El poblado costero camagüeyano de Santa Cruz del Sur, fue arrasado por la marea de tormenta del huracán del 9 de noviembre de 1932. Foto: Cortesía de Luis Enrique Ramos

El reciente paso del huracán Milton por los mares al norte de la región occidental de Cuba, y el hecho de estar adentrándonos en la segunda quincena de octubre, climatológicamente una de las más peligrosas para nuestro país en cuanto a la probabilidad de azote de estos organismos ciclónicos tropicales, amerita abordar los factores más dañinos que los distinguen.

Como apunta el doctor Ramón Pérez Suárez, reconocido investigador del Centro del Clima del Instituto de Meteorología, el lugar cimero lo ocupa la denominada surgencia, una impresionante y repentina sobreelevación del nivel del mar, que se origina justo cuando el centro del huracán toca tierra.

Puede afectar una extensión entre 150 y 180 kilómetros de costas a la derecha de la trayectoria y el punto máximo de altura de la ola, ocurre en la zona próxima al punto de entrada del ojo, donde se concentra el anillo de vientos máximos sostenidos, resaltó el científico.

A nivel internacional, la surgencia es considerada el evento más destructivo asociado al impacto directo de esos fenómenos meteorológicos, al atribuírsele alrededor del 90 % de las pérdidas de vida y daños materiales que causan en todo el mundo, fundamentalmente cuando son de gran intensidad Categoría 3, 4 y 5, en la escala Saffir-Simpson, de un máximo de 5.

La combinación de la surgencia con la marea astronómica, origina la mayor subida del nivel del mar si coincide con la pleamar, dando lugar a la nombrada marea de tormenta.

Consultado por Granma, el profesor Luis Enrique Ramos Guadalupe, coordinador de la Comisión de Historia de la Sociedad Meteorológica de Cuba (SometCuba), relató que la más grande marea de tormenta documentada en Cuba la provocó el huracán de Categoría 5, del 9 de noviembre de 1932, en el poblado camagüeyano de Santa Cruz del Sur.

«Tuvo una altura próxima a los 6,5 metros y, literalmente, barrió con toda la infraestructura del lugar, dejando en pie no más de diez edificaciones. En dos horas y media perdieron la vida allí unas 2 000 personas, pero la cifra total de fallecidos en toda la región azotada estuvo en el orden de los 3 000. Constituye, hasta el presente, el mayor desastre natural acaecido en nuestro país.

«Imponente fue, también, la ocurrida durante el azote directo del fortísimo huracán del 18 de octubre de 1944 (se van a cumplir 80 años), la cual alcanzó una altura entre cuatro a seis metros en las playas Cajío y Guanimar, en la costa sur de La Habana, donde el mar penetró hasta diez kilómetros tierra adentro». 

La relación de elementos más peligrosos de los ciclones tropicales, término genérico utilizado para referirse a los centros de bajas presiones, alrededor de los cuales el viento gira en sentido contrario a las manecillas del reloj en el hemisferio norte, incluidos los huracanes, incluyen, asimismo, los fortísimos vientos que acompañan a los sistemas de gran intensidad, capaces de convertir las tejas, planchas de zinc, vigas de madera y hierro, fragmentos de vallas metálicas, tapas de tanques de agua, macetas y otros objetos, en verdaderos proyectiles que pueden cobrar vidas u ocasionar lesiones graves en las personas.

En el caso de las rachas, es oportuno precisar que estas duran pocos segundos, y pueden superar en 1,2 a 1,5 veces, la velocidad del viento máximo sostenido promediado en un minuto.

Hasta el presente, el récord nacional de viento máximo en racha es de 340 kilómetros por hora, y se midió en la estación meteorológica de Paso Real de San Diego, en Pinar del Río, durante el azote del huracán Gustav, el 30 de agosto de 2008.

Imposible pasar por alto que, dentro de los huracanes, pueden formarse tornados, principalmente a determinada distancia de la región central del evento atmosférico y a la derecha de la trayectoria.

También aparecen, en la relación de elementos peligrosos, las intensas lluvias que pueden prolongarse a lo largo de varios días, y registrar notables acumulados por encima de los 400 milímetros y más, en 24 horas, en particular cuando el sistema, ya sea una depresión tropical, tormenta tropical u huracán, se desplaza con lentitud o movimiento errático, sobre una misma región.

Uno de los ejemplos más notorios fue lo sucedido con el ciclón Flora en el oriente cubano, entre el 4 y el 8 de octubre de 1963.

Según los apuntes del profesor Luis Enrique Ramos, en un solo día produjo un acumulado de 735 mm, en un punto cercano a Santiago de Cuba. Las inundaciones ocasionadas al paso de este célebre organismo ciclónico aún se consideran sin precedentes en la región oriental. El número de víctimas mortales ascendió a 1 157, mientras la infraestructura vial y las líneas eléctricas y telefónicas, casi colapsaron de manera total.

 

NO CONFIAR EN LA CALMA DEL OJO

El denominado ojo o centro del huracán surge de manera general cuando el evento meteorológico alcanza la categoría 2 en la escala Saffir-Simpson, cuyo rango de vientos máximos sostenidos varía de 154 a 177 kilómetros por hora.

De acuerdo con lo expresado por el doctor Ramón Pérez Suárez, su diámetro promedio oscila entre 30 y 60 kilómetros, pero en ocasiones supera o queda por debajo del referido tamaño.

 Resaltó que la llamada pared del ojo concentra el anillo de vientos más fuertes y está conformada por un compacto conglomerado nuboso, con intensas lluvias y tormentas eléctricas.

«La peligrosidad del cruce del ojo de un huracán por un territorio radica en que, bajo su área de influencia, ocurre una repentina calma y el cielo se despeja. Ante ese escenario de aparente tranquilidad, las personas pueden pensar que el ciclón se fue y nada más lejos de la verdad.

«En dependencia del tamaño del ojo y la velocidad de traslación del sistema, las condiciones del tiempo volverán a empeorar pronto, y regresarán las lluvias intensas, mientras los vientos huracanados tendrán velocidades iguales o superiores a las registradas antes de producirse la engañosa “calma”».