“Dale, tú puedes, el carro está afuera esperándote, ellos piensan que ese petardito, como tú dices, fue El Atentado y que nadie se atreverá de nuevo, pero tú estás aquí ahora, con la petaca en el bolsillo, no te la vuelvas a tocar, ¡coño!, ¿o quieres que, al final, se den cuenta?; empieza a cerrar que ya el timbre sonó, ni cuenta te has dado que la gente está saliendo, tranquilízate, no saques más el pañuelo que no estás sudando nada, es sensación lo que tienes, vamos, prepárate, ya sabes dónde tienes que ponerla...
“Hazme caso, eso no va a explotar tan rápido, camina suave, como si fueras por el parque; quiero salir ya; espera, tienes tiempo, ahora dale, con calma, salúdalos, diles hasta mañana aunque mañana esto va a ser un infierno y te van a estar buscando hasta debajo de la tierra; ese miliciano me miró, me está siguiendo; nadie te está siguiendo; yo creo que el viejo de mierda lo que hizo fue un teatro, está detrás de mí; detrás de ti no hay ningún viejo, es una vieja, y negra, ése es el carro, dale, móntate, no corras, ¡coño!, y no le hables al chofer, él sabe para dónde te tiene que llevar; ya lo hice, ya está puesta, ahorita está ardiendo, esta vez sí no hay quien lo pare”*.
El 13 de abril de 1961 fue destruida El Encanto, la mayor tienda del país, con el empleo de dos petacas de explosivos incendiarios, introducidas desde Estados Unidos por terroristas de origen cubano al servicio de la CIA.
El Encanto había sido la tienda del momento en La Habana y había llegado a tener incluso contratos con la famosa firma Dior. El edificio de seis pisos y 65 departamentos de compras diferentes estaba en la esquina de la calle Galiano, con San Rafael y San Miguel.
El autor del hecho, que causó 18 lesionados y alrededor de 20 000 000 de dólares en pérdidas económicas a la Isla, fue Carlos González, trabajador del departamento de discos de la tienda y miembro del grupo terrorista Movimiento de Recuperación del Pueblo (MRP).
Una semana antes del sabotaje, había estallado un petardo en una de las puertas del establecimiento y se habían recibido llamadas anónimas que amenazaban con colocar otros artefactos explosivos. Fe del Valle Ramos, o Lula, como la llamaban cariñosamente, y un grupo de trabajadores, se habían dado a la tarea días antes de la explosión de revisar cada lugar de la tienda para evitar que ello pudiera llevarse a cabo. Pero sucedió…
“...que no me llamen más, que salgan de la tienda antes de que sea demasiado tarde, yo estoy atrapada, tal vez diez minutos antes hubiera podido forzar la puerta de la escalera, pero ya es imposible, ¿quién pudo haber hecho esto?... ...tiene que ser alguien de aquí, algún empleado, pero ¿quién? ¿Martínez? no, es demasiado pusilánime para hacer esto, lo de él es hablar mierda y tirar pullitas, de ahí no pasa. Tal vez fue uno de los últimos compradores, hoy la Tienda tuvo mucho movimiento, ni que fuera Navidad, alguna pelotica de ping-pong, como las que dejaron en las otras tiendas, el incendio viene de abajo, de eso no hay duda, pero qué importancia tiene eso ahora, el caso es que han quemado la Tienda y yo no tengo salida...”.
Días antes Lula le había escrito una carta a uno de sus hijos que estudiaba en Checoslovaquia. Le habló de la marcha del proceso revolucionario y le contó: “Desde luego que todas esas maravillas no pueden conseguirse sin gran esfuerzo de parte del pueblo y así lo explicó bien el Che en una reciente comparecencia y en la cual dijo que esto es una lucha a muerte con nuestros enemigos y que tenemos que estar preparados para todo”.
“Qué sed, Dios mío, qué sed, tengo la garganta seca y esta sed es desesperante, ahora quisiera ver el mar, sentarme en el Malecón y dejar que las olas me empapen, cuando los niños eran chiquitos íbamos mucho al Malecón, cómo se divertían detrás de los cangrejitos que corrían por el muro, ¿dónde estará aquella foto?, la noticia de mi muerte le llegará a Erik primero que la carta que le mandé hace unos días, es curioso, todo lo que le digo será pasado cuando él la lea, hasta yo también seré pasado”.
González Vidal había aceptado la misión propuesta por la contrarrevolución una semana antes. Le fueron entregadas dos petacas de explosivos suministrados por la CIA. Los explosivos camuflados en cajetillas de cigarrillos Edén debían ubicarse en áreas de gran potencial inflamable, para que el fuego creciera rápidamente. Se colocaron en dos pisos distintos. Se había previsto un efecto indetenible y brutal, y así ocurrió. Las petacas estallaron velozmente y el fuego tomó todos los pisos de la tienda propagado por los conductos de aire acondicionado.
“El edificio es una trampa, ELLA sabe que es una trampa, no va a ser tan boba de quedarse arriba. Debe estar ardiendo; ¿qué te pasa?, ya no puedes arrepentirte, lo hiciste, ¿no?, aguántate ahora, este carro no tiene marcha atrás; siempre me pasa igual, hago las cosas y después quisiera no haberlas hecho”.
