Si el asunto fuera competir por quién aprende más, por quién defiende mejor sus puntos de vista o por quién es más solidario, quizás estuviera bien.
Pero si la competencia es para exhibir la mejor mochila, el merendero más original o los tenis recién salidos al mercado internacional… entonces, una parte del camino estaría perdido.
Acaba de empezar el curso escolar con muchas dificultades, y si a esas, casi inevitables dada la situación que vive el país, se añaden por parte de algunos alumnos y padres ciertas ansias de sobresalir por tener cosas, el panorama de la escuela se vería lamentablemente ensombrecido.
Días antes de reabrir las aulas, dos vecinas del barrio intercambiaban sin medir mucho el volumen de la voz, porque para ellas, su conversación era sobre “lo más normal”:
-Pero si tú dices que la cuidó, que está bien conservada, ¿por qué vas a hacer ese gasto, muchacha?
-Pero, ¿cómo va a llevar la misma mochila del año pasado? ¡Mi hija no va a ser menos!
Quizás a la hija no le importara demasiado llevar la misma mochila, y era la madre quien se andaba esforzando y angustiando. O no; tal vez a su muchachita sí le preocupaba el tema, porque ya había germinado en ella la equívoca semilla de creer que se era menos cuando se tenía menos.
De todos modos, encontrar la respuesta a esa duda no es lo decisivo. Sí debería concentrar atenciones y preocupaciones que más de una familia y también más de un adolescente anden desgastándose por presumir los objetos que poseen, como si el tener les hiciera brillar… y ganar.
Imagen tomada del perfil en Facebook de Rincón Martiano