Los cubanos recuerdan este martes los aniversarios de los natalicios de Antonio Maceo (Santiago de Cuba, 1845) y de Ernesto Che Guevara (Rosario, Argentina, 1928) figuras que jugaron papeles decisivos en momentos de la historia de la isla.
El primero fue uno de los patriotas más venerados de las gestas independentistas del siglo XIX junto a José Martí y Máximo Gómez, mientras que el Che, como quedó identificado sencillamente en el argot popular, resultó uno de los líderes claves de la Revolución encabezada por Fidel Castro, al punto de llegar a ser considerado un cubano más.
Más allá de hazañas militares que atesora la historia, el pensamiento político de ambos mantiene plena vigencia en la Cuba actual e incluso trasciende los límites de la isla.
No por gusto Martí, ideólogo de la gesta libertaria de 1895 al referirse a quien también es conocido como el Titán de Bronce, aseguró que “hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene tanta fuerza en la mente como en el brazo”.
Como muestra de esa valía vale solo tener presente que ante la debacle que representó para la Cuba insurrecta la claudicación del Pacto del Zanjón, Maceo protagonizó la Protesta de Baraguá, que ratificó la intención de continuar la lucha y el rechazo a una paz sin independencia.
Y al igual que Martí, supo medir el peligro que para Cuba representaban Estados Unidos, la potencia imperial emergente que ya ponía en práctica la Doctrina Monroe y la política de la fruta madura.
Sobre ello aseguraba en 1896: “De España jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado, (…) Tampoco espero nada de lo americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”.
Del Che, más cercano en el tiempo, no solo queda la impronta de un guerrero que buscó esparcir la lucha revolucionaria y crear “dos, tres, muchos Vietnam”, y el ejemplo de un hombre que fue fiel a sus actos hasta las últimas consecuencias, sino un profundo legado político e ideológico con plena vigencia en la Cuba de hoy.
Vale la pena releer con detenimiento un texto antológico como “El socialismo y el hombre en Cuba”, carta enviada en marzo de 1965 a Carlos Quijano, entonces director del semanario uruguayo Marcha.
En ella el Ché reflexionó sobre lo insólito de hacer una revolución a 90 millas de Estados Unidos, sobre los desafíos de edificar una sociedad socialista en Cuba, las vías para superar el capitalismo no solo con un cambio de sistema, sino, sobre todo, con una profunda transformación ideológica para crear ese hombre “hombre nuevo”, aún en ciernes.
En ese sentido, insiste en el papel de la juventud como “arcilla fundamental” de ese nuevo mundo y la importancia de la educación no solo como fuente de conocimientos, sino como gestora de sentimientos y comportamientos que conduzcan a una nueva mentalidad más centrada en la convivencia colectiva que en el enriquecimiento personal como base de cualquier éxito.
No dejó tampoco fuera de sus reflexiones en ese texto, el lugar de los dirigentes y del líder en su condición de vanguardia y su interconexión imprescindible con el pueblo; el papel de la cultura y el arte, e incluso de los medios informativos.
Y aunque desde entonces ha transcurrido más de medio siglo y el mundo ha cambiado vertiginosamente, en muchos aspectos el pensamiento del Che resumido en El socialismo y el hombre en Cuba parece tener más vigencia hoy que entonces, como premonición de un mundo mejor que todavía puede ser posible.
Vale entonces, en días de aniversarios como hoy, rebuscar en la vigencia de ambos héroes en este presente cargado de retos, más allá de apologías y ofrendas en pedestales.