La caballerosidad es un «valor» en discusión en estos tiempos. Unos se quejan de que se ha perdido, otros lo miramos con recelo y, en todo caso, apostamos por cambiarle ciertos códigos, para borrarle la cuota de sexismo y machismo que esconde. Sin embargo, una no deja de preguntarse: ¿será posible?
Le pedimos su opinión a Yadán Figueroa Felipe, un hombre que estudió Ingeniería Agrónoma, actualmente trabaja en el Centro Memorial Martin Luther King y, además, se ha formado e informado en cuestiones de género y masculinidad.
—Dice la Real Academia de la Lengua Española que caballeroso es «Propio de un caballero, por su gentileza, desprendimiento, cortesía, nobleza de ánimo u otras cualidades semejantes»; entonces, dime tú: ¿te consideras un hombre caballeroso?
—Es muy difícil valorarse a sí mismo; de hecho, es de los ejercicios que más nos cuesta realizar en espacios de construcción colectiva en los que hemos participado, pero intentando responder la pregunta, te diría que siempre trato de cultivar esas cualidades humanas, entendiendo que no son exclusivas de los hombres, aunque, en lo personal, prefiero utilizar otros términos más amplios e inclusivos que la caballerosidad: solidaridad, empatía, afectos, etc.
—¿Cuánto hay de sexismo en la manera tradicional de asumir este concepto?
—El origen del término habla por sí solo. La figura del caballero se atribuye a hombres medievales vestidos con armadura y espada sobre caballos, que rescatan princesas o matan dragones. Esto quiere decir que la práctica se asocia, principalmente, a hombres, por su condición de fortaleza, seguridad, y rol de protectores, asignados tradicionalmente. La caballerosidad se proyecta, mayoritariamente, hacia el sexo femenino y grupos etarios como ancianas, ancianos, niñas, niños, etc., y en una sola dirección, o sea, los hombres no somos receptores o beneficiarios de esa caballerosidad.
«Dicho esto, considero que la caballerosidad, asumida como una forma condescendiente y subjetivamente positiva hacia las mujeres, puede reforzar las desigualdades de género, y también constituir una forma de prejuicio, exclusión y dominación hegemónica».
—¿Se puede ser caballeroso sin que eso enmascare cierto machismo?
—Yo creo que sí, pero para eso debemos desmontarnos del caballo para estar todos y todas al mismo nivel, dejar a un lado la armadura y la espada reconociendo que no somos más fuertes y que, además de dar, también necesitamos de afectos, solidaridad y empatía, venga de donde venga.
—¿Es posible la caballerosidad entre hombres?
—Por supuesto, aunque aquí también nos encontramos con manifestaciones de discriminación, a veces más visibles. Es más difícil ver demostraciones de afectos, asistencia, empatía entre hombres con diferentes orientaciones sexuales o identidades de género.
«También podemos tener interpretaciones erróneas sobre la caballerosidad entre hombres, por ejemplo, cuando vamos por la calle y pedimos permiso a un hombre para conversar con su pareja, preguntar la hora, etc., invisibilizando completamente a la mujer como si fuera una mascota o un objeto».
—¿Cómo entender este valor a la luz de masculinidades más liberadas o desprejuiciadas?
—Yo no le temo al uso de la palabra, siempre que se asuma como un valor, se deconstruyan estereotipos alrededor de ella, y pueda ser practicada y disfrutada por todas las personas. Para que esto suceda, tanto hombres como mujeres debemos resignificar palabras, despojarnos de prejuicios y construcciones culturales patriarcales discriminatorias, incluyendo a la Real Academia de la Lengua Española, creada y perpetuada, generalmente, por hombres, y, en ocasiones, puede ser machista.