La carretera entre Las Tunas y Bayamo ofrece el primer testimonio de la magnitud del desastre. Tramos cercanos a Jucarito, Vado del Yeso, Grito de Yara y, sobre todo, Miradero, al este del puente sobre el río Cauto, literalmente desaparecieron. Solo la potencia de los camiones que transportan los anfibios de las Fuerzas Armadas logra mantener nuestro avance.

Salirse de la estela de las rastras significa perderse entre las aguas turbias, como comprueban los tripulantes del jeep de nuestra caravana. Solo la sangre fría del conductor previene lo peor, mientras el WAZ verde olivo de la Región Militar de Las Tunas ruge, soltando primero humo negro y luego blanco. Desde nuestra cabina, el joven teniente mira a los dos soldados y les advierte: “¡Prepárense porque habrá que tirarse al agua!”. Pero esta vez, solo es un susto.

Sobre el viaducto del mayor río de Cuba espera el primer coronel Elio Barrera Garcell. Él es categórico ante la tropa formada: “¡Esto está guapo!”. Su orden es directa: llegar hasta la cabecera municipal con los tres transportadores anfibios, ponerse a disposición del Consejo de Defensa local y rescatar a quien sea necesario. “¡Sin temeridades! Hay que salvar todas las vidas”, aclara.

El Jefe de la Región Militar de Las Tunas, había llegado hasta ese punto de la carretera en la mañana de ese mismo viernes 31 de octubre. Solo entonces tuvo una noción directa de lo ocurrido en la zona; así que contactó con la Jefatura del Ejército Oriental, que inmediatamente puso en el aire varios helicópteros que iniciaron los primeros rescates en los sitios más peligrosos.

Más al sur, en Guamo, durante la noche del jueves 30 de octubre y la madrugada del viernes 31, ya había comenzado a evacuarse vía férrea a las primeras mil 300 personas hacia los municipios tuneros de Jobabo, Colombia y la cabecera provincial; en lo que apenas era la oleada inicial.

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

En Miradero, a un costado del puente, Armando Domínguez Rivera, trabajador de la Empresa Eléctrica e integrante del Consejo de Defensa de zona, aporta detalles. “Desde la noche del martes comenzaron a subir las aguas poco a poco”, dice. “Sabíamos que el huracán Melissa traerá abundantes precipitaciones”, acota. Sin embargo, “llegó un momento en que tuvimos que subirnos a los techos. ¿Mi casa? No sé. Mi gente está bien, pero hasta que no bajen las aguas no sabré qué quedó de la casa”.

En Cauto del Embarcadero y luego en Cayamas, el espectáculo resulta desolador. Las aguas parecen no tener fin. Sin respetar patios, plazas, parques o calles, marcan su nivel rozando los techos, sea cual sea la construcción.

Quienes quedan para cuidar sus pertenencias en estos asentamientos semivacíos improvisan tiendas de campaña en una particular armonía con cerdos, gallinas y mascotas. Otros optaron por irse, pero antes cubrieron con lonas impermeables sus bienes más preciados. Desde arriba vemos el primer helicóptero y dos avionetas.

En Melones, encontramos a ganaderos que pernoctan sobre la carretera. Con su refugio artesanal montado, en una olla hierven un carnero para la cena. No pierden de vista a vacas, caballos y demás animales acomodados como pueden a lo largo de los tramos secos de la vía.

Frente al pánico, ellas ponen la acción

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

El poblado de Río Cauto recibe a nuestra caravana con una inicial sensación de alivio. Un hombre de unos 50 años, canoso, delgado y en pantalones cortos, detiene su marcha con el agua a la altura de las rodillas. Sin pensarlo, lanza una bolsa de tostadas de pan a la tripulación. Desde azoteas y balcones, otros sonríen y saludan. A pesar de los tres días sin electricidad, mantienen con vida los teléfonos móviles que graban nuestra entrada.

Tres cuadras después, en el lugar que los locales llaman El Paseo, el ambiente es totalmente diferente. Hay temor y hasta pánico en los rostros. Aquí, el ruido de los vehículos confirma el infundado rumor de que un golpe de agua arrasará con todo. No hay abrazos ni sonrisas, sino el llanto de una joven delgada que cree que ella y su hija corren riesgo, o las múltiples preguntas de quienes hasta ahora han permanecido a salvo en una escuela primaria y que temen por lo peor.