Fe del Valle nació el 1ro de agosto de 1917. Era la más pequeña de tres hermanos y huérfana de padre, quien falleció meses antes de ella nacer. Estudió hasta primer año de bachillerato en el colegio Mario Pando, donde su madre tenía a su cargo los alumnos internos. Como esta dejó de recibir su salario a causa de que el gobierno de Gerardo Machado (1925-1933) suspendió las instituciones subvencionadas por el Estado, la familia empezó a atravesar una crítica situación económica y se trasladó a La Habana.
En la capital, empezó a trabajar desde los 17 años en la confección de sombreros. Después, como dependienta en la tienda Fin de Siglo y más tarde en El Encanto, colaborando también en la lucha contra la tiranía batistiana. En el momento del atentado era la jefa del piso de ventas de ropa infantil y juguetes y trabajaba por la FMC en la recaudación de fondos destinados a la construcción de círculos infantiles, guardados con seguridad en la tienda.
“...Cada vez hay más calor, dentro de poco esto será un infierno, los ojos me lagrimean cada vez más, si pudiera volver al quinto piso, a lo mejor allí todavía no hay tanto humo, pero por dónde, si la escalera está bloqueada; serénate, Lula, serénate, a lo mejor los bomberos están por allá abajo, Ada seguro ya sabe que El Encanto está ardiendo, qué hora será, quedamos en vernos a las once, menos mal que Luisa se llevó la ropa de los círculos, ésa, por lo menos, los cabrones no la pudieron quemar, tiene que ser ÉL, se veía como si no hubiera dormido, la frente le brillaba de sudor como si estuviera enfermo y estaba tan pálido, Isora y Luisa seguro pudieron salir, ¿se habrán dado cuenta de que yo sigo aquí?, el piso está ardiendo, lo siento a través de las botas que me están quemando los pies, falta el oxígeno, dicen que cuando el calor es mucho se quema el oxígeno y hasta el aire se incendia. ¿Qué estará pasando allá afuera?”
El incendio fue prácticamente indetenible. Cenizas, escombros y vigas de acero retorcidas formaron parte del infierno creado en aquellos pisos. El 13 de abril de 1961 se produjo el incendio que le costaría la vida a Lula, pues al intentar rescatar los fondos recaudados para la creación de círculos infantiles, murió entre las llamas. Tenía 44 años.
Una compañera de trabajo contaría hace un tiempo que, a pesar de que quiso disuadirla, ella regresó al centro comercial cuando desde afuera vio las llamaradas y el humo del incendio diciendo que iba a salvar los fondos de los círculos infantiles. Otros testigos afirmaron que la vieron cooperar en la salida de algunos trabajadores rezagados. Su cuerpo fue encontrado calcinado.
- “ÉL sabe que si lo agarran nadie lo salva del paredón, y lo van a agarrar...”
- “Yo no veo ninguna lancha, ¡me cago en mi madre, estos cabrones no pueden haberme embarcado, yo mato a Mario si no vienen!”
- “...Erik, ven, que papá nos va a hacer una foto con Robin, aléjate un poco, Ravelo, para que no salga cortada, no te preocupes, Ada, cuando termine de revisar yo bajo a comer algo, recógeme a las once”.
- “¿Qué carajo le pasa a esta linterna? Yo no veo ninguna lancha, ¡me jodieron, coño!, ¡me jodieron!”
- “Corre, María Luisa, llévate la ropa de los niños, que la están esperando, acuérdate que mañana la reunión es a las tres, hasta pronto, Juan, nos vemos en estos días, Ravelo, ponte dos pares de medias para que las botas no te hagan ampollas, mamá, hoy vengo a almorzar más tarde, dile a Robin que estudie, que mañana tiene examen, si Ada viene que me espere, a las once, Ada, a las once nos vemos...”
González Vidal había puesto como condición que lo sacaran del país y lo trasladaran a Estados Unidos. Pero el operativo revolucionario logró descubrir el refugio del autor del hecho y de otros responsables por el sabotaje, en una casa frente al mar en la habanera playa de Baracoa, mientras esperaban el rescate del Norte.
El Encanto fue el preludio de la invasión a Playa Girón, aquella donde esta Isla logró darle el golpe al imperialismo en 72 horas. Pero a la muerte de Lula, le precedieron bombas y otros actos terribles, entre ellos, el sabotaje al vapor francés La Coubre. Estos hechos continuarían. Por acciones de terrorismo contra Cuba han muerto 3 478 cubanos y 2 099 sufren o han sufrido algún tipo de discapacidad.
Dicen que José Saramago coleccionaba relojes y cuando su esposa murió los detuvo a las 4:00 p.m. A esa hora se habían conocido. Con esos 3 478 cubanos se han quedado detenidos miles de relojes que han dado las 11:00, las 12:00 y las 3:00 sin nadie que les diera cuerda. Fe del Valle no fue la única que incumplió su promesa. “A las once nos vemos…”.
* Las citas son de los escritores Waldo Leyva y Julio Girona, del libro Cicatrices en la memoria, que puede descargar aquí.
Vea además:
En video, Sabotaje a la tienda El Encanto