¿Cuánto lo conoció?, ¿cómo descubrió la mística que lo acompañaba?, ¿en qué momento se declaró su discípulo? Así, sereno y al mismo tiempo impetuoso, se sentó Apolo junto al ángel a quien debía descifrar; al hombre cuyo espíritu paradigmático sobrevolaba el convulso presente de la década en que era rescatado del polvo y la epidermis, allá por el siglo XX; a quien había sido llamado Apóstol. La vida intensa y corta de Julio Antonio Mella nos lleva de la mano por la espiritualidad y el sacrificio desgarrador, ese que lo hizo mantenerse firme en la defensa del ideal revolucionario, de una existencia plena de virtud, de nuestro José Martí.
Y es que Julio Antonio era sencillamente martiano, comprendió que vivir martianamente era un desafío y lo asumió. Esa fue su elección, la de un joven marcado por una fuerza natural todavía hoy indescriptible, la de un estudiante universitario que, en sus momentos de filosofía, meditaba en cómo sería ser como Martí y pensaba, a su vez, en cómo dotarlo de vida más allá de su inexistencia física. Mella era martiano, pocos lo fueron o lo son tanto como él. Fue de los primeros en descubrir la utilidad de la martianidad y como valioso tesoro, se sirvió de ella para hacer su hermosa y auténtica obra.
Su autenticidad lo dota de unas cualidades excepcionales; así es la vida de Mella, agitada por cuanto era poco el tiempo que creía tener, y auténtica, porque su presencia era genuina y estaba probada su condición humana con un sello distintivo: la del Ángel Rebelde. De Martí heredó esa naturaleza humana que lo elevó, en pocos años, a una categoría superior del hombre en la tierra; el hombre nuevo, ese al que nos convidara el Che Guevara tiempo después, el de las fuerzas morales como aprendimos de José Ingenieros, el paradigma de tantas generaciones de jóvenes que lo sentimos muy cerca por su carácter, inteligencia y espíritu creador.
¿Cuánto hay de Martí en Mella? Un carácter entero basado en la eticidad, la cuestión moral que regía su comportamiento, la decencia del buen ciudadano, que asume una conducta moralmente superior en una sociedad que era preciso transformar, que demandaba en sí misma una revolución. Y he ahí el carácter revolucionario de ambos. Mella sentó las bases, desde la profunda raíz martiana, de la revolución socialista en Cuba, fundador del marxismo latinoamericano, original, enemigo de los cánones trillados, de una dogmática que nos era ajena en la tierra nuestroamericana.
El pensar por sí, tener criterio y defenderlo, los une invariablemente. Ese es el Mella que nos pedía ser seres pensantes y no conducidos. El ensayo Nuestra América fue para este joven una revelación, cuánto habría leído las medulares palabras: “(…) Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”[1]
Mella tenía un pensamiento dialéctico y como Martí militaba por la justicia social. Como joven cubano y de la América nuestra, sintió las entrañas de Caliban, y se puso al lado de los pobres de la tierra. Como Martí, hizo esa elección, por eso anhelaba la verdadera independencia de la Patria, por eso luchó desde su colina universitaria, fundó el primer Partido Comunista de Cuba, la Liga Antimperialista de las Américas, la Universidad Popular José Martí y la heroica Federación Estudiantil Universitaria. Fue Mella un fundador, lo aprendió de Martí, al calor de las ideas, de ese hervidero de ideas que forja a los revolucionarios y los define cual artista que esculpe la escultura de la dignidad.
Trabajar con sus propias manos y respetar los derechos de los demás, fueron rasgos que Mella descubrió en la extraordinaria vida martiana; y es que nuestro Ángel Rebelde fue a las honduras del Maestro, no se quedó en la epidermis, no fue superficial ni repetitivo. Mella se propuso descubrir a Martí y fue su intención ayudar a que el héroe de Dos Ríos fuera conocido de verdad entre los cubanos. Con su palabra precisa y acorde con las exigencias del tiempo histórico, escribió aquellos apuntes que no quedaron en las cuartillas de un cuaderno, sino en el pensamiento y la acción de sucesivas generaciones hasta hoy. Son sus glosas al pensamiento martiano, profunda interpretación que hizo Mella de Martí, no acabada porque nos dejó un inmenso reto: continuar descifrando el misterio del programa ultra democrático del Partido Revolucionario Cubano creado por Martí.
Mella estaba convencido de la necesidad de que se escribiera un libro sobre José Martí, y quería hacerlo, pero no pudo; he ahí sus palabras donde se advierten cuánto hay de Martí en Mella:
“Hace mucho tiempo que llevo en el pensamiento un libro sobre José Martí, libro que anhelaría poner en letras de imprenta. Puedo decir que ya está ese libro en mi memoria. Tanto lo he pensado, tanto lo he amado, que me parece un viejo libro leído en la adolescencia. Dos cosas han impedido realizar el ensueño. Primero: la falta de tiempo para las cosas del pensamiento. Se vive una época que hace considerar que todo el tiempo es corto para HACER (…) Segunda razón: tengo temores de no hacer lo que la memoria del Apóstol y la necesidad imponen. Bien lejos de todo patriotismo, cuando hablo de José Martí, siento la misma emoción, el mismo temor, que se siente ante las cosas sobrenaturales…”[2]
Y ese acto continuo de descifrar el misterio del programa ultra democrático del Partido Revolucionario Cubano, nos hace pensar en la conciencia original y auténtica que forjamos desde los momentos fundacionales de nuestra nacionalidad. Es el espíritu propio de los cubanos, de resistencia y eticidad. La justicia como sol del mundo moral y una cultura moralmente superior al capitalismo, entroncada en el pensamiento martiano y en las ideas marxistas. Julio Antonio Mella es hijo de esta tradición y portador de una cosmovisión capaz de unir, por el bien de Cuba, el pensamiento martiano y las ideas del socialismo. Mella revisitó el pensamiento martiano y lo asimiló críticamente, desde un enfoque marxista.
Las vidas de José Martí y Julio Antonio Mella están conectadas por enlaces perpetuos e invisibles. Desde temprana edad se opusieron a la explotación, sintieron la injusticia cometida contra otros como si fuera con ellos, padecieron los horrores de la prisión, compartieron semejante dolor infinito, el más desgarrador, el más terrible. En diferentes circunstancias históricas en que cada uno vivió, los une la lucha por el bien de la patria, por eliminar el estado deplorable de la sociedad cubana, por pensar un futuro para Cuba, libre de oprobio y humillación. Se identificó Mella con nuestro Martí, fue a su encuentro épico cual hijo que sigue los pasos de su padre, que quiere conocerlo y preguntarle tantas cosas que necesita saber para superarse desde la creación. Sabía que correría peligro si elegía transitar por los caminos de Martí, pero asumió el riesgo y lo venció. Desentrañó el espíritu martiano y lo hizo parte de su vida y obra, era como el Martí de los años 20 del pasado siglo. Ya no estaba ni olvidado ni muerto el Apóstol. Lo podíamos encontrar en Mella y en una generación que despertó a los dormidos y que entregó la sabia de Martí a aquella otra que en el año de su centenario tocó el cielo de la libertad.