Es casi mediodía y desde el Parque Central parece que el sol no saldrá. Señorea el gris y los charcos en el asfalto remiten inevitablemente a la nostalgia. Pero este domingo lluvioso no es cualquiera; las casas de campaña emergen del suelo como un tributo a Martí, que de frente las mira.
El color que le falta al día lo ponen los pañuelos rojos en los cuellos, en las manos, en los bolsos. Poco restaba para 48 horas de una sentada con la que mujeres y hombres, la mayoría de una plena juventud, querían desnudar la sucia guerra contra Cuba y hablar, cantar, actuar sobre los caminos para más socialismo, para más Revolución.
La iniciativa, popular y diversa en su convocatoria y aceptación, invitaba este 14 de noviembre a un concierto del trovador Tony Ávila. La llovizna pertinaz obligó a buscar refugio en los portales del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Hasta allí, cuando ya se coreaban las canciones, llegó el Primer Secretario del Comité Central del Partido, el Presidente de la República, el cubano Miguel Díaz-Canel, y se sentó en el piso, junto a esas muchachas y muchachos a quienes los une la misma sencillez de pueblo y el mismo sentimiento de bronca ante lo mal hecho y de amor por la Isla y lo real maravilloso que la habita.
Díaz-Canel, luego de finalizado el concierto, dijo unas palabras de apoyo y aliento para Los pañuelos rojos, y en el aire quedó la gratitud que siempre deja un dirigente cuando es sincero, cuando se sabe servidor, parte de la gente, su igual.
La exaltación tras la marcha del Presidente no impidió que la obra Peregrino, de Teatro Adentro, apretara los pechos con la emoción que provoca el buen arte, ese que por naturaleza es revolucionario.
El cielo aún era una masa oscura e informe, cuando tras los aplausos, las banderas y las fotos, era ya hora de recoger el campamento, de decirle hasta pronto a Martí. La sentada llegaba a su fin, pero no se dejaba de hablar de Cuba, la siempreviva. Este domingo en el Parque Central no salió el sol, pero sí.