenciados por las grandes industrias. ¿Cuál crees que debe ser el rumbo o la esencia del Festival en estas circunstancias?

—El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano no puede perder esa esencia. Tiene que mantener la defensa de ese cine con compromiso social que se hace en Latinoamérica. Asimismo, tiene que conservar el compromiso con el cine cubano, porque no tendría sentido hacer un festival en La Habana sin tener en cuenta que esto es una cuna de cineastas. No hay que olvidar que el ICAIC nace tres meses después del triunfo de la Revolución. Eso hay que cuidarlo, hay que salvaguardar la cantera local.

En el actual escenario es importante potenciar el cine y dar arte a las personas porque es también una especie de salvación o refugio, ¿cómo define el valor del cine en este sentido?

—Sí. Para mí, el cine va más allá del arte. Incluso el espacio físico del cine porque las salas son un espacio colectivo. Puedes ir solo al cine y encontrarte con un conocido, salir luego a tomar una cerveza o un café. El cine es socializar, no es solamente ver imágenes o una ventana de luz. Es un espacio donde los seres humanos podemos socializar en grupo.

Tristemente, ahora se está promoviendo un cine diferente, un cine desde la casa a través de las plataformas, donde lo ves de manera individual. El cine tiene que ser un espacio colectivo. Es mucho más que ver una película; es socializar con otras personas.

¿Cree que el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana debe ser considerado una especie de bandera o estandarte para la realización del séptimo arte en América y en el mundo?

—Desde luego. Creo que habría que darle una vuelta a cómo hacer un festival con las dificultades que tiene este país: los problemas de electricidad, los huracanes, las colas para conseguir alimentos... Hacer un festival aquí es muy difícil. La gente que está volcada en el evento debe estar pasándolo fatal, porque organizarlo en estas circunstancias es muy complejo. Un festival depende de la luz, y si no hay corriente, las pantallas y los proyectores no funcionan. Además, depende de un público que, al estar pasando dificultades, quizá no acuda al cine.

Pero tiene razón de ser, tiene que existir este festival. Volviendo al pasado, Cuba tuvo un papel muy importante con los Países No Alineados. Creo que es hora de despertar y volver a unir a los países del Sur.

Estos países tienen que apoyarse entre sí y dar una respuesta a este mundo desigual e injusto que estamos viendo, como acaba de ocurrir con Palestina, donde ha habido un genocidio y los países ricos o enriquecidos (porque todos los países son ricos; Cuba lo es culturalmente) han mirado hacia otro lado o han armado al país que lo cometió.

El nuevo cine latinoamericano tiene que unir a los países del Sur y se debería promover también un nuevo cine africano, asiático, e incluso un nuevo cine europeo y norteamericano.

Tenemos que tener cuidado, porque estamos entrando en una era muy compleja. La inteligencia artificial nos puede arrinconar todavía más, metiéndonos mucho más en casa para ver un cine que ni siquiera será cine, sino series que te confunden y te introducen como protagonista.

El cine tiende a desaparecer, tienden a encerrarnos en nuestras casas. Y aquí, cuando se hizo un cambio, una revolución, se hizo con la gente en la calle. En nuestras casas no somos nadie; somos seres individuales indefensos a merced de un algoritmo que nos dirá cómo tenemos que vivir.

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