Más de cien páginas de datos, estadísticas y reflexiones pusieron freno al impulso original tras las Letras de Género de hoy. Cuba acaba de presentar un nuevo informe voluntario sobre la implementación de la Agenda 2030 y, en consecuencia, asomarse al estado de cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 5, dedicado a la igualdad de género, parecía buen pretexto para una nueva columna. Sin embargo, el análisis de género a partir de un documento que tiene mucha tela para cortar trasciende los estancos entre ODS y confirma la necesidad de miradas integrales.
Considerados hoja de ruta de Naciones Unidas en el camino hacia una propuesta de desarrollo sostenible para el planeta, los ODS fueron aprobados en 2015 por 193 países. Desde entonces se han posicionado, progresivamente, como estrategia global para el desarrollo económico, la inclusión social y la sostenibilidad ambiental. El proceso de articulación, monitoreo y evaluación de estos 17 objetivos y 164 metas transcurre actualmente de acuerdo con los contextos diversos de cada región y país.
Una deuda en este camino, reconocida en muchos espacios académicos, políticos y gubernamentales, ha sido cómo transversalizar los ODS en programas y políticas públicas, de manera que se conviertan realmente en herramienta para la participación de la ciudadanía en la construcción del desarrollo; sobre todo de ese que debe gestarse a nivel comunitario, en territorios y localidades concretas.
Algunos elementos concretos conspiran contra esta apropiación social de la Agenda 2030. En primer lugar, se trata de una propuesta compleja por los muchos y diversos temas que se enlazan y tejen entre sí. Y también por las incertidumbres que se han generado en torno a su seguimiento y monitoreo. Si no se analizan como un todo, en sinergia, se hace más difícil comprender, por ejemplo, cómo la lucha contra el cambio climático puede ayudar a alcanzar mejor estado de salud para las personas. O que una educación universal garantizaría menos desigualdades económicas y de género.
El propio informe cubano reconoce como desafío la necesidad de “un enfoque que evidencie las interconexiones y articulaciones existentes entre los diferentes ODS –que se han hecho más evidentes y necesarias en la actual situación de pandemia– y la transversalidad en el abordaje de las temáticas de género, territorios, juventud, grupos vulnerables, etc”.
Y si reconocerlo es sin dudas un gran primer paso, una lectura detenida al texto revela que ya hay algunos pasos ganados en ese empeño.
Conducida por el Grupo Nacional para la Implementación de la Agenda 2030, un mecanismo institucional para el seguimiento de los ODS en el país, la elaboración del informe integró la labor de múltiples actores en una apretada síntesis de logros y retos. Cuatro principios, parte esencial del empeño cubano desde hace más de medio siglo, quedan confirmados tras muchos números y análisis: este país antillano destaca por el acceso universal a la salud, la educación, la cultura, la justicia y la seguridad social.
Y también por la solidaridad pronta para cualquiera que necesite ayuda. En paralelo, igual pueden documentarse esfuerzos dirigidos al fortalecimiento de la dimensión ambiental del desarrollo sostenible, con la implementación de la Tarea Vida y la prioridad que se otorga a la reducción de riesgos de desastres. Son apenas algunos ejemplos.
En materia de género, el propio texto reconoce la interconexión entre los diferentes retos de la agenda y la necesidad de verla desde “arriba”, no segmentada. Además del reporte del cumplimiento del ODS 5, que recoge muchos de los temas a los que ha mirado con lupa esta columna en los últimos meses, letra a letra pueden rastrearse otros avances y también algunas ausencias. La propuesta de nuestras Letras…, entonces, es ir recorriendo el texto, en ediciones varias, y transitando del dato a la reflexión, de las cifras a sus múltiples lecturas. La primera parada tiene que ver con las aulas.
Educación: decodificar el acceso
El gráfico lo deja bien claro. La educación general en Cuba es pareja para niñas y niños, muchachas y muchachos, hasta terminar secundaria básica. Justo el tramo docente que resulta obligatorio por ley. A partir de ahí, los números no son tan parejos.
“Las mujeres son mayoritarias en el preuniversitario y la educación terciaria, como resultado de la expansión de las redes de enseñanza y de un cambio cultural y de mentalidad en cuanto a la participación de la mujer en la sociedad”. Sin dudas, una excelente noticia.
Sin embargo, otras barras del gráfico apuntan a que los hombres abundan en la enseñanza técnica profesional y entre quienes se preparan en oficios diversos (obrero calificado). Datos de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (ENIG-2016), divulgados en el propio documento explican cómo existen aun labores como la plomería, la albañilería o la mecánica –por solo citar algunas- consideradas por más de la mitad de la población encuestada como no adecuadas para las mujeres, un criterio que sostiene la división sexual del trabajo en no pocos sectores. Basta cruzar los datos para encontrar las brechas.
Si ponemos la lupa sobre otras cifras, el 72 por ciento de quienes enseñan frente a las aulas son mujeres. Y en la educación superior, ellas no solo son mayoría entre el estudiantado de pregrado; también constituyen el 63 por ciento de quienes cursan el sistema de posgrado y representan el 61 por ciento de las personas empleadas y el 59,1 por ciento de los claustros docentes.
En ese camino, especialistas como la doctora Dayma Echevarría, del Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC) han documentado que las mujeres cubanas experimentan los mayores desajustes entre formación y empleo pues, aunque presentan cifras similares –y superiores- a las de los hombres en cuanto a total de graduadas de la educación superior, este proceso no produce directamente un aumento de su tasa de actividad económica.
La configuración del mercado laboral –hacia los oficios y hacia sectores de alta productividad–, no ofrece muchas oportunidades para ellas pues, por ejemplo, aunque son mayoría en las universidades, continúan graduándose menos de carreras técnicas, en buena parte por ese mismo estereotipo asociado a la división sexual del trabajo presente en la sociedad cubana.
Mirando el dato desde otro punto de partida, una interrogante abre el camino a otras reflexiones: ¿hasta dónde estas diferencias pueden también explicar, al menos parcialmente ese proceso de tránsito en las relaciones sociales que otra experta, la doctora Marta Núñez, puso también bajo su lupa de género: los hombres cubanos buscan a una mujer que ya no existe y las mujeres, a un hombre que aún no existe?