
Entrar al Hotel Nacional de Cuba no es exactamente llegar a un hotel. Es cruzar un umbral donde el tiempo se desacelera, donde el rumor constante del mar acompaña cada paso y los jardines parecen custodiar secretos que no caben en una sola vida.
Hay quienes dicen que el lugar tiene un olor particular: una mezcla de salitre, café recién colado y memoria. Otros aseguran que basta sentarse unos minutos frente al Malecón para entender por qué tantos regresan una y otra vez. “Este no es un hotel que vende historia —afirma Anabel Soto Escalona, historiadora—, es un hotel que te invita a vivirla”.
Ese aroma invisible –mezcla de café cubano, rumba tardía y resonancias del pasado– emociona tanto al visitante curioso como al que regresa para reencontrarse con una memoria viva que sigue pulsando desde 1930.
Desde el Vedado habanero, el Nacional se alza como símbolo de identidad nacional, declarado Monumento Nacional e inscrito en el registro Memoria del Mundo por la UNESCO, con sus 426 habitaciones que miran tanto al mar como a la historia misma.
Fue inaugurado el 30 de diciembre de 1930, en lo alto de la antigua Loma de Taganana, una elevación estratégica frente al mar que ya había sido escenario de acontecimientos militares desde el siglo XVIII. Allí se levantó un edificio ecléctico, donde conviven armoniosamente estilos art decó, neocolonial, morisco y clasicista, concebido desde su origen no solo como alojamiento, sino como espacio social, político y cultural de alcance internacional.
Desde sus primeros años el hotel se convirtió en punto de encuentro de presidentes, artistas, intelectuales, figuras del deporte y líderes mundiales, mientras se insertaba de manera orgánica en la vida de La Habana. A diferencia de otros grandes hoteles del Caribe, el Nacional mantuvo siempre una identidad profundamente cubana, condición que hoy lo distingue como el único gran hotel histórico 100 % cubano desde su fundación.
Con sus ocho pisos y 426 habitaciones, el Nacional funciona como una pequeña ciudad viva. Anabel Soto detalla que el inmueble cuenta con amplios jardines, tres grandes salones para eventos, un salón de reuniones más privado y un piso ejecutivo –el sexto– concebido como un espacio VIP, con recepción propia, servicio de consejería exclusivo y desayuno privado.
La vida social se extiende también a través de sus seis bares, uno de ellos abierto las 24 horas, entre los que destacan el Havana’s Lounge, dedicado al maridaje de habanos, y el Bar Cabaret Capa Blanca, ubicado en el rooftop del último piso, desde donde La Habana se despliega como una postal interminable.
El hotel alberga además una red de tiendas Caracol –joyería, perfumería, licoreras y habanos– que refuerzan la experiencia integral del visitante.
Dormir con la historia

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate.
Entre las habitaciones del Nacional hay algunas que no se parecen a ninguna otra. Existen 30 habitaciones históricas, donde se hospedaron figuras del cine, la música, la política y la cultura mundial. De ellas, 15 se encuentran en el segundo piso, considerado el piso histórico, el único que conserva su suelo original.
Allí se encuentra también la conocida “Suite de la Mafia”, una de las dos suites especiales del hotel, testimonio de episodios que forman parte del imaginario colectivo del siglo XX. La habitación presidencial ocupa el segundo nivel, mientras que la Suite Real, la más exclusiva, se alza en el octavo piso.
“Muchos huéspedes se detienen en los pasillos y se preguntan si en ese mismo espacio pudo haber dormido Nat King Cole”, comenta Anabel. Esa posibilidad –real o imaginada– es parte del hechizo: dormir en una habitación que guarda huellas del pasado, sin renunciar al confort contemporáneo.
Los jardines del Hotel Nacional no son solo un espacio de contemplación. En ellos se conservan restos de la Batería de Santa Clara, construida después de 1762, tras la toma de La Habana por los ingleses. Aquella fortificación defendía la ciudad desde la colina y servía de apoyo a La Cabaña y El Morro.
Dos de sus cañones permanecen allí: el Ordóñez, de origen español, y el Krupp, alemán. Ambos forman parte del sistema defensivo de La Habana, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982.
El hotel también guarda memoria de un momento clave del siglo XX: la Crisis de los Misiles de 1962. En sus áreas se conservan restos de búnkeres, trincheras y túneles, además de una exhibición cronológica que documenta aquellos días en que Cuba estuvo al borde de un conflicto nuclear.
Un aniversario que mira al futuro

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate.
Llegar a los 95 años no ha sido un ejercicio de nostalgia pasiva. Deivid Silva Alfonso, director comercial del hotel, explica que desde el año pasado se diseñó un plan de acciones que abarca inversiones, remodelación del producto y transformación tecnológica.
Uno de los símbolos de ese proceso es la piscina histórica, reconstruida desde cero respetando los principios patrimoniales. “Paradójicamente –señala Silva Alfonso– es ahora la piscina más nueva que tenemos”. Hoy funciona como piscina VIP, destinada al servicio ejecutivo, y representa un valor añadido en este aniversario.
A ello se suman mejoras en domótica, gestión digital, marketing, sitio web y en la operación del Cabaret Parisien. Desde el punto de vista constructivo, se han intervenido los pisos cuatro y cinco, combatiendo la humedad propia de la cercanía al mar, sustituyendo alfombras envejecidas y colocando pisos de mármol para mayor frescura y bienestar.
La restauración de la fachada –visible hoy desde distintos puntos de La Habana– y la instalación de paneles solares refuerzan la apuesta por un hotel patrimonial y sostenible, en sintonía con las políticas medioambientales actuales.
El Nacional no se explica sin su gente. Uno de sus mayores logros, afirma Silva Alfonso, es la estabilidad del personal: trabajadores con 20 y 30 años de servicio conviven con generaciones más jóvenes que aprenden de esa experiencia acumulada.
“Hay personas que no quieren retirarse –cuenta– porque sienten que su vida está profundamente ligada al hotel”.
Ese sentido de pertenencia se transmite al visitante. Se respira en la música en vivo, en la gastronomía criolla del restaurante La Barraca, en el Comedor de Aguiar –antiguo salón de lectura aristocrático– y en cada café compartido en el lobby, espacio abierto incluso para quienes no se hospedan allí.
El 95 aniversario marca el inicio de un año completo de celebraciones: recorridos históricos especiales, exposiciones de autos antiguos, galas culturales, cine cubano en los jardines, retretas musicales y, como gesto simbólico, la reactivación ceremonial del cañón Ordóñez, algo que no ocurría desde 1998.
“Ha sido un año duro, de mucho sacrificio –reconoce Silva Alfonso–, pero casi todos los resultados han requerido un esfuerzo enorme, y eso es lo que queremos reconocer”.
A 95 años de su inauguración, el Hotel Nacional de Cuba sigue siendo más que un edificio frente al mar. Es un espacio donde la historia no está congelada, sino en movimiento; donde el visitante no solo se hospeda, sino que participa; donde Cuba se cuenta a sí misma, una y otra vez, sin perder su esencia.
Quizás por eso tantos regresan. Quizás por eso, al salir, siempre queda la sensación de no haberse ido del todo.

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate.

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate.

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate.

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate.

Hotel Nacional de Cuba. Foto: Cortesía del hotel.

Hotel Nacional de Cuba. Foto: Cortesía del hotel.

Hotel Nacional de Cuba. Foto: Cortesía del hotel.

Hotel Nacional de Cuba. Foto: Cortesía del hotel.