Es ante todo historia y al mismo tiempo leyenda: el 8 de enero de 1959 arribó a La Habana la Caravana de la Libertad encabezada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, al frente de las fuerzas del Ejército Rebelde y otras organizaciones de combate, proveniente del Oriente, que habían partido de Santiago de Cuba y en un recorrido de más de mil kilómetros ratificaban y festejaban el triunfo de la Revolución, proclamado el primer día del año.
Fue apoteósico el recibimiento al joven líder, un abogado a quien muchos naturales de la ciudad conocieron como estudiante destacado del Colegio de Belén y activo revolucionario en la Universidad de La Habana, cuya lucha y dirección había sido fundamental para poner punto final a la ignominia de la dictadura batistiana.
El poder ver y tocar con las manos a los míticos barbudos y hasta melenudos de la Sierra Maestra, protagonistas principales de la gesta, provocaba un entusiasmo inenarrable, materializado en abrazos entrañables, cargadas al hombro, flores y gestos hospitalarios y de agradecimiento, según testigos presenciales de aquellos sucesos.
Se reproducía en el gran escenario de la urbe lo ocurrido en el resto de las ciudades, poblados y caminos del territorio nacional por donde pasó la histórica Caravana de gloriosos soldados del pueblo.
Entre vítores y agradecimientos, había también cantos y lágrimas de alegría y sentimiento en recuerdo a todos los caídos en el camino por la conquista de la justicia, la libertad y la soberanía.
Acompañado por una muchedumbre que contaba, entre otros, con unos tres mil guajiros reyoyos de todo el país, muy fogueados en los combates, Fidel entró a la capital por la popular barriada del Cotorro, donde lo esperaba con sus fuerzas el Comandante Juan Almeida. Con ellos siguió avanzando hasta la famosa Virgen del Camino.
Cerca de la estatua de la Santa se les incorporó Camilo Cienfuegos, quien al igual que el Che Guevara había adelantado su entrada a La Habana, por órdenes de Fidel, apenas sacudiéndose ambos los restos de polvo y metralla de las famosas Batallas de Yaguajay y Santa Clara, colofón de la ofensiva final de Oriente a Occidente.
Siempre se dirá con razón que aquel 8 de enero los habaneros bailaban, reían y lloraban en las calles de pura emoción y alegría, junto con sus compatriotas del archipiélago.
Fidel no pudo evitar salir de la Caravana momentáneamente y subir al yate Granma, cuando este apareció atado a un muelle durante el recorrido, una sorpresa preparada por Camilo horas antes, pues la embarcación había sido utilizada por la marina batistiana para rendir servicio en Isla de Pinos. La conmoción por esa parada fue enorme.
Sin embargo las emociones llegaron al clímax en horas de la noche ante el discurso agudo pronunciado por el líder hasta entrada la madrugada del día 9 de enero, en el sitio donde estuviera el antiguo Campamento Militar de Columbia, cuyos muros derribara el Señor de la Vanguardia para convertirlo después en Ciudad Escolar Libertad.
Y con su pensamiento previsor, en su perenne viaje al futuro, dijo:" Aquí estamos en la capital, aquí estamos en Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas.
“Mientras el pueblo reía hoy, mientras el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba".
Antes, en Santiago había afirmado resueltamente que esta iba ser la verdadera Revolución Cubana, la de los padres fundadores, la de José Martí y tantos héroes genuinos y mártires, sin entreguistas, oportunistas, ladrones ni vendidos.
En La Habana alertó acerca de lo mucho que restaba por hacer y sobre lo cierto de que, lo más difícil, seguramente estaría por venir.
Los cubanos han confirmado cuánta razón tenía ese luchador incansable y con él juramentaron seguirlo en el mundo que estaba por venir, por difícil y peligroso que fuera el camino.
El pueblo confió desde el principio. Sabía que sería cierta su promesa de cambios y el mundo de equidad, justicia social, libertad y soberanía por el que habían muerto más de una vez miles de sus compatriotas. En La Habana se afianzó la luz verde dada a la Revolución en aquellos días volcánicos y forjadores.
Sin mucha dilación, el Gobierno Revolucionario emprendió las transformaciones urgentes que Cuba necesitaba para crear la república soñada por José Martí, con todos y para el bien de todos.
La Reforma General de la Enseñanza que comenzó a llenar de escuelas y maestros a todo el territorio nacional con la instauración de la enseñanza gratuita y obligatoria, la Reforma Agraria, el acceso a la salud pública para todos, la epopéyica Campaña de Alfabetización, la promoción del arte y la cultura, la ciencia y la técnica, la lucha por la igualdad de la mujer, y los programas de desarrollo económico fueron procesos que siguieron a la entrada de la Caravana a La Habana.
Eso y un mundo de logros y avances más, a pesar de sortear tiempos duros y difíciles. Nada ha sido ficción, Cuba toda lo sabe y por eso resiste, trabaja y avanza.