En el puesto de dirección están Sadia Reyes Nápoles y Dailín Cox Pajaró, presidenta y vicepresidenta, respectivamente, del Consejo de Defensa Municipal. No hay tiempo para formalidades. Ambas se multiplican contrarrestando la noticia falsa que intranquiliza a la población.

Mirando a los ojos a la gente y hablando claro, Dailín encara a una señora asustada que cree estar viviendo sus últimas horas. “Tú me conoces, sabes que te digo la verdad”, le afirma tras asegurarle que los embalses de la provincia están en perfecto estado. Su existencia mitiga los efectos de las lluvias; de lo contrario, la calamidad sería como la del huracán Flora, concluye.

Sadia y Dailín tienen que crecerse de nuevo, como ya lo hicieron más de una vez en los últimos tres años. La primera en la dirección del Partido y la segunda, desde la Asamblea Municipal de Poder Popular, trabajan en equipo e interpretan sus respectivos estados de ánimo con la mirada. Ambas confirman que estas son las horas más duras en su liderazgo, por una tensión colectiva que nunca han experimentado.

Río Cauto, explica Sadia, es un municipio policéntrico. Su demografía reparte a sus habitantes casi a partes iguales entre varios centros urbanos. En cada uno se crearon infraestructuras propias que disminuyen la dependencia de un único núcleo, lo que se expresa al activar cada zona de defensa para asegurar los servicios básicos.

Un golpe seco sobre el agua en la calle inundada detiene el diálogo en la oscuridad. Un poste telefónico cedió ante la humedad. Los cables de electricidad chocan entre sí. Una voz femenina grita por una adolescente que camina cerca. “¡Está aquí!”, responde alguien, encendiendo una linterna.

“Hay quien dice que nuestro municipio es como un plato llano porque todas las aguas vienen a dar aquí”, continúa Sadia, pasado el susto. Con cada evento climatológico, toca evacuar numerosas zonas. Son 33 barrios vulnerables, precisa. “Cuando la tormenta tropical Noel, tuvimos que evacuar a gran parte del municipio; pero quizás solo lo del Flora supera lo ocurrido esta vez”.

Rescates

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

El sol se va y en el puesto de dirección, ahora fortalecido con la llegada de la Jefatura de la Región Militar tunera, siguen tomándose decisiones.

Inmediatamente salen dos de los anfibios. Son colosos metálicos, ruidosos y toscos. Rompen el fango y surcan las aguas con aparente facilidad. Aunque les cuesta dar el primer paso, una vez lograda la marcha, parecen indetenibles. Su medio son las aguas tranquilas, en su lomo, rescatistas, sogas y botes salvavidas se acomodan haciendo espacio que luego ocuparán aquellos que están en peligro. Solo uno puede regresar, no sin verse en el riesgo de ser arrastrado por las corrientes de calles convertidas en canales. El otro se ve obligado a pernoctar en un recodo citadino inundado.

Al filo de las 8:00 de la noche llega para asumir el mando de las operaciones, el general de brigada Hatuey Ill Cuevas. Revisa la pizarra con los sitios más urgentes y la cantidad de personas. Él logró hacer nuestro mismo trayecto desde Cauto Embarcadero, pero sobre un camión Ural de doble tracción, acompañado por oficiales de la Región Militar de Granma y del Ministerio del Interior, así como rescatistas especializados.

Su éxito trae implícita la noticia de que la fuerza de la corriente ha disminuido, por lo que con el alba y mediante otros vehículos similares, podría añadirse otra vía de evacuación hacia Bayamo.

“El tren con los evacuados que parten de Guamo hacia Las Tunas está detenido. Un desperfecto técnico en la locomotora y el agua cubriendo las vías muy cerca de Guamo Embarcadero”, informan. El convoy ferroviario entonces tiene que dividirse en dos partes, priorizando a mujeres, niños, niñas, adultos mayores y personas con discapacidad.

El resto pasa la noche en el policlínico Camilo Cienfuegos y en la terminal de trenes de esa localidad. La vía terrestre es más larga y tortuosa para un intento de evacuacion así que la estrategia es esta: El domingo, en un pequeño vehículo de los reparadores de la vía, los pobladores serán trasladados hasta donde la línea está cortada por las corrientes de agua. Mientras estas “chispas” hacen lo suyo; botes los irán moviendo hasta la base de bombeo La Torre. De ahí, los ferrobuses (carahatas) llegados desde varios municipios del sur tunero los trasladarán hasta donde los espera un coche motor en los que finalmente arribarán a Jobabo. Allí, serán recibidos por las principales autoridades que coordinarán su traslado a centros de evacuación dentro de la provincia de Las Tunas.

“¡Un Willys se perdió en el agua!”, avisan desde Miradero. El conductor, un hombre mayor de Las Tunas, saltó a tiempo y alcanzó las ramas de un árbol. Se dan indicaciones para su rescate al alba. La tarea se cumpliría justo ante la desesperación de su hija que había llegado desde la capital tunera, angustiada por la ausencia de su progenitor.

“¡Un Dong Feng en el agua del Cauto, en el mismo sitio!”. ¿y los oficiales y rescatistas? “Saltaron a tiempo y están a salvo, comunican. ¿el camión? Tocará esperar a que bajen las aguas para saber de su suerte.

Estos momentos de tensión dejan poco espacio para el descanso. Quienes lideran las acciones son los últimos en pegar los ojos. El sueño transitorio llega en una oficina repartida entre butacas, sofá y piso. El sonido de un pequeño generador eléctrico arrulla el breve descanso. Junto a los enchufes se agolpan móviles, linternas y baterías, sea de un general, un trabajador o la señora que cocina.

Helicópteros, camiones y botes

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

El sábado 1 de noviembre amanece con este diálogo:

- “¿Ya está lista para trasladarse la niña?”, pregunta el general Hatuey.

- “Lista, me confirman desde el policlínico”, responde Sadia.

- “¿Dónde puede llegar el helicóptero, en el terreno de pelota donde aterrizó ayer?”.

- “Eso está inundado ya. Hay que hacerlo en la plaza”, aclara Dailín.

- “Entonces –indica el General– que los compañeros de la PNR vayan despejando el lugar de vehículos y hagan un cordón”.

Así, bajo un cielo encapotado, la explanada se declara zona de aterrizaje. La aeronave se posaría exitosamente dos veces más para trasladar a ancianos y embarazadas a centros hospitalarios, trayendo insumos médicos y combustible.

Pasado el rugir matutino del helicóptero, se sucede otra tormenta, esta vez frente a la desinformación. Los representantes de las FAR y el dúo Sadia-Dailín son categóricos: “No hay peligro con las presas; en el transcurso del día llegarán los camiones y continuaremos las evacuaciones”.

Mientras el sol aparece entre las nubes, los anfibios de las FAR navegan por las calles desiertas del barrio Trinidad. Los Mangos y el 21 son sus destinos, mientras los helicópteros llegan hasta Grito de Yara y Cabezadas.

A su regreso, los anfibios se acomodan en una calle principal que respira mejor mirando a la caravana de camiones militares. Con ellos vienen el General de Cuerpo de Ejército Roberto Legrá Sotolongo, viceministro primero y jefe del Estado Mayor General de las FAR, y el jefe del Ejército Oriental, General de División Eugenio Armando Rabilero Aguilera. Se unen otras fuerzas y botes del Ministerio del Interior. “Al llamado que se hace a la provincia, nosotros reaccionamos positivamente y aquí estamos y estaremos hasta que lo necesite la provincia de Granma”, dice el teniente coronel Gómez Acosta al mando de los rescatistas del Cuerpo de Bomberos de Camagüey.

Antes de la partida, la conversación con Antonio Morales Ramírez, jefe del Centro de Telecomunicaciones de Etecsa en Río Cauto, nos ha sorprendido gratamente la calidad de la conectividad. Él nos muestra el salón de reuniones de Centro, convertido en refugio para quienes tienen sus viviendas inundadas.

En el regreso sobre el anfibio, un soldado lanza un pedazo de pan a un perro que custodia los bienes de su dueño sobre el techo de una casa, cerca de Melones. El muchacho tiene buen brazo y puntería. El animal tendrá algo que comer, al menos esa noche.

Queda en la mente la imagen final de un helicóptero en el cielo, de la gente que sube a los camiones sabiendo que regresará para intentar recomponer sus vidas, probablemente constatando que su ganado no está o que las siembras se perdieron. Treinta horas no son nada frente a lo que le queda por vivir a la gente de Río Cauto. Allí queda todavía demasiada agua.

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

Inundaciones en el Cauto. Foto: Periódico 26.

 

En video, los relatos