No es la juventud eterna condición del ser, pero sí son eternas las huellas que esos años de ímpetu, expectativas, sueños y empuje ilimitado, nos dejan para el resto de la vida.
Cuando se sabe disfrutar ese divino tesoro, y se abrazan de él las más profundas enseñanzas que brotan de las experiencias vividas, nada podrá apagar el orgullo y la certeza de que andamos por buen camino.
Si, además, convertimos los años mozos en simbiosis entre el querer y el deber, si la decisión de superarnos y crecer como personas se combina con nuestras responsabilidades como miembros de una colectividad, con los pasos que seguimos a lo largo del camino de nuestro andar por la tierra, nos acompañará también la satisfacción de no dejar a la historia pasar de largo frente a nuestros ojos, sino de ser parte de ella, desde el bando de los que aman y construyen.
¿Qué sería de un país si sus nuevas generaciones renunciaran al empeño de edificarlo para el bien de todos, para el suyo propio, para el futuro? ¿Qué sería de esta Isla sin la renovadora energía de sus juveniles retoños que, abrazados a su amor por ella, han decidido ocupar, en este tiempo, como en otros, el lugar donde el mayor privilegio es la oportunidad de servirla?
Nadie como el hombre y la mujer que van creciendo entienden lo que implica hacer camino al andar. Y qué hermosa es la oportunidad de hacerlo desde la originalidad del pensamiento propio, desde la iniciativa renovadora, pero con sólidas bases en ejemplos paradigmáticos que han legado, con su hacer, la mejor de las herencias: ética, humanismo, voluntad y fe inquebrantable en el futuro, en el concepto siempre bien defendido de continuidad.
Otro abril de esperanzas nos abraza, y en ese simbólico acto viven la calidez de un pueblo unido, seguro de sus principios, con plena confianza en la obra social que lo ampara. Quién puede negar que entre los brazos que han mantenido sólidos los lazos del pensar como país, están los de una juventud agigantada por los desafíos del momento histórico, negada a dejarse subvertir, abrazada a los valores y a los principios que habitan al término «patriotas».
Se empina el cuarto mes de un calendario que ya se presenta desafiante, a más de un año de iniciado un caos mundial de vidas arrebatadas por la muerte, de economías paralizadas, de capital que desampara a los más necesitados.
Pero no, esa no es Cuba. Para nosotros vive, en esta fecha, el simbolismo de lo que logra una nación cuando pone a sus niños y jóvenes en el centro de su proyecto social. ¿Hemos sufrido las consecuencias del caos? Sí. ¿Hemos recibido estocadas enemigas por todos los flancos? También. ¿Hemos abandonado la construcción de la nación que queremos, hemos enfrentado la enajenación de las nuevas generaciones con respecto a su realidad? No, eso jamás.
No hace falta enumerar las proezas, los logros, los actos desinteresados de altruismo y entrega, para tener seguridad plena del alto compromiso que ha demostrado la juventud cubana con su Isla soberana. Basta decir que hemos entendido, en toda su dimensión, una verdad irrenunciable: estamos dispuestos a hacer futuro, porque nosotros, también, somos el presente.