Un atípico día vivirán las madres de Cuba hoy marcadas por el dolor de las pérdidas físicas tras el accidente del hotel Saratoga, que mantiene en vilo a todo un país y les cambió el rostro a sus hijos en las últimas horas.
Una interrogante resulta recurrente por estos días y es esa de cuánto desasosiego guardará el corazón de aquellas que ya no verán más a sus hijos, las que los acompañan en una cama de hospital o quienes esperan un aviso sobre su rescate.
En las proximidades del hotel parece un hormiguero de cascos naranjas el ir y salir de hombres cuyas familias esperan en casa, y cuando le roban unos instantes a la agitación solo es para oírlos decir: “Mamá, no te preocupes, ¡estoy bien!”.
Hay un país que no duerme desde el viernes cuando la instalación del turismo se abastecía de gas y el sonido estremecedor de una explosión segó vidas, acumuló lágrimas y ensombreció las horas siguientes, incluidas las de hoy.
Lo que en años anteriores tal vez hubiera sido un día de las madres para el festejo, compra de flores y transporte colapsado por el movimiento de personas en busca del abrazo de una madre, en este mayo será velar por el curso de los hechos y esperar el nombre de otro milagro con vida que surja de los escombros.
El presidente de la nación, Miguel Díaz-Canel, así lo reflejaba con pesar en declaraciones a la prensa el propio día del accidente y enviaba sus condolencias a esas familias que ya nunca más volverán a ser las mismas.
Alguien este sábado en sus redes sociales aseguró que las actitudes ante el trágico incidente de todo un pueblo que se volcó a los bancos de sangre y las constantes muestras de afectos Cuba las debe a sus madres, y ante tal acierto surgen con premura nombres como Mariana Grajales o Vilma Espín, por solo mencionar dos.
Mujeres son también algunas de las que no han abandonado sus funciones de líderes del Partido, el Gobierno y fuerzas rescatistas tras más de 35 horas de labor en el lugar del siniestro, o aquellas que en una sala de hospital ayudan a sanar el alma y el cuerpo.
Madres son las maestras que vieron el pánico en los ojos de sus alumnos de la escuela cercana al hotel y llenas de valentía los pusieron uno por uno a salvo del enorme monstruo de polvo y destrucción que les sobrevenía.
Hoy, además, habrá hijos que no podrán felicitarlas a ellas y para quienes como nunca antes se expuso la fragilidad de la vida, la perpetuidad del dolor.
Cierto es que este será un día como no acostumbramos los cubanos, pero cierto es también que el amor multiplicado y el consuelo de cada una de las madres concentrará su núcleo fuerte en esa esquina de La Habana que hoy necesita su protección.