A su salida del Presidio Modelo en 1955, Fidel no encontró condiciones en el país para el despliegue de la lucha cívica. La dictadura imperante cerraba las puertas para el ejercicio de la oposición dentro del marco legal existente. Ante tales circunstancias, el líder del Movimiento Revolucionario 26 de Julio decidió partir hacia el exilio en México.
A la nación azteca llegó Fidel con el propósito de organizar un grupo expedicionario que desencadenara la lucha insurreccional en la Isla. En diálogo con las tradiciones legadas por la gesta mambisa y los turbulentos escenarios de la década crítica, apostó por la insurgencia de perfil guerrillero como objetivo a alcanzar.
Para lograr tal fin, las fuerzas del MR-26-7 nucleadas en México se consagraron a la recaudación de fondos para la compra de armas y avituallamientos, a la preparación militar de los combatientes que participarían en la empresa y a la búsqueda de la embarcación que debía garantizar el retorno a Cuba.
Los meses de exilio implicaron para Fidel y sus compañeros una etapa de combate político, pues tuvieron que enfrentar los intentos que se vertebraron en pos de desacreditarlos. Dentro de este período resultó especialmente riesgoso el episodio que llevó a un grupo de los futuros expedicionarios a prisión por el supuesto delito de contrabando.
A la necesidad de esclarecer la situación con las autoridades mexicanas se sumó el peligro de deportación que nacía de las presiones ejercidas por el gobierno de Batista. La acusación de comunistas funcionó como uno de los soportes que dio vida a la campaña que en tal sentido impulsó el tirano.
Dentro de la actividad desplegada en México por el MR-26-7 sobresalieron los contactos sostenidos con otras agrupaciones de la oposición antibatistiana. En dicha línea, destacaron los encuentros de Fidel con Flavio Bravo y Osvaldo Sánchez, ambos representantes del Partido Socialista Popular, y sobre todo la reunión celebrada –en agosto de 1956– con José Antonio Echeverría, máximo dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria y del Directorio Revolucionario. De esta última emergió la llamada Carta de México, documento de vocación unitaria que expresaba la intención de las dos principales organizaciones de proyección insurgente de converger en los esfuerzos contra la dictadura.
La preparación del operativo que condujo al desembarco del núcleo guerrillero se desarrolló en dos frentes. En Cuba combatientes de la clandestinidad encabezados por Frank País crearon las condiciones para el arribo de los expedicionarios y su internamiento en la Sierra Maestra. A su vez, Fidel –auxiliado por el mexicano Antonio del Conte Pontones, el “Cuate”, – aceleró las gestiones para la compra de la embarcación imprescindible para la materializar el proyecto en desarrollo.
Las dificultades enfrentadas en el proceso condicionaron la aceptación de la oferta de apoyo realizada por el expresidente Carlos Prío. Esta ayuda, materializada tras el encuentro de Fidel con el político auténtico en Estados Unidos, posibilitó en definitiva la adquisición del yate Granma.
El 25 de noviembre salió el grupo expedicionario rumbo a Cuba. Ochenta y dos hombres se abarrotaban en una embarcación de recreo concebida para muchos menos tripulantes. Las condiciones de la travesía fueron especialmente adversas y hubo que enfrentar tanto los malestares inherentes a los marinos inexpertos como la caída al agua de un combatiente, el cual resultó rescatado como muestra de la decisión de no abandonar a su suerte a ningún compañero.
El día 30 de noviembre los expedicionarios conocieron del alzamiento en Santiago de Cuba encabezado por Frank País, acción con la que debía articularse el desembarco aún no consumado. Finalmente, la llegada a la Isla se produjo el 2 de diciembre por Los Cayuelos, punto que distaba del lugar definido para el arribo. El traslado a tierra firme fue muy difícil por las complejas condiciones del terreno, realidad esta que deterioró aún más el estado de los expedicionarios. La marcha durante las primeras jornadas en Cuba resultó lenta y trabajosa a partir de la ausencia de vituallas, el asedio de la aviación de la tiranía y el cierre del cerco tendido por el Ejército.
El desastre sobrevino el día 5, cuando los expedicionarios sostuvieron su primer enfrentamiento con las tropas batistianas en Alegría de Pío. Este combate constituyó una costosa derrota que dispersó al grupo guerrillero y trajo consigo la captura y el asesinato de varios combatientes.
En pequeñas partidas, algunos de los que habían escapado de la cacería batistiana se encaminaron –como estaba planificado– hacia la Sierra Maestra, al tiempo que buscaban hacer contacto con otros combatientes. En este trance fueron auxiliados por campesinos como Guillermo García, “Mongo” García y Crecencio Pérez.
Este proceso vivió un hito el día 18 de diciembre, cuando el grupo encabezado por Fidel se reunió con la escuadra que comandaba Raúl. Unas jornadas más tarde se incorporó a la incipiente tropa Juan Almeida, al frente de otro pequeño grupo.
La rearticulación de la bisoña tropa rebelde, progresivamente fortalecida con la incorporación de campesinos, devino punto de partida para el despliegue de las primeras operaciones ofensivas, las cuales tuvieron lugar en enero de 1957. El camino hacia la conformación del Ejército Rebelde empezaba a modelarse.
La gesta del Granma destaca por derecho propio dentro de la epopeya libertaria de nuestro pueblo. Frente a gigantescos obstáculos, un grupo de hombres se erigió como paladín de la apuesta por una Cuba mejor. Arriesgaron y dieron su vida por un sueño, por un ideal. Estuvieron a la altura de la encrucijada por ellos mismos definida: libres o mártires. Cumplieron, sin duda alguna, con la palabra empeñada.
En video, la Guerra Necesaria