Son muchas las razones que hacen que los pueblos se conviertan en protagonistas de su propio destino, pero la mayor de todas casi siempre tiene que ver con el principio de sacudirse la ignominia, desterrar a quienes hayan pretendido robarle su dignidad y su orgullo, y sacudirle a la madre patria las manchas de los vejámenes de aquellos que pretendieron servirse de ella como pedestal, para alzarse desde poderes ilegítimos.
A tiempo y sin miramientos ni vuelta atrás, entendieron esas verdades los cubanos, y con toda la fuerza que dan el patriotismo, los sueños de libertad y la voluntad de hacer camino, machete en mano, quitando de en medio la maleza, trajeron a esta tierra la independencia definitiva.
Pero el pueblo que lucha por su propia dignidad también es dueño irrevocable de su presente y futuro, y solo pone su confianza y respeto en los hombros de aquellos cuyos valores humanos y morales estén a la altura de tan alta investidura.
Por eso esta Revolución, popular desde su esencia, necesitaba barrer la historia triste de campañas viciadas y elecciones fraudulentas, en las cuales el poder y el dinero ocupaban siempre el primer plano y denigraban todo lo que oliera a integridad.
No es casual entonces que nuestros enemigos detracten el sistema electoral que escogimos, porque no entienden el significado de democracia participativa, porque el voto popular les es ajeno, porque no conciben una elección por principios y valores, sin campañas estruendosas de por medio.
Pero nosotros, nosotros ya elegimos, hace mucho, y elegimos mucho más que un delegado, elegimos mucho más que un diputado, elegimos mucho más que un presidente. Nosotros elegimos un sistema, una manera alternativa de vivir, amar y construir. Nosotros elegimos un país, el que queremos, el que soñamos, y el que mañana 27 renovará, con su pueblo, desde las urnas, toda la esperanza y las fuerzas para seguir haciendo historia.