Julio Antonio Mella llevó una vida intensa, intensísima, que se extinguió con solo 25 años. Cuanto hizo en el plano estudiantil, en el revolucionario, en el político, dejó una huella profunda de admiración más allá de credos e ideologías.
En Cuba y especialmente en México, donde ocurrió su asesinato el 10 de enero de 1929, perviven criterios encontrados acerca de los hechos, dudas, misterios que con el tiempo cada día menos probables son de esclarecer, pero que dan vida a la leyenda.
Intereses políticos de derecha (participación de Gerardo Machado en el crimen mediante sicarios a sueldo) y de izquierda (comunistas mexicanos de filiación estalinista), inculpados ambos, avientan una eterna llama que, ciertamente, ilumina la personalidad de Mella.
Atractivo, deportista, buen redactor, de pensamiento lúcido e indócil, con criterio propio que puede ser “incómodo”, decidido y valiente, son calificativos que lo encuadran. Mella fue comunista, diríase que el comunista más sonado y seguido de la década del veinte en Cuba.
Y como Mella nunca dejó de ser noticia, aún después de muerto siguió siéndolo. Se cumplen ahora noventa años del arribo a La Habana de sus cenizas, traídas por Juan Marinello, a quien se encomendó dicha misión. Fue aquel un suceso memorable, y para contarlo transcribimos lo que publicó la revista Carteles:
“El entierro del líder revolucionario Julio Antonio Mella –asesinado por los esbirros de Machado en México- fue dispuesto por sus compañeros del Ala Izquierda Estudiantil para las dos de la tarde del 29 de septiembre (de 1933), partiendo la comitiva fúnebre desde la antigua residencia del señor W.
Fernández, en Reina y Escobar. Las cenizas de Mella debían depositarse en la base de un obelisco erigido precipitadamente en la Plaza de la Fraternidad. Para el entierro se había solicitado y obtenido previamente el asentimiento del gobierno.
Minutos antes de las dos de la tarde fuerzas del Ejército ocuparon la Plaza de la Fraternidad y comenzaron a destruir el obelisco. Simultáneamente se produjeron en Reina y Escobar, en Monte y Belascoaín, y en otros lugares de La Habana, tiroteos que provocaron gran desorden y causaron numerosas víctimas, entre ellas un niño pionero muerto de un balazo.
Las banderas rojas arrebatadas a los concurrentes al sepelio fueron amontonadas e incendiadas frente al edificio del Diario de la Marina”.
Hasta aquí la cita. El pionero muerto fue Francisco Paquito González Cueto, de trece años de edad.
En un soneto que Pablo de la Torriente Brau dedica a Mella escribió:
“Tu obra a su tiempo será cierta
las puertas del futuro están ya abiertas”